La fabulosa vida de Lucio Urtubia

Lucio Urtubia, en la bodega La Riera.

Lucio Urtubia, en la bodega La Riera.

Ramón Vendrell

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Tarde de perros la del miércoles pasado, con lluvia y viento, escenografía meteorológica de polar político de Léo Malet o Jean-Patrick Manchette apropiada para una velada con resonancias clandestinas. También rimaba con la cita el marco, la bodega La Riera, con viejas cubas de vino a granel, el mobiliario más indicado para la conspiración obrera. La taberna estaba de bote en bote, como si actuara el grupo del momento. Los que llegaron con la lata ya hasta los topes se quedaron en el zaguán e incluso en la calle. La puerta de la tasca estaba abierta para que los de fuera pudieran enterarse de algo, con el resultado de que los de dentro nos enterábamos de cada coche que pasaba por el asfalto mojado de la avenida de Vallcarca.

El motivo del lleno (dimensionemos: unas 100 personas) era la charla de un señor mayor con chapela, bufanda roja y cayado. ¿Motivo poco atractivo? El señor mayor ataviado como si fuera a buscar setas cerca de casa era Lucio Urtubia (Cascante, 1931), hombre de vida fabulosa.

Primero fue contrabandista a través de los Pirineos. El conocimiento de las rutas matuteras debió de resultarle de ayuda cuando tuvo que huir a Francia después de que el Ejército detectara que le birlaba todo lo que podía mientras hacía el servicio militar. En París entró en contacto con círculos anarquistas y abrazó la idea libertaria. Alojó en su casa al maquis Quico Sabaté, que antes de una detención le dejó en custodia su metralleta, su pistola y su navaja. Para que le liberara con ellas si Francia decidía extraditarle a España. Hizo algunos atracos a mano armada a bancos pero no era lo suyo. «Me orinaba en los pantalones», dice en Lucio, documental dirigido por Aitor Arregi. Empezó con las falsificaciones. De documentos administrativos y de dinero. Ofreció al Che un plan digno de Fu Manchú: inundar el planeta de dólares falsos para hundir la economía estadounidense. Él ponía las planchas de los billetes y Cuba hacía la producción masiva. El Che dijo que nanay. Hay dudas sobre la veracidad de este episodio.

El big time de Urtubia fue la falsificación de cheques de viaje del First National City Bank estadounidense, el actual Citibank. Hizo tambalear a la entidad financiera, con la que cuando le trincaron alcanzó un acuerdo extrajudicial. No solo no entró en prisión sino que le sacó una pasta indeterminada al banco a cambio de los moldes. Él ya aceptaba entregarlos y quedar libre, pero le ofendieron al tratarle de delincuente y a última hora exigió también una recompensa económica. «No tuvieron más remedio que inclinarse», dijo en La Riera. Corrían los primeros años 80 y fue la última de sus correrías fuera de la ley.

Todo esto y mucho más lo hizo Urtubia sin dejar su trabajo de albañil y para financiar causas revolucionarias, aunque hay quien dice que algo se quedaría.

Taller de falsificación

Mala suerte: Urtubia no fue a La Riera tanto a explicar sus peripecias de anarquista de acción como a hacer proselitismo del anarquismo. No obstante, el responsable de la inmortal frase «cuando nació mi hija, me pareció un trozo de rosbif, porque era aquello tan rojo» sedujo con su carisma de hombre llano que ha tenido una vida increíble. «No hay que esperar nada de nadie», repitió en varias ocasiones, y animó a «pensar, imaginar y hacer». ¿Qué?, le preguntaron. «Por ejemplo documentos para los que no tienen. Eso no es un crimen. Como tampoco eran un crimen las expropiaciones que hacíamos a los bancos. El crimen es dejarse coger». Aplausazos.

Hacia el final hubo este diálogo:

-¿Qué diferencia hay entre uno que no hace nada y un anarquista que no hace nada?, preguntó retóricamente Urtubia.

-¡Pues empecemos ya con el taller de falsificar cheques!, dijeron desde el público.

-Qué manía con empezar por lo grande.