Análisis

Entre el 'low cost' y el cambio climático

Manifestación en la Barceloneta contra el turismo de borrachera, el pasado jueves.

Manifestación en la Barceloneta contra el turismo de borrachera, el pasado jueves.

MARÇAL TARRAGÓ

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El caso Barceloneta nos ha puesto a todos delante de un espejo propio de Alicia y el país de las maravillas. ¿Modelo de comercio y  restauración de proximidad, o modelo de exportación (para turistas y visitantes)? ¿Modelo de excelencia o modelo low cost (o mejor low price)?

Tenemos (gracias al 92, no lo olvidemos) una ciudad y un destino de excelencia. Pero no hemos sabido gestionar la excelencia que supone la marca Barcelona. Este verano la prueba más punzante de esta incapacidad es el cambio climático (del clima social y urbano) que viven los vecinos de la Barceloneta.

Las ciudades son, además de su forma urbana y por encima de ella, sus usos y la forma como los ciudadanos los disfrutan. No es, obviamente, mi rollo, pero hay que recordar que la Barceloneta es el proyecto urbano para realojar a los vecinos de la Ribera después de los hechos de 1714. Una forma urbana y unos usos coherentes que se han mantenido durante más de 250 años.

Mantener la excelencia

La excelencia, más las facilidades incontroladas (¿o incontrolables?) que ofrece internet, más el mercado (siempre bussines friendly), han puesto a la Barceloneta en el mapa de los destinos low cost. Probablemente el problema, más allá de la convivencia vecinal, sean los cambios en los usos urbanos de los locales a pie de calle. Un turista low cost, además de alojamiento a bajo precio, demanda una restauración de bajo precio y un comercio de bajo precio.

Y es aquí cuando se produce el efecto mariposa sobre el cambio climático (social y urbano). El comercio de proximidad, el bar de la esquina, el barbero... son sustituidos por una nueva oferta que (no puede ser de otra manera) responde a la llamada del mercado. El cambio climático se nota, sobre todo, en el paisaje urbano. Y es aquí donde está la máxima contradicción. La excelencia de la ciudad es, en gran parte, la de su paisaje urbano, es lo que nos hace reconocibles y singulares, lo que nos hace atractivos. Si la ciudad, y especialmente sus usos, se convierten progresivamente en clónicos, dejará de ser singular y atractiva.

Los franceses tienen una expresión muy gráfica para definir estos procesos: saucissoner, es decir, ir tirando a base de cortar y comer un trozo de embutido para sobrevivir. Pero el embutido se acabará y el low cost, con sus cambios climáticos sobre el paisaje urbano, acabará con la excelencia.

No basta con los planes de usos, que llegarán tarde. Es preciso que haya convicción en la defensa de los atributos de lo que ha sido un modelo de excelencia. Las imágenes que hemos podido ver en los últimos días (desde piscinas hinchables en plena calle hasta compradores desnudos en la puerta de un supermercado) son más que escalofriantes. Enviar inspectores para ver si los pisos turísticos tienen o no licencia sirve de bien poco. Detrás de los pisos turísticos hay, además de agencias inmobiliarias, alquiladores.

Ya hace años que geógrafos urbanos, arquitectos, economistas y sociólogos advierten del proceso de transformación de este barrio de Barcelona. La división de las casas de quart en lugar de su rehabilitación (y posiblemente la agrupación de pisos para conseguir mayores dimensiones) ha sido, entre otras cosas, el detonante de la situación. Hay que repensar integralmente la Barceloneta. Marinas de lujo y sucursales de museos para nuevos ricos no ayudarán al proceso.

Para afrontar este cambio climático hay que plantar cara a una concepción de ciudad demasiado sumisa y amigable (en los últimos tiempos) con los negocios. No todo vale, aunque sea de bajo coste.