CON MUCHO GUSTO. CUADERNO DE GASTRONOMÍA Y VINOS
Gracias por el cordero
Las historias de la Biblia son objeto de investigación gastronómica. Mientras se revisan los menús de la última cena queda el placer de comer cordero pascual.
Cuando en la cocina aparecen titubeos creativos suele generarse un amplio recetario que tiene como eje vertebrador una nueva lectura de acontecimientos gastronómicos de gran importancia. No es de extrañar que en estos días se vuelvan a plantear temas tan jugosos como los platos que se dieron en la última cena, revisitada por distintos cocineros, entre ellos Ramon Freixa, capaz de ironizar incluso con el beso de Judas. Es una tendencia que seguro acabará explicando uno de los temas bíblicos más oscuros: qué comían en el arca de Noé durante el diluvio.
Los talmudistas dicen que la solución al gran problema de colocar en una nave inmensa, al mando de un patrón que no sabía navegar, animales de todo tipo, sin que llegaran a las garras, se debió a que el capitán dio a todos sin excepción una dieta -digamos mediterránea- a base de pan, higos y aceite. Sobre esta afirmación caben las dudas oportunas, pues no sé si John Logan, el guionista de la película Noé, llega a explicar la inmensa borrachera con la que el patriarca celebró haber alcanzado tierra firme. Es imposible que perdiera el sentido a base de beber vino joven, porque con tanta agua no habría tenido tiempo de vendimiar. Lo más seguro es que llevara unas buenas tinajas de tintazo escondidas entre los elefantes. Frente a la dificultad del tema, queda para nuestro consumo el excelente vino dulce de Jerez etiquetado Noé.
La idea de sacrificio, de elevar el espíritu a través de un banquete, no se ha perdido, por más que casi nadie recuerde la de palos y mordiscos que hubo entre fieras y ladrones cuando Noé cerró las puertas del arca. Vivimos en un mundo secular, con tendencia a olvidarlo todo, incluso el origen de esos corderos divinos que en esta Pascua cocinaremos o encargaremos a los asadores.
Antes, la costumbre peninsular era comprar el cordero y llevarlo al horno del panadero, donde se cocía el tiempo que duraba una misa en latín. Después fueron los carniceros los que preparaban el cordero en la trastienda de su establecimiento. Fue este el inicio de auténticos templos del asado, como Terete, en Haro, y Casa Florencio, en Aranda, que tienen continuidad barcelonesa en El Yantar de la Ribera.
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