BARCELONEANDO

Hasta mandarín sabrán los niños

Dos arquitectos crean un servicio para la inmersión lingüística total en el lenguaje chino

Niños con criada china

Niños con criada china / periodico

ELOY CARRASCO

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Juan se ha levantado después de la siesta y despliega el dinamismo atómico propio de un niño de un año y medio al que le acaban de dar cuerda. Aunque ha sido su primer día en la guardería, el trajín continúa. Atenta en todo momento a sus cortos pero ágiles pasos está Yan; ojo con el piano de cola, cuidado con el canto de la mesa. Yan trabaja en la casa de Cecilia Arias, la mamá de Juan, donde se ocupa de las tareas domésticas y del cuidado del pequeño. Entre sus obligaciones se encuentra hablarle siempre en mandarín.

Cecilia, nacida en Oviedo hace 33 años, es arquitecta en un despacho familiar con su marido. Le interesan los idiomas y quiere que su hijo tenga una formación políglota. Un día rumió una vieja idea y se le ocurrió crear una agencia para promover la inmersión total en el chino, y empezó el experimento en ella misma. ¿Chino? "Es una lengua con mucho futuro y el inglés ya se estudia en la escuela. Estuvimos pensando en hacerlo en ruso, en árabe... Al final, el chino nos pareció la mejor opción", explica, y comparte el comentario con Blanca Badia, su socia en el proyecto. Tiene 34 años, tres hijos y un empleo que se le come medio día como arquitecta para la Generalitat. "Me dejé liar", sonríe mientras mira a Cecilia y dos de sus churumbeles pululan por el espacioso piso.

Ninguna de las dos promotoras de Nanny Mandarin, que así se llama la iniciativa, tenía siquiera cuenta de Facebook antes de este embarque. Ahora casi se consideran expertas en redes sociales, que están siendo su principal vía de penetración para darse a conocer. Su tarea consiste en contratar a canguros, empleadas domésticas y profesores chinos para familias que requieran el servicio. Les ha sorprendido la diversidad de los demandantes, de todos los estratos sociales y económicos, aunque predominan las parejas jóvenes con niños pequeños. Son precursoras en Barcelona de algo que empieza a estar muy extendido en otros países, sobre todo Estados Unidos, donde parecen avistar que el chino es la lengua del futuro. Con 800 millones, es la más hablada del mundo, y ellas aseguran que no es tan complicado aprenderla. "La gramática es sencilla", dicen, aunque reconocen la dificultad que presenta la endemoniada variedad de su fonética. También les contratan empresarios que viajan con frecuencia al país asiático para cerrar negocios. Les piden profesores que les permitan manejarse en chino para estar al tanto de las transacciones y evitar que les puedan dar gato por liebre.

Muchas de las chicas chinas a las que fichan son estudiantes o recién licenciadas que vienen a Catalunya a completar su formación. O sea, su nivel académico medio es alto. Cecilia Arias cuenta que al principio le costó abrir el melón. La comunidad china de Barcelona responde al estereotipo en cuanto a su hermetismo. Para dar con Yan tuvo que recurrir a una tía que es misionera en Pekín, y desde tan lejos llegó la referencia porque Yan -que nació hace 40 años en Luo Yang, en el centro del país, y lleva una década en España- es católica y un conocido común apresuró el contacto. Pero si un tópico, el de la impenetrabilidad, se cumple, otros caen. "Me gustaría destacar -afirma Cecilia- que las personas con las que estamos trabajando son extremadamente cariñosas, limpias y sinceras". Lejos de la hosquedad que se les atribuye.

Juan todavía no ha roto a parlotear (ni catalán, ni castellano, ni mandarín), pero lo entiende todo en los tres idiomas, y distingue. Un día se había extraviado el biberón del agua y, en medio del zafarrancho doméstico para buscarlo, Yan le preguntó dónde estaba y el crío fue a rescatarlo de entre los cojines del sofá. Cuando Yan se marcha de la casa, el rubiales Juan mueve la manita y dice "bei bei" (adiós), cosa que no hace si quien se va es otra persona. Él se queda aprendiendo y bailoteando las cancioncillas de un DVD de dibujos animados en chino.