El impacto de la proyección internacional de la capital catalana

El éxito turístico amenaza con engullir el comercio tradicional de la Boqueria

IMPERIO DEL ZUMO 3 La mayoría de fruterías venden zumos naturales.

IMPERIO DEL ZUMO 3 La mayoría de fruterías venden zumos naturales.

PATRICIA CASTÁN
BARCELONA

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Es un mercado emblemático, pero ahora también es un gigantesco comedor exprés. En la Boqueria, el más bello e internacional mercado tradicional de Barcelona, cada vez se vende menos para llevar a casa y más para comer o beber al momento. No importa cuál sea el capricho del cliente: un zumo de frutas, una bandeja de macedonia, un trozo de turrón, un pincho de rodajas de fuet, una terrina de calamares a la romana o de pescadito frito, porciones de pizza, helados, bebidas... Los puestos se han adaptado a las necesidades del nuevo consumidor, el turista, en el que ven una nueva y obligada oportunidad de negocio. Algunos se quejan de que el descenso de compradores locales obliga a cambiar el rumbo del negocio, y otros operadores creen que es la saturación de turistas y grupos organizados en busca de atracciones locales la que ha hecho huir, harto de aglomeraciones, al cliente habitual.

EVOLUCIÓN / Sin tener muy claro si primero fue el huevo o la gallina, lo evidente es que en los dos últimos años se ha agudizado el enfoque turístico del mercado, hasta engullir a parte de la oferta más tradicional. Solo las pollerías y carnicerías, de producto fresco, se mantienen con el formato tradicional. La transformación empezó ya hace años, con la evolución de las fruterías hacia las raciones de frutas (solas o en macedonia) y los zumos de todos los sabores imaginables. Pero lo que en principio solo afectaba al frontal del mercado, más encarado a la Rambla, se ha extendido por todos los pasillos.

Ahora hay fruterías que ya solo venden estos pequeños envases y zumos. Pero es que a estos se han sumado la mayoría de charcuterías que también venden jamón envasado al vacío para que el turista se lo lleve a su país en la maleta, y hasta cucuruchos de tacos de jamón y pinchitos de queso y chorizo para comer durante la visita al recinto; y hay pescaderías que incorporan un espacio de freiduría y despachan boquerones, calamares, chipirones y croquetas ya fritos (de 2,5 a 3,5 euros), así como gambas y mejillones rebozados. O tiendas de pesca salada donde venden largos pincho de buñuelos para comer en el acto; turronerías que exhiben mazapanes y raciones de chocolates y dulces listos para devorar; repisas llenas de botellas de agua en la isla central del mercado; polos de frutas y helados artesanales, y también hay puestos de pizza para llevar, empanadas, rollos, patatas alcaliuy demás listos para consumir, y no precisamente en casa. Letreros en inglés dejan bien claro el destino prioritario del género. Incluso una vinoteca ofrece el envío de las botellas al país del visitante.

¿Para bien o para mal? Los que se han apuntado al cambio dicen que hay que diversificarse, adaptarse a los tiempos. Algunos consideran que el turismo ayuda a las ventas, tocadas por la crisis y las obras de la Gardunya, que han eliminado temporalmente el párking. Otros matizan que el desembarco de grupos escolares, excursiones con guía y hasta yincanas deriva en una masificación y circo temático que expulsa al cliente con carro de la compra. En una pollería, Juani, alertan de que la saturación llega al límite muchos días, y que sus clientes vienen menos.

En una de las escasas fruterías solo a granel, Cal Neguit (desde 1877) insisten en que son payeses y por eso siguen centrados en el producto de proximidad, aunque como otros cada vez hacen «más servicios a domicilio y para clientes de fuera, porque muchos ya no quieren venir personalmente». «En el mercado cada vez se vende menos», insisten, con el temor de que si se pierde el encanto tradicional también se acabará expulsando al turista. Y en uno de los reyes del jamón, Mateo-Carmen, afirman que apuntan al público general, aunque el turista es el rey del envasado.

Algunos han colgado un «no tocar» o prohíben las fotos. Defienden que son un mercado, y no una atracción ferial.