"No hagas esa foto, Pere"

Solo una mirada experta distingue lo viejo de lo nuevo en el centro histórico de BCN

CARLES COLS / BARCELONA

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Cuando Nueva York iniciaba la construcción del Empire State Building en 1930, Barcelona recién estrenaba el puente de la calle del Bisbe. discutidísima guinda del pastel del proceso de gotificación que se llevó a cabo en el centro histórico de la ciudad durante la primera mitad del siglo XX. Como Nueva York, Barcelona no era ni es aún una capital en el mapa escolar de los países del mundo, pero le gusta vestirse como tal. Eso decidió el catalanismo a caballo de los siglos XIX y XX, que Barcelona tenía que ser en las formas lo que políticamente pretendía ser.

Aunque solo sea un inciso, conviene recordar que el proyecto que ese catalanismo prefería en lugar del Eixample de Cerdà era el de una ciudad radial, muy a lo París, concebido por Antoni Rovira i Trias. Entonces no se salió con la suya, pero cuando, precisamente fruto del proyecto de Cerdà, se inició la apertura de la Via Laietana, surgió la oportunidad de reconvertir el entorno de la catedral en una sublimación de lo que se suponía que fue la edad de oro de la ciudad.

Entre lo real y lo cosido

Menos unicornios, no faltó de nada en esa operación urbanística de medievalización. Se trasladaron edificios completos, se transformaron sus sosas ventanas en estilizados ventanales culminados con arcos tal vez inspirados en tapices antiguos, se cosieron muros, puertas y balcones de aquí y de allá para crear una falsa arquitectura antigua... En resumen, se creó buena parte de lo que hoy es el Gótic.

Con todo, Raimon Arola, coautor de Barcelona gótica, rompe una lanza en favor de aquella gran operación urbanística. Reconoce que a veces el gótico real ha quedado algo tapado por el neogótico. Sin duda, así es para los turistas, que prefieren una foto frente a la fachada de la catedral, finalizada a principios del siglo XX, que frente a la puerta lateral de la calle de la Pietat, obra de escala menor pero de mayor valor artístico y simbólico.

Pero Arola insiste en que de la mano de hombres como Lluís Domenech i Montaner, Josep Puig i Cadafalch, Jeroni Martorell y Adolf Florensa se preservó también el gótico como pocas ciudades lo han hecho. Por eso sostiene que una próxima reforma de la Via Laietana, que cosa urbanísticamente la herida que abrió en su día esa calle en mitad del casco antiguo, sería una excelente oportunidad para reclamar que el tesoro gótico de Barcelona sea declarado Patrimonio de la Humanidad, una idea que, aunque prudentemente dormida en los cajones municipales, nunca ha sido descartada. «Es muy impresionante lo que tenemos», insiste muy entusiastamente Arola.

El problema es que lo viejo y lo nuevo se confunden en un mismo espacio hasta el punto de que solo una mirada académicamente experta es capaz de distinguir las costuras del tiempo. Pere Vivas, fotógrafo de Barcelona gótica, lo ha comprobado, de manera muy viva. «Íbamos por la calle y, de repente, yo veía lo que creía que era un buen encuadre. Entonces me llevaba un susto. 'No, Pere, esa foto no'», recuerda entre risas. Era evidente que había tomado por gótico lo que no era más que una copia.

El trabajo de Vivas, sobresaltos al margen, ha resultado fundamental para la elaboración del libro. En Santa Maria del Mar, por ejemplo, tuvo una feliz idea. El capítulo que Arola y Cirlot le dedica a esa iglesia subraya de un modo especial la importancia que en su época tuvo la luz en la arquitectura medieval. Por eso, pidió permiso para fotografiar el interior del templo sin luz artificial. Fueron unos minutos mágicos. De repente, Santa Maria del Mar, con la única claridad que se filtraba a través de sus ventalanes y de su impagable rosetón, lució más hermosa que nunca. Tal y como pretendieron quienes la levantaron.