Hubo inauguración en la Parés

La decana de las salas españolas suma 138 años en el mismo emplazamiento

Asistentes a la inauguración de la exposición 'Objectes perduts', de Neus Martín Royo, el viernes en la Sala Parés.

Asistentes a la inauguración de la exposición 'Objectes perduts', de Neus Martín Royo, el viernes en la Sala Parés.

NATÀLIA FARRÉ

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El viernes hubo inauguración en la Sala Parés. No fue la primera en la más que centenaria sala de la calle Petritxol. Ni será la última, pues la decana de las galerías españolas no sufre la plaga que está acabando con todos los establecimientos emblemáticos de la ciudad. La LAU no amenaza su salud. De manera que en la receta de supervivencia de la Parés no figuran ni el cierre ni el traslado. Algo que no pueden decir otras salas conocidas de Barcelona cuya muerte por efecto de la burbuja inmobiliaria atestiguan, como lápidas funerarias, las placas de reconocimiento en las aceras que el ayuntamiento les concedió en su día. Y cuya desaparición despojará a Consell de Cent del título de la calle de las galerías. En el 2013 recogió lienzos en la vía que honra al autogobierno municipal la René Metras. Y en el 2014 lo hicieron la Carles Taché y la Senda, y muy cerca pero ya en la rambla de Catalunya, la Joan Prats. Esta última ha vuelto a desplegar telas en Balmes, y las otras dos lo harán próximamente en Trafalgar y Montjuïc.

El viernes hubo inauguración en la Sala Parés. Y el escritor Rafael Vallbona disertaba sobre el título de la muestra, Objectes perduts, y los paisajes de Barcelona que han dejado, o están en peligro de dejar, de existir. Paisajes que la pintora Neus Martín Royo plasma en sus lienzos con trazo hopperiano. «Yo la Barcelona de cuando era pequeño no la reconozco, ni siquiera la calle donde nací. Y cuando no reconoces el espacio sobre el que has construido tu vida, estás perdido. Estamos perdidos en nuestra ciudad», afirmaba mientras recorría con la vista retazos de la crónica comercial barcelonesa captados por el pincel de Martín Royo. La ya extinta Llibreria Canuda, uno de los primeros establecimientos en caer por la voracidad de la LAU; la cerería de la calle Llibreteria, una de las tiendas más antiguas, si no la que más, que aún sigue a pie de mostrador; El Rey de la Magia, el local que tanto gustaba a Joan Brossa; y el colmado Quílez, que en breve cambiará de ubicación y sufrirá un proceso de jivarización. «Da igual si has entrado una o mil veces, pero el día que en esa esquina no esté el Quílez ya nada será lo mismo, ya no será la misma Barcelona», proseguía quien ha puesto texto a las imágenes de Martín Royo. 

Picasso, por supuesto

El viernes hubo inauguración en la Sala Parés. Fuera, en la calle Petritxol circulaban los turistas. «Antes esta era una calle de paseo burgués, está en el centro de la ciudad y tiene la proximidad del Liceu», recordaba Joan Anton Maragall, alma de la galería. Y el público era local. «Ahora es básicamente extranjero y muy heterogéneo», apuntaba. «El cambio de la calle no nos ha ayudado, pero el cambio del público que pasa por Petritxol, en unos años de dura recesión en el mundo del arte, nos ha favorecido».

El viernes hubo inauguración en la Sala Parés. Cazadoras, tejanos y bambas. La ropa informal llenaba la sala. Ni rastro de las corbatas y tacones de antes. Ni de las gasas y bombines de mucho antes de antes. «Hasta hace unos años las inauguraciones eran un hecho social con mucha apariencia. La gente venía a ser vista. Ahora se han convertido en un acto amigable, vienen aquellos que tienen vinculación con el artista. La gente viene a ver», proseguía Maragall. Y es que los de las convenciones sociales son solo uno de los mucho cambios que la Sala Parés ha visto desde su fundación en 1877. Nacimiento que le permite presumir de estar entre las 10 salas de arte más antiguas del mundo aún en funcionamiento. De haber acogido a los mejores de cada época: Nonell, Mir, Rusiñol, Anglada Camarasa… Y de coleccionar anécdotas: en 1901 Ramon Casas cedió una de las paredes de su exposición bianual a un joven que, según contó al señor Parés,  apuntaba maneras y se llamaba Pablo. Picasso, por supuesto. Pero esta es ya otra historia, y era otra Barcelona, la que aún no se había dejado ganar la partida de plaza artística por Madrid.