El deleite de los Lluïsos

Una actuación durante la fiesta de inauguración, en Gràcia.

Una actuación durante la fiesta de inauguración, en Gràcia.

MAURICIO BERNAL
BARCELONA

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Cuando le preguntan qué significado tienen para él los Lluïsos, Oriol Hosta enseña el vendaje que lleva en el dedo corazón de la mano derecha, lo bastante trajinado como para enseñar a medias el dedo hinchado que estuvo a punto de perder, y recuerda el día en que se accidentó en la moto, hace poco, y la escena que tuvo lugar mientras aguardaba en el Hospital de Sant Pau. «No sabía si perdería el dedo y estaba allí, en el box de urgencias, esperando, hecho polvo, cuando de pronto veo a un chico que es monitor del esplai, y que estaba allí haciendo prácticas de traumatología, y en cuanto lo vi, pues la verdad, fue como ver a un hermano, me sentí bien, me sentí reconfortado. Esa fue mi sensación».

Ser un lluïso para el presidente de los Lluïsos significa pues tener una familia de mil y pico de personas, y que cualquiera de ellos tenga ese poder de reconfortar, de transportar consigo ese calor de hogar. Así que como una gran fiesta familiar, abierta al barrio y a la ciudad, hay que entender la celebración que tuvo lugar ayer en la sede de la entidad graciense, que cumple 160 años y estrena la remodelación flamante de su sede. Los Lluïsos están de plácemes y lo demostraron ayer, con un festejo multitudinario que duró todo el día.

Tres millones de euros

Un año y tres millones de euros después, la entidad fundada en 1855 por el sacerdote Jaume Alsina, entonces con el nombre de Corte Angélica de San Luis Gonzaga de Gracia, se siente preparada para encarar el futuro. «Hemos hecho los Lluïsos de los próximos 100 años -sentencia Hosta, que hace cinco, en septiembre del 2010, se convirtió en el 51º presidente de la entidad-. Hemos hecho un edificio de futuro pensando en que seguiremos creciendo, en actividades y en número de socios».

Las obras han agregado metros cuadrados al edificio gracias a la incorporación de una planta subterránea, lo han modernizado en términos de accesibilidad, espacio y luz y lo han dotado de un terrado y un nuevo teatro, capital esto último, pues los Lluïsos quieren que su sala reciba el mismo trato que cualquier otra del circuito barcelonés. «La reforma ha generado mucha expectativa, y mientras que el año pasado nos movíamos siempre por debajo de los 1.200 socios, 1.180, 1.195, esta semana hemos superado ese listón. La gente sabe que van a pasar cosas muy interesantes y quiere estar aquí para verlo, quiere participar».

En el libro editado para celebrar los 150 años de la entidad, hace una década, aparece el padre Alsina retratado con un solideo y una formidable barba blanca, espesa y larga, que le llega hasta el pecho. El párroco nacido en Mataró en 1813 fundó una entidad de inspiración cristiana que definió como «una asociación de jóvenes para la buena moral bajo los auspicios del angélico patrón de la juventud», y a la que podía pertenecer «todo joven soltero, cualquiera sea su carrera o posición en la sociedad, con tal que sea decente, es decir, que no sea vicioso, ocioso o desaliñado». Más que por su nombre oficial se le conocía como el Gimnasio de los Luises -una de las dos entidades de cuya fusión había surgido- y eran eso, luises, no luisas, pues las mujeres no tenían cabida. Tuvo que pasar más de un siglo desde la fundación hasta el año de 1969, cuando («no sin tensiones y resistencias») la asamblea general aprobó la mixtura.

Sin renegar ni mucho menos de sus raíces cristianas, los Lluïsos enfocan hoy su vocación formativa al mundo de los valores: el civismo, la solidaridad, la tolerancia. «Nos consideramos una escuela de vida, una escuela que brinda a sus alumnos una serie de vivencias interesantes, capaz de educar en valores como el respeto y el trabajo en equipo», dice Hosta.

Muchos jóvenes

El presidente de los Lluïsos tiene motivos para sentirse orgulloso, pero por encima de todo hay algo que le permite mirar con optimismo al futuro: que la entidad está tomada por los jóvenes. «El 30% de nuestros socios son jóvenes menores de 18 años, y el 50% son menores de 25. En ese sentido somos la envidia de muchas entidades, muchas que solo tienen gente mayor, o que sobre todo tienen gente mayor, pero, ¿sabe por qué es eso? Pues porque nos lo curramos. Nos lo curramos».

Hablaba Hosta sentado a una mesa del nuevo bar -otro motivo de orgullo-, y cuando levantaba la vista el paisaje le daba la razón. Jugadores de básquet. De pimpón. Coristas. Actores maquillados y listos para entrar en escena. Era viernes por la tarde y el lugar bullía.