LOS RECUERDOS DE BARCELONESAS CENTENARIAS

Enamoradas de Barcelona

Dolors Rebés, en el salón de su casa, en el Eixample.

Dolors Rebés, en el salón de su casa, en el Eixample. / JOAN PUIG

CARLOS MÁRQUEZ DANIEL / BARCELONA

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Hay que escuchar a Dolors y a Montserrat con la imaginación, con la recreación mental de todos y cada uno de sus recuerdos. Es así como uno puede trasladarse a la Barcelona de los años 20 y 30 del siglo pasado. Y comprobar hasta qué punto la ciudad se ha transformado.

Dolors Rebés nació el 24 de agosto de 1918. Montserrat Roura hacía lo propio el 13 de abril de 1919. Ambas dieron el primer llanto antes de que la capital catalana completara su expansión, con la absorción del pueblo de Sarrià y algunos pedazos de Sant Adrià y L’Hospitalet. Montserrat recibe a este diario en su piso de Rambla de Catalunya, una maravilla de techos altos y bellos suelos hidráulicos. Luce la medalla que le regaló su ‘padrina’ al nacer, una joya de Masriera por la que siente especial cariño. Su madre dio a luz en el piso de debajo, así que esta simpática bisabuela siempre ha vivido entre las mismas paredes, a excepción del año que pasó en Francia internada o el año y medio que la familia tuvo que refugiarse en Arenys durante la Guerra Civil. La señora Dolors vive cerca de la Casa de les Punxes. Una vivienda amplia, de paredes repletas de cuadros. Y fotos, muchas fotos.

RECUERDOS NÍTIDOS

Los recuerdos de estas mujeres casi centenarias son nítidos. Les viene a la cabeza el tranvía “que te llevaba a cualquier parte”, las calles adoquinadas, los carruajes, los hombres con sombrero, la policía con el silbato y los escasos automóviles de su infancia. El concepto de lejos y cerca era distinto. Por eso Collserola les sonaba a Pirineo. Como mucho, alguna visita al parque de atracciones del Tibidabo. Rebés nació y creció en una casa de Santaló esquina Plató. Todavía existe, pero está muy cambiada. “Lo que sigue igual es la pequeña puerta por la que salíamos a los campos”. Porque sí, efectivamente, aquí antes, todo eran campos. Esta era una zona fronteriza entre la ciudad y el Sarrià de veraneo de la Barcelona pudiente. “Al principio había muy pocas casas”.

“Recuerdo Muntaner, una calle llena de tilos. Ya teníamos aceras, y hablábamos de bajar a la ciudad, porque nos sentíamos en las afueras”. Cuando iban a Barcelona llevaban la cabeza cubierta y les acompañaba “una madame”. “No nos dejaban ir nunca solas”. 

Montserrat también tiene muy presentes los tilos del paseo central de Rambla de Catalunya, que entonces era un corredor de tierra abrazado por laterales por los que discurría el tranvía. Lo usaba para bajar a plaza de Catalunya “porque ahí es donde se podía comprar de todo”. Habla de una ciudad algo desordenada, que con el paso de los años no supo dar respuesta al ‘boom’ de los coches: “Aparcaban por todas partes, en medio del paseo, en las aceras”. Se acuerda de mediados de los años 20. Los jueves, su abuela se la llevaba a un cine-teatro en el edificio Kursaal, un poco más abajo de su casa. “Teníamos cuatro butacas reservadas. Veíamos películas mudas o marionetas. Recuerdo que la pantalla era muy grande”. Su padre fue uno de los primeros en el barrio en adquirir un coche. Un Maxwell.

PILOTO DE AVIONES

Quizás por eso a ella le gusta tanto conducir. A los 96 años sigue a los mandos de su pequeño utilitario -“me encanta conducir por Calvo Sotelo”, comparte- , a pesar de que sus hijos y nueras la lanzan indirectas para que cuelgue el volante. Tienen suerte de que no consiguiera cumplir otro de sus sueños: ser piloto de aviones. En 1929, Montserrat, con 10 años, participó en la inauguración de la Exposición Universal de Barcelona. Vestida, ella y toda su clase, con el  traje blanco de comunión, posaron, junto a otros colegios en el paseo de Maria Cristina.

Los fines de semana eran caseros. Ambas familias disponían de una casa en el Maresme, pero el concepto de segunda residencia se reservaba para el verano. “Venían amigos a casa y pasábamos las tardes en el piso de arriba. No teníamos la costumbre de salir”. Coinciden en el hábito hogareño, quizás sus padres pensaban que en ningún lugar iban a estar mejor que en casa.

Dolors y Montserrat, que, por cierto, son consuegras, son dos enamoradas de Barcelona. Les cuesta encontrar algo que echen de menos de los años 20. “Quizás aquellos campos en los que correr”, aporta Dolors, que adora sus momentos sentada en el paseo de Gràcia viendo a la gente pasar. A la señora Roura le encara que hoy sea “una ciudad tan cercana, que no te agobie caminar por la calle”.