CAOS FERROVIARIO

La estación fantasma del incendio suele ser refugio de indigentes

Bomberos, guardias urbanos y operarios de Adif trabajan en la zona del siniestro que ha causado el caos en Rodalies.

Bomberos, guardias urbanos y operarios de Adif trabajan en la zona del siniestro que ha causado el caos en Rodalies. / periodico

VÍCTOR VARGAS LLAMAS / BARCELONA

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El olor a quemado aún flota en los alrededores de la parada de Bifurcació-Vilanova horas después de que se sofocara el conato de incendio que ha puesto en jaque la movilidad sobre raíles del centro de Barcelona. Humos, hedor y muchos rumores sobre la vida que se desarrolla bajo el puente de la calle de Tànger. Todo parece irreal en una estación que nunca acabó de serlo. Hasta que la suciedad del entorno agreste que la rodea se torna testimonio definitivo de que hay vida en la estación fantasma. Maletas, harapos, bolsas de plástico e incontables garrafas tras el agujero por el que se puede acceder al interior del recinto ferroviario junto a un almacén de bebidas.

“Por ese hueco se cuelan los indigentes. Suele ser gente joven, que pueden pasar por ese agujero a ras de tierra y saltar por las vías. Prefieren hacerlo cuando empieza a oscurecer y se sienten más seguros de las miradas de los vecinos y a salvo de la presión policíal”, explica Manuel Marina, buen conocedor de la zona como guía de rutas turísticas ferroviarias y por toda la ciudad. “Aprovechan las instalaciones de una parada que nunca se inauguró pese a estar casi lista: escaleras, parte del mobiliario y, sobre todo les permite resguardarse; por eso hay ropas y colchones ahí adentro”, relata Marina. “De los espacios ferroviarios abandonados de la ciudad, seguramente sea el más accesible”, destaca.

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La estación, ubicada en la línea de Barcelona a Manresa, entre Arc de Triomf y Clot-Aragó, no se llegó a poner en marcha pese a culminarse a finales de los 60, ante el desencuentro de las autoridades sobre su futuro “por tener dos estaciones grandes tan cerca”, expone el ingeniero de Caminos Jordi Julià. En los 80, en el marco del plan de remodelación ferroviaria se aprovechó la amplia superficie de la parada “para realizar un salto del carnero”, poner a diferente nivel dos líneas, “en este caso las dos vías procedentes de Mataró y las dos de la línea de Vic y Terrassa”, añade Julià. Es la única estación abandonada de tren en Barcelona. En la red de metros, la única famntasma es la de Gaudí, mientras que otras, como Correus o Banc solo conservan restos de escombros tras obras de prolongación o ensanche.

ALMACÉN Y COBIJO

El espacio a cubierto y la amplitud de sus instalaciones es terreno abonado para parte de los habituales de esta zona del Poblenouinmigrantes sin apenas recursos, que en la mayoría de casos se buscan la vida en las naves abandonadas del entorno. La mayoría “almacena chatarra y busca cobijo” ante las inclemencias del tiempo, explica Valeri Jutglar, que regenta un bar cercano. “Pero de tanto en tanto ves a grupos salir del túnel hacia afuera por las mañanas; no parece que sea algo permanente, sino más bien que ocupen el lugar de tanto en tanto porque en el vecindario se cree que van cambiando el sitio donde dormir”, explica. “Hace al menos dos semanas que no veo a ninguno”, añade.

El marroquí Yasín, que pernocta y guarda su chatarra en el local que hay justo al lado de la estación fantasma, también los ve desfilar “pero solo de vez en cuando”. La versión de Valeri y de Yasín es compatible con la ofrecida por las autoridades municipales y Adif,  que dicen no tener constancia de un asentamiento estable en este espacio. No lo tienen los educadores de calle, que conocen bien el barrio por las numerosas intervenciones en las naves del entorno. Tampoco el gestor ferroviario ha recibido denuncias de que haya una comunidad estable en la zona. “Aquí es muy habitual el vandalismo grafitero y aunque es evidente que la acumulación de escombros demuestra que hay gente que pasa la noche aquí, yo no los he visto nunca”, explica un miembro de seguridad que opera en la zona.

PENURIAS

Inquilinos fantasma en la estación fantasma. “El único que siempre está por aquí es un señor mayor que tiene su espacio en una especie de parterre y dedica su vida a cuidar y dar de comer a los gatos del barrio”, explica Paquita, una vecina. La dificultad de censar a la comunidad itinerante que se deja caer por la estación es bien conocida por Fundació Arrels y el resto de oenegés que trabajan con los sintecho de la ciudad. Su director, Ferran Busquets, habla de una estimación de en torno a 400 personas que  viven en asentamientos urbanos por cerca de 900 que pasan la noche en cajeros y espacios similares.

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En Arrels no se dedican a trabajar con los asentamientos, pero conocen bien la realidad de la calle y saben que cuando la necesidad aprieta, unas instalaciones abandonadas pueden ser una buena solución. Busquets apela justo a esas penurias para que el incidente ferroviario no se use para “criminalizar al colectivo”, sino para todo lo contrario. “Esto debería despertar la indignación de quienes corren mejor suerte; todos deberíamos tomar conciencia de que nadie debería vivir así”.