La mirada de la niña 'mussol'

La galería Eude dedica una muestra a la Transición que captó el objetivo de Pilar Aymerich

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A ratos, durante la charla, me quedo embobada mirándole las manos. Hermosas, bien esculpidas, con el adorno de un precioso anillo de plata, diseño de Manolo Hugué, y manicura de color cereza. ¿Una fotógrafa con las uñas pintadas? Parece un contrasentido, pero a menudo son los detalles los que explican el sentido de las cosas. Comenzó a cubrírselas con esmalte porque los líquidos del revelado dejaban un equívoco rastro negro bajo las uñas y, con el tiempo, esa costumbre acabó convirtiéndose en símbolo, en una extensión de la mirada: intuitiva, delicada, contadora de historias. Una vocación de hierro, la suya, bajo una sutil feminidad.

Hablamos de Pilar Aymerich (Barcelona, 1943), una de las grandes de la fotografía catalana, si bien aquí el género sobra una vez más. Fue pionera cuando apenas si había señoras en la profesión, una mujer que comenzó a labrarse camino en el Londres de los años sesenta, el de Carnaby Street y los 'happenings'. La galería Eude (Consell de Cent, 278), la misma donde debutó en 1977, le rinde homenaje hasta septiembre con la exposición 'La Barcelona de Pilar Aymerich', una muestra de obligada visita para entender cómo se vivió la Transición a pie de calle.

En la sala, la pared del fondo está dedicada por completo a los retratos de dos mujeres, dos 'donasses' protagonistas de la época y que, además, fueron sus grandes amigas: las escritoras Maria Aurèlia Capmany y Montserrat Roig, de cuya desaparición, la de ambas, se cumple este año el 25º aniversario. “Las dos murieron en el otoño de 1991, con apenas un mes de diferencia. Fue muy doloroso, sobre todo en el caso de Montse, que tenía entonces solo 45 años. Te queda el consuelo, al menos, de que vivió como quería, contra viento y marea”, dice la fotógrafa.

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Ambas se conocieron siendo adolescentes en la histórica escuela de teatro Adrià Gual, entonces un foco de resistencia cultural, y se embarcaron enseguida en la aventura del periodismo 'freelance' de a tanto la pieza, de largarse a París con solo 5.000 pelas en el bolsillo y mucha hambre de vivir. Una, la Roig, era la 'rauxa', la frescura descarada de pedir por teléfono una entrevista con la mismísima Simone de Beauvoir —'madame Castor' no tuvo a bien atenderlas—; la otra, la Aymerich, la gata silenciosa que sabe mirar, un arte cuyo dominio ya sorprendió a su padre desde bien pequeña: “'La nena —decía el hombre— és com un mussol: mira molt i no parla'”.

Fotógrafa y reportera constituyeron un tándem imbatible en la prensa de entonces, con colaboraciones como la serie de retratos que publicaron en 'Serra d’Or' de los personajes que iban regresando del exilio —Mercè Rodoreda, Xammar, Tísner, Pere Calders— y de los que habían permanecido  en la asfixia franquista apretando los dientes. Algunos de esos rostros aparecen en la muestra.

En otro mano a mano, esta vez para la revista 'Destino', se presentaron las dos en el mas de Llofriu con la intención de entrevistar a Josep Pla, ambas ataviadas con sendas minifaldas para engatusarle los ojillos melancólicos y siempre acuosos. Pilar Aymerich logró el imposible de arrancar una imagen tierna al eterno cascarrabias, ya octogenario. Armas de mujer, claro. Como la de disimular con el pintalabios y un espejito en cuanto asomaban los grises en la manifestación de turno donde se había infiltrado.

Muy ilustrativa, por cierto, la cantidad de manifestaciones por las calles de Barcelona que asoman en la exposición. Protestas de actores, de bomberos, de urbanos, de periodistas que pedían que les dejaran ser periodistas, de obreros de la construcción, de mujeres a las que podía caerle una condena por adulterio de hasta seis años en la prisión de la Trinidad. “Intuía que estaba viviendo un pedazo de la Historia, que aquello importaba y debía estar. Era una especie de militancia fotográfica que consistía en informar de lo que estaba ocurriendo y, a la vez, sacar una buena foto”. Siempre desde la ética.

Eran otros tiempos, donde palpitaba la ilusión de querer cambiar el mundo. Ahora, en cambio, tratan de que el miedo se cuele en los cuerpos.