El Monopoly del Gòtic

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CARLES COLS / BARCELONA

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Bajo el título ‘Apartamentos turísticos, hoteles y desplazamiento de población’, Agustín Cócola, autor en su día de una celebrada tesis doctoral sobre la gran cirugía estética a la que fue sometido el centro de Barcelona a principios del siglo XX para parecer más gótico, acaba de terminar ahora el más exhaustivo y reciente análisis sobre el precio que pagan esta ciudad y sus ciudadanos por ser un destino mundial de visitantes. El análisis brinda, por una parte, cifras. Por ejemplo, que en el Gòtic el número de camas turísticas (14.585 si se suman las de hotel y las de apartamentos turísticos) está a punto de superar al de residentes, 15.269. Otro dato revelador es que en el 52,5% de las fincas del Gòtic hay como mínimo un apartamento turístico, es decir, que más de la mitad de los vecinos del barrio conocen de primera mano las molestias que suele acarrear una situación de este tipo. Por otra parte, el estudio ofrece testimonios, terribles a veces, de personas expulsadas de sus hogares, no solo de arrendatarios, sino incluso de propietarios. Por último, el trabajo académico incluye una advertencia. Cócola sostiene que Barcelona está inmersa en una burbuja turística no muy distinta de la inmobiliaria que estalló en el 2007.

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La gentrificación es la castellanización de un término común en las grandes urbes anglosajonas y que define ese proceso por el que una clase social adinerada toma posesión de un barrio humilde y termina por expulsar a los residentes nativos. En Ciutat Vella comenzó a emplearse a mediados de los 80, cuando, con la transformación olímpica a la vista, mudarse al centro era ‘cool’. Algunas de las víctimas actuales de la 'turistificación' de Ciutat Vella fueron en su día, pues, gentrificadores. Sus vidas, sin embargo, comenzaron a cambiar a finales de los 90. La primera señal fue una publicidad que muchos de ellos encontraron una mañana en sus buzones. “Vive usted en una mina de oro”. Detrás de esa campaña estaban jóvenes emprendedores que se ofrecían para alquilar a turistas una habitación de los pisos a cambio de una comisión. Así comenzó todo. Aquello, claro, sucedió en plena burbuja inmobiliaria. Los inversores comenzaron a fijarse en Ciutat Vella. Dinero rápido y fácil. Las primeras quejas vecinales comenzaron a aflorar. En el año 2008 nació Airbnb en San Francisco. La crisis ya había estallado. La empresa se promocionó como un proyecto de economía colaborativa, pura bondad, como una oportunidad para rentar unos días al año el piso y llegar así a fin de mes. Las cifras actuales del Gòtic desmienten esa tesis.

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De febrero a octubre del 2015, Cócola analizó a fondo el mercado turístico de Barcelona. Lo hizo, por cierto, financiado por la Universidad de Cardiff. “En España, los presupuestos en educación e investigación se han reducido un 34% desde el 2009”, lamenta. La cuestión es que entre las sorpresas que se llevó destaca el hecho de que los pisos de Airbnb en el Gòtic están disponibles un 93,1% de los días del año. Son, resulta obvio, plazas hoteleras encubiertas. En un 61,8% de los casos, el arrendador dispone de más de un piso que ofertar a los visitantes. El problema es llegar a una cifra exacta. Casi nadie juega limpio. En los pisos turísticos ilegales de Ciutat Vella suele haber siempre alguien empadronado. A veces, tras un anuncio de un único apartamento en una finca hay en realidad varios pisos de un mismo propietario. En cualquier caso, el trabajo a pie de calle ha permitido constatar que más de la mitad de los residentes de Ciutat Vella comparten finca con apartamentos turísticos.

HOTELES, DE 118 A 384

Con los hoteles, las gráficas son más claras. En 1990 había en Barcelona 118 establecimientos. Cuando Cócola concluyó el estudio eran ya 384, más 51 en construcción. Lo más revelador cara al estudio es que 24 de los 38 últimos hoteles que se han construido en el Gótic se han edificado allí donde antes había viviendas. El "desplazamiento de población" a que hace referencia el título del informe se refiere a los apartamentos turísticos, pero, como resulta obvio, también a los hoteles.

La pregunta interesante, llegados a este punto, es cómo se produce el desplazamiento. Según Cócola, demasiado a menudo es de forma indeseada por el afectado, con técnicas de acoso.

Si se trata de pisos turísticos, la respuesta es de sobras conocida. Los horarios de los turistas y de quien de noche pretende dormir para ir a trabajar temprano no suelen coincidir. Basta un primer piso turístico en la escalera para que la cadena de desplazamientos dé comienzo. “Irónicamente -explica el autor-, la estrategia normal para acosar a los vecinos es abrir un apartamento turístico en el edificio”. Una víctima entrevistada por Cócola profundiza en ello. “En mi edificio, 14 de las 20 viviendas eran pisos turisticos. Algunos eran verdaderos albergues. La noche se convirtió en una obsesión. Decidimos denunciar, pero luego necesitas abogados, dinero, más energía que se te va. Demasiada presión”. Es por culpa de procesos traumáticos como este que, según Cócola, 2.300 viviendas del Gòtic han sido reconvertidas en alojamiento turístico, un 35% de las 6.461 censadas en el barrio.

En el caso de los hoteles es distinto, pero no mejor. El estudio relata un caso de la calle de Lledó. Lo cuenta un afectado, que no intuyó de entrada lo que podía ocurrir cuando una empresa hotelera compró algunos de los pisos. “Cuando lo vecinos se fueron marchando y el hotel tuvo la mayoría en la comunidad, aprobó una inversión que ningún propietario pudo asumir. Tuvimos que vender. Y como el hotel era el único comprador, el precio que nos pagó fue irrisorio”.

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El Monopoly es uno de los juegos de mesa más populares del mundo. Nadie, sin embargo, desearía vivir en uno de esos tableros. El problema es que el Gòtic cada mes que pasa se parece más a la fase final de una partida. El ecosistema vecinal tradicional de un barrio ha dejado paso a un nuevo hábitat en el que predominan las camas turísticas. En los barrios céntricos de Londres, la vivienda social alcanza el 25%. Es algo promovido por las autoridades. En Nueva York se bonifica fiscalmente a quien no sube el precio de los alquileres y más aún a quien los baja. En Ciutat Vella, solo un 1% de los pisos son sociales. No hay norma que regule el mercado. Monopoly en estado puro.

CÍRCULO VICIOSO

El informe, en resumen, sistematiza la información ya conocida y añade datos nuevos. Pero queda una última cuestión. ¿Es esto una gran burbuja? Cócola aventura que sí. En su trabajo de investigación solo lo apunta tangencialmente. En una conversación posterior, profundiza en ello. Su exposición merece la pena ser escuchada. “Una burbuja es un proceso especulativo. No se basa en una demanda real. La burbuja inmobiliaria, por ejemplo, estaba sostenida por la posibilidad de crédito. Entre el 2000 y el 2008 se construyeron en España más casas que en toda Francia, Alemania e Inglaterra juntas. El sector turístico también se sostiene gracias a la ilusión de que el número de turistas seguirá creciendo. Pero es una ilusión. Hay muchos proyectos en construcción que, como en el caso de la burbuja inmobilaria, se basan en el crédito. Esto implica que para mantener los actuales niveles de ocupación y beneficio, Barcelona tendrá que aumentar su promoción, estimular la demanda y, por lo tanto, dar cabida a más visitantes”. Añade que ni constructoras ni hoteleros permitirán que se regule el crecimiento o se le ponga freno. "Barcelona ha entrado en un círculo vicioso", dice, "difícil de corregir a corto plazo, con el agravante de que las estadísticas oficiales revelan claramente que este enorme negocio no ha impedido que crezcan las desigualdades sociales, justo lo contrario de lo que sostiene el lobi turístico".