CAN BARÓ. RUIDO COTIDIANO: OBRAS, TRÁFICO, BASURA
«Desde junio deseo que llegue el invierno»
ANDREA VON SEGGERN . 48 AÑOS. COMERCIAL
Andrea von Seggern vive en una casa adosada en el barrio de Can Baró, en Horta-Guinardó, donde se instaló hace tres años con su marido. Se enamoraron de la casa en cuanto la vieron: era luminosa, el entorno era agradable y amplio, y sobre todo, la zona parecía tranquila y alejada del bullicio cotidiano del tráfico, de las obras permanentes en las calles, de ese día a día en Barcelona que es tan ruidoso. El día que fueron a ver la casa, les sorprendió que las ventanas estuvieran cerradas en pleno agosto, pero no le dieron importancia. Ahora saben por qué: el ruido.
Su contrato de alquiler cumple dentro de año y medio. «No renovaremos -dice convencida-, aquí no hay quien descanse».
Con el tiempo han descubierto que lo que parecía una calle tranquila es un lugar de paso -al final de la calle, una escalera mecánica conecta con la carretera del Carmel- y a lo largo de la acera hay instalados varios asientos. «Aquí la gente hace mucha vida en la calle. Los vecinos se pasan las horas sentados hablando y la gente joven alarga la tertulia hasta la madrugada». El ruidoso estilo de vida se hace aún más evidente en verano. «Desde junio deseo que llegue el invierno», confiesa Von Seggern, que se ha acostumbrado a dormir con tapones.
Ella llegó de Oldenburg, en la Baja Sajonia (Alemania) hace 14 años. Ya entonces se dio cuenta de que Barcelona era una ciudad ruidosa. «Siempre me ha sorprendido el jaleo en las calles, bares... Viajo a menudo a Berlín y allí todo es más silencioso», explica. Está convencida de que es una cuestión cultural y, en este sentido, asegura que no tiene nada que criticar: cada país tiene sus costumbres.
LA BASURA / Es cierto que no entiende ciertas costumbres , pero mucho menos aún que el ayuntamiento haga normativas para salvaguardar el descanso de los vecinos y en cambio contribuya al ruido cotidiano. Von Seggern explica que delante de su casa hay dos contenedores de basura. Desde el pasado febrero, el camión que pasaba a vaciarlos diariamente a las once de la noche, lo hace entre las dos y las seis de la madrugada. «Los golpes, el ruido del motor... me despiertan cada noche, incluso con tapones. Tardan un rato y luego cuesta conciliar el sueño -afirma- ¿Qué fue de aquello de predicar con el ejemplo?»
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