Esnifar cola: Un hábito devastador e intermitente durante tres décadas

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P. C. / G. S. / BARCELONA

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En 1984 revistas como 'Tiempo' e 'Interviú' dedicaban ríos de tinta al fenómeno de los "niños drogadictos por inhalar cola". El badalonés barrio de San Roque y el centro de Barcelona eran sus epicentros. Los precoces adictos sucumbían preferentemente ante el Precolan, con alto porcentaje de disolvente y efectos alucinógenos, pero también por cualquier pegamento de carpintero. Los efectos eran demoledores para la salud, pero ellos relataban "presión en la cabeza, un mareo divertido, risa y, si te pasas, alucinaciones". No podían dejarlo, pese a su corta edad. Muchos comerciantes con conciencia dejaron de despachar esos productos en Ciutat Vella durante años. 

Pero como un río, y tras unos años de aguas tranquilas, esta modalidad de drogadicción barata y al alcance de cualquiera repuntaba cíclicamente. Incluso desbordado, como cuando un joven de 22 años murió en Les Franqueses del Vallès, en 1995, tras haber inhalado disolventes de forma continuada, según reveló la autopsia, y mientras llegaban noticias de otras muertes en diversos países.

Durante los años 2000, 2001 y 2002, la práctica de inhalar pegamento volvió a ser noticia en Barcelona. En el 2000 los vecinos del Casc Antic pidieron soluciones ante la inseguridad (robos y peleas) que protagonizaban los menores que inhalaban. En el 2001 la Delegación del Gobierno en Catalunya estimaba que unos 120 menores inmigrantes que sistemáticamente huían de la tutela de la Generalitat eran adictos a la cola. Estos niños de la calle sumaron en medio año unas 800 detenciones por parte de la policía, más dos centenares a cargo de la Guardia Urbana. En junio de ese año se pactó destinar a 43 agentes a esta problemática, sumando al consistorio barcelonés y la Generalitat para abordar su desintoxicación. Sanitat elaboró un programa que incluía su ingreso temporal al considerar que la adicción no podía abordarse de forma ambulatoria.

En el 2002, el barrio de La Bordeta, en Sants-Montjuïc, se movilizó porque 12 jóvenes magrebís, aparentemente mayores de edad, se instalaron en una casa abandonada de la calle de Parcerisa, donde inhalaban disolventes de forma continuada y se mostraban tan violentos que atemorizaron al vecindario. 

Durante unos años, este peligroso ritual pareció extinguirse, con puntuales conatos, como en el 2007, hasta que hace unos meses fue detectado de nuevo. En algunos casos en puntos del Raval y, sobre todo, en el Casc Antic.