Del mojito a la paella

buscavidas y empresarios foráneos se lanzan a hacer el agosto con los miles de viajeros atraídos por un barrio con playa

PATRICIA CASTÁN
BARCELONA

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Entre los coches aparcados en la Barceloneta, un grupo de paquistanís prepara mojitos a toda velocidad. Ningún alarde de mixólogo, ni herramienta. Más bien el colmo del cutrerío: hielo y menta con las manos. Y bebida de tercera división. El objetivo es la venta al descuido en la playa, sin ser cazados por la policía y tratando de confundir al guiri despistado que cree que esa bandeja proviene del chiringuito más cercano. Los lateros completan la oferta. Y los súpers abastecen teóricamente hasta las 23.00 horas de alcohol al que busque suministro barato. «Ir bebiendo por la calle una cerveza, incluso en bicicleta, es algo normal aquí», brama Sergio Arnás.

May Casas, también de La Barceloneta diu Prou, se suma a la queja de que la oferta tiene un «efecto llamada» en el tipo de viajero. De ahí el riesgo de un círculo vicioso. «Antes la gastronomía atraía a un estilo de turista», razonan. El nuevo repertorio de comida rápida, patines de alquiler y pisos a pie del mar donde se suelen alojar más viajeros de los contratados dan como resultado la atracción de un turismo más de sol y playa y bajo presupuesto, aducen.

Paisaje cambiante

Como avanzó este diario el año pasado, la presión inmobiliaria en el paseo de Joan de Borbó disparó la demanda de locales comerciales a precio de oro. Un coste que solo están dispuestos a abonar empresarios foráneos (sobre todo de Pakistán), que abren supermercados de conveniencia -encabezados por licores variados-, o adquieren los restaurantes de siempre, en los que mantienen el antiguo nombre pero perpetran paellas a su manera, a un precio inferior al de los restaurantes tradicionales. Apenas un puñado de autóctonos siguen defendiendo una oferta de calidad de arroces y pescados.

Cambiando de estrategia, la plataforma vecinal decidió esta primavera que antes que llegar a las manifestaciones en la calle (germinadas en una asamblea el pasado 12 de agosto), tratarían de imponer la pedagogía al viajero. En el último mes han repartido 3.000 folletos que ellos mismos han editado, donde explican en inglés, francés, italiano y alemán que «Barcelona tiene mucho que ofrecer a los visitantes que la respetan», pero el barrio está «en pie de guerra» contra los incívicos y los que se alojan en sus pisos. También argumentan cómolos pisos turísticos encarecen la vivienda en la zona, expulsan al vecino y destruyen el ambiente de barrio, con tantas idas y venidas de foráneos con maletas. La campaña acaba este fin de semana. El resultado está por ver.