JOYA RESTAURADA

El Hospital de Sant Pau, como nadie lo recuerda

El recinto modernista rememora en un pabellón cómo fue el centro sanitario en su época dorada

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Carles Cols

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Dijo Hipócrates, por quien juran los médicos, que la guerra es la mejor escuela del cirujano, así que la primera mundial fue un doctorado cum laude. España no participó en ella, la Gran Guerra, como se la llamó entonces, pero las lecciones de los quirófanos del campo de batalla cruzaron la frontera y llegaron a Barcelona, donde estaba en marcha un proyecto mayúsculo, la construcción del Hospital de la Santa Creu y Sant Paula medicina como nunca se había practicado en esta ciudad, el equivalente a nueve manzanas del Eixample dedicadas a la sanación y el reposo, espaciosos pabellones modernistas y jardines, todo ello salido, además, del lápiz de Lluís Domènech i Montaner. Al Hospital de Sant Pau, sin embargo, terminó por sucederle lo que al Eixample de Ildefons Cerdà, que se pervirtió arquitectónicamente, de modo que son pocos ya los barceloneses que tienen un recuerdo real de cómo fue aquel recinto antes de que allá por los años 60 se corrompiera. Hay una cura para esa desmemoria. Se llama Pabellón de Sant Rafael.

A Domènech i Montaner le pasó con su hospital lo que a Cerdà con su Eixample. Barcelona es incorregible

Una parte de los pabellones de Sant Pau encontraron novia hace años, por ejemplo, la OMS, la Casa Àsia, la Universitat Autònoma de Barcelona…, cuatro están pendientes de restauración y uno, el de Sant Salvador (en la última etapa del hospital, Unidad de Curas Intensivas) ya funciona desde hace tiempo como espacio de homenaje a la obra de Domènech i Montaner. A ese recinto hay que sumar ahora el pabellón de Sant Rafael, que merece la pena visitar para viajar en el tiempo, a 1920, el año en que fue inaugurado, el inicio de su década más esplendorosa, porque después llegó la guerra civil, cuando todo el recinto fue confiscado, y aquel pabellón perdió hasta el nombre, por beato, y pasó a llamarse simplemente ‘Pabellón 6’. Unos años más y le habrían podido llamar Pabellón Doctor Zhivago.

Lo que ahora se oferta al público es una inmersión en aquella década de los años 20.

No había habitaciones, ni individuales ni compartidas. El pabellón era una gran sala, con el techo a ocho metros de altura. Las camas de los pacientes estaban en batería, con el cabecero apoyado en la pared. En alguna de ellas, allí donde los médicos en las películas cuelgan las gráficas de las constantes vitales del enfermo, colgaba un cartel de aliento firmado por “unas devotas de la virgen de las lágrimas”. Junto a la puerta principal estaba la sala de día, una de las señas de identidad de este hospital que, a su manera, ha reproducido el nuevo Sant Pau en su edificio moderno de la ronda del Guinardó. La sala de día era un saloncito, para estar un poco como en casa, aunque fuera solo una ilusión temporal.

Nada más salir de él y antes de la primera cama había un pequeño rincón para la oración, con dos reclinatorios frente a una figura del santo al que estaba dedicado el pabellón, en este caso, San Rafael, con su pez en la mano y todo, todo un historión de la narrativa bíblica, pues se dice que empleó las tripas del pobre pescado para, en un abracadabra más propio de la magia negra, ahuyentar a un lujurioso demonio, Asmodeo, que por amor había matado a los siete esposos consecutivos de una mujer.

Aquel San Rafael de la entrada (lo que se exhibe de nuevo en el pabellón es la talla original) era algo irracional, cuestión de fe, todo un contraste, porque lo que venía a continuación era el gran salto de la ciencia médica. Lo dicho, la primera guerra mundial fue una gran escuela. La limpieza correcta de las heridas, los rayos X, la penicilina, la cirugía reparadora tras los efectos de una explosión… Barcelona, es cierto, era territorio neutral, un lugar de refugio de grandes fortunas europeas. También de mucho vicio, de enfermedades venéreas. El caso es que terminada la guerra, entre lo uno y lo otro, fue mucho lo que llegó de repente. Antes de aquella contienda, el médico sabía de su paciente lo que este le decía. Me duele aquí o allá. Tras aquella guerra, el diagnóstico pasó a basarse en datos. Lo nunca visto.

El pabellón albergará en breve exposiciones, la primera, dedicada a instrumental médico antiguo, del que quita el hipo

El profundo ‘lifting’ a que ha sido sometido aquel pabellón, en definitiva, retrotrae de forma emocionante a aquellos años. Al fondo, un conjunto de camas dan perfecta idea de cómo fue. Antes de llegar a ellas, una colección de fotos de época relatan parte del proceso de construcción del hospital y ayudan a comprender la cotidianidad del pabellón de Sant Rafael. Algunas de las fotografías, por cierto, son retratos poco vistos de la ciudad. En una de ellas, a la izquierda se asoma la Fachada del Nacimiento de la Sagrada Família y cuatro tímidas primeras torres y, a la derecha, los primeros edificios del hospital. Entre una y otra joya arquitectónica solo hay tierras de cultivo y algún edificio sin sentido. Qué tiempos.

Entre los planes de futuro de los responsables del Recinto Modernista de Sant Pau está utilizar Sant Rafael como espacio de exposiciones temporales, siempre relacionadas de un modo u otro con lo que aquel lugar fue. La primera prevista, por ejemplo, exhibirá parte de los fondos del Museu d’Història de la Medicina de Catalunya, con sede en Terrassa, que atesora una colección de instrumental antiguo que a veces pone los pelos de punta. Otro destino inevitable del pabellón es su uso como plató de cine, algo lógico. En junio del 2016, sin ir más lejos, Agustí Villaronga rodó allí dentro las escenas hospitalarias de Incierta gloria.

Total, que la oferta cultural de Sant Pau crece. A la magnificencia del modernismo suma ahora un relato sobre una etapa de la medicina. Pero, según se mire, ofrece una mirada más, que puede pasar desapercibida de entrada, pero sería injusto que así fuera.

El Hospital de Sant Pau hoy monumentalizado es un perfecto paradigma de las contradicciones de esta ciudad. Igual que el Eixample de Cerdà pronto fue desvirtuado porque la ambición de los propietarios de las tierras no tenía techo, en Sant Pau ocurrió algo similar. El modo en que fue concebido el recinto sanitario, en que el entorno ayudada tanto a la curación como las propias medicinas y tratamientos, dejó paso a un uso intensivo de cada metro cuadrado de pabellones. En la gran sala de Sant Rafael se construyó un piso superior y se compartimentaron los espacios. Se dañaron así valiosos elementos del modernismo. Por fuera, lo pabellones parecían arquitectónicamente más o menos sanos. Por dentro, en cambio, aquello terminó por ser una metástasis generalizada de tabiques y falsos techos. Una cosa era que el modernismo pasara de moda (en Catalunya más tarde que en otra latitudes) pero otra era que fuera directamente maltratado.

Para hacerse una idea de ello, restan pendientes de restauración cuatro pabellones. El de la Purísima, primero tal cual se entra en el recinto, a la izquierda, es parcialmente visitable, no porque luzca, sino porque se comprende cómo quedó el conjunto del recinto tras el traslado de la actividad médica a la nueva sede de Sant Pau.

Fue un momento extraño. La arquitectura del hospital había sido declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en el año 1997. En el 2009 finalizó el traslado al nuevo edificio de la confluencia de la ronda Guinardó con la calle de Sant Quintí. De aquellos días es el trabajo fotográfico que realizó Josep Maria de Llobet, que tituló muy oportunamente El hospital enfermo. Es una visita a un espacio desierto, más poética que documental, una colección de retratos de pasillos y habitaciones vacías, con paredes llenas de humedades a veces, y un par de sobrecogedoras fotografías de los túneles subterráneos de Sant Pau, las arterias invisibles a través de las cuales estaban realmente comunicados todos los pabellones. Parte de esos túneles son hoy visitables también, pero lucen tal vez demasiado asépticos. Puede que en 1920 fuera así, pero apenas nadie en esta ciudad recuerda aquel hospital.