OPERACIÓN POLICIAL EN SANT MARTÍ

Fin de fiesta en El Antipánico

EL COMPLEJO LÚDICO. La nave de Sant Martí desalojada el martes, con diversas estancias destinadas a las fiestas que incluían una barra de bar, discoteca y salones con sofás.

EL COMPLEJO LÚDICO. La nave de Sant Martí desalojada el martes, con diversas estancias destinadas a las fiestas que incluían una barra de bar, discoteca y salones con sofás.

ANTONIO BAQUERO
BARCELONA

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Bajo la fachada okupa, el dinero también impone su ley. La decena de jóvenes que habían okupado y que gestionaban desde hacía cinco meses la enorme nave industrial en el 467 de la calle de Pere IV, en el Poblenou, a la que habían bautizado como El Antipánico, habían desarrollado una maquinaria seudoempresarial: alquilaban los locales de la nave para fiestas rave, facilitaban los equipos de música y vendían bebidas en el interior. Un negocio que les duró hasta el pasado martes, cuando, a primera hora de la mañana, una quincena de dotaciones de la Guardia Urbana, con apoyo de los Mossos, ejecutaron la orden judicial de precintar el local.

Lo que esperaba a los agentes dentro del recinto superó todas sus expectativas: allá dentro había un auténtico complejo lúdico en un espacio de 1.700 metros cuadrados. «Es la nave okupada más grande que hemos intervenido nunca en Barcelona», comenta el intendente Pedro Velázquez, jefe de la Guardia Urbana de Sant Martí. «Era un negocio jugoso. Alquilaban las instalaciones por 300, 400 o 500 euros por fiesta, dependiendo si se hacían el jueves, el viernes o el sábado», prosigue.

SEXO EN GRUPO / Además de un enorme muelle que usaban para aparcar vehículos, los okupas habían convertido varios espacios del edificio en una discoteca con barra de bar incluida, una sala de cine con dos proyectores y, según relataron los inquilinos a los agentes, hasta una estancia para el sexo en grupo.

Desde el muelle principal se llega, a través de una cortina de plástico, a la sala de proyecciones con una sábana en la pared y sofás repartidos por toda la estancia. Desde allí, a través un pasadizo, se accede al sótano, que es donde estaba la discoteca: una sala con una barra de bar, equipos de música (cinco platos, siete altavoces, 10 amplificadores, cinco mesas de mezclas y dos ecualizadores) y cinco juegos de focos de colores para amenizar las fiestas.

Para hacer el ambiente menos irrespirable en esa especie de búnker subterráneo, los okupas habían colocado aparatos de aire acondicionado que, eso sí, carecían de salidas de ventilación.

ANUNCIADA EN LA RED / Cuando alguien les alquilaba el local, la fiesta pasaba a anunciarse en internet. Además, durante el evento, se vendían bebidas: la cerveza a dos euros y los combinados a cuatro. La última fiesta se celebró hace dos fines de semana y congregó a unas 150 personas. «Esa disco era una ratonera. Sin ventilación, sin extintores, sin salidas de emergencia. Si ahí llega a producirse un incendio hubiera acabado en tragedia. Ese es el gran peligro de estas fiestas en locales okupados, donde además piratean la red eléctrica, con lo que las instalaciones de la luz son muy precarias y peligrosas», comenta Velázquez.

El día de la intervención policial, los agentes, tras llamar sin obtener respuesta, forzaron la puerta y se encontraron dentro a una joven austriaca. Según la Guardia Urbana, una decena de jóvenes -españoles, austriacos e italianos- gestionaban el local. Tras la llegada de los agentes, los residentes llamaron a sus compañeros para que les ayudaran a recoger todo el material, tarea que se desarrolló de forma pacífica.

El miércoles, varias personas se afanaban en retirar sus enseres, entre ellos, un joven con estética okupa que paseaba sin atar a un perrazo de raza peligrosa. Ante la nave, la joven dueña de un remolque de madera que tenía estacionado dentro del edificio se preguntaba qué iba a hacer con él. «No entiendo por qué han precintado el muelle. Ahí no se hacían fiestas», dijo. Para los vecinos, que han visto cómo se ocupaban varias naves de las cercanías, el ruido no era su principal queja. « El problema es que cuando acababan las fiestas se echaban a dormir, orinaban y vomitaban en la calle», comenta una residente en la calle de Perú.

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