El decano de la cultura tiki cumple 46 años

Kahala, la sublimación del paraíso polinesio, pasa a formar parte por méritos propios del patrimonio de establecimientos emblemáticos de Barcelona

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CARLES COLS / BARCELONA

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El distrito barcelonés de Les Corts publicó el pasado abril una guía de 78 páginas con los establecimientos que le dan ambiente de barrio a (perdón por la redundancia) sus barrios, lo cual no es fácil en los tiempos que corren. Les Corts, por ejemplo, es la antítesis de Sant Antoni como el Gòtic lo es de Roquetes. La guía es formalmente muy sencilla, pero la suma de tiendas compone un cuadro general envidiable, no solo por los decanos de la lista, como la farmacia Antiga, de la plaza de la Concòrdia, de 1860, o la merceria Calsina, de 1936, sino también por locales cuya fama pasa de padres a hijos no por tradición oral, sino bucal, como el Frankfurt Pedralbes, abierto al público desde 1963. Pero en la larga lista de esa guía destaca por su exotismo (cuestión de gustos, qué se le va a hacer) el Kahala, el primer bar hawaiano de Barcelona, para los etimológicamente más puristas, el primer bar tiki, que abrió sus puertas el 21 de abril de 1971 y, qué caray, en una ciudad tan serpentina como esta, habituada a cambiar de piel cada pocos años, va y ahí sigue. Toca, pues, ponerse la casaca del capitán Christian Fletcher e ir a conocer a Nicolás Pacielo, fregaplatos del Kahala desde 1974 y dueño del local desde 1984. A los mares del sur en autobús. Así, sin más.

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La occidentalización de la cultura tiki va camino de cumplir pronto los 90 años, no en Barcelona, sino en Estados Unidos. La cosa tiene un par de padres. El primero fue Ernest Gantt, que en 1933 abrió un local de comidas y bebidas exóticas en Los Ángeles, decorado con decenas de suvenirs que se había traido de sus viajes por la islas del sur del Pacífico. Con antorchas y sillas de mimbre, el Don the Beachcomber, como lo bautizó, fue un exitazo. Algo parecido hizo en Oakland, también California, Victor Bergeron. A este otro visionario hay que ovacionarle por la original idea de servir los cócteles en jarras cerámicas con aspecto de tiki, las esculturas polinesias de grotescas formas humanas. En qué momento comenzaron a servirselos cócteles entre nubes de hielo seco no está claro, pero hay que reconocerle a esa ‘mise-en-scène’ tanto o más mérito que a la propia receta de la bebida.

Nicolás llegó a España procedente de Uruguay en los años 70. Allí trabajaba como inseminador de oveja y vacas. La devoción por los asados que se profesa en aquellas latitudes puede que le convirtiera allí, en Uruguay, en una suerte de sumo sacerdote de Ishtar o de cualquier otra diosa de la fecundidad, pero aquí, ay, para ejercer esa profesión se requería entonces un título de veterinario, así que terminó, a su pesar, como simple monaguillo del dios Balay. La rutinaria ceremonia de lavar los platos, sí, pero fue esa ingrata profesión la que le llevó a ser dueño de uno de los pocos bares tiki que quedan en la ciudad.

{"zeta-legacy-image-100":{"imageSrc":"https:\/\/estaticos.elperiodico.com\/resources\/jpg\/1\/2\/1493893465321.jpg","author":"FERRAN SENDRA","footer":"La barra del Kahala."}}

Llegó a haber 14. Eso, en Barcelona. En L’Hospitalet solo había un bar tiki, lo cual parecerá anecdótico, sí, pero, cosas de la época, en ese las camareras iban en 'topless', no por recrear el ambiente que a finales del XVIII enamoró a Fletcher y su camarilla de amotinados del HMS Bounty, tampoco por aquello de despertar la vena artística de los clientes como si fueran Gauguin (cuyas pinturas, por cierto, Van Gogh admiraba porque no parecían pintadas con el pincel sino con el pene), sino porque en los años de la Transición no hubo ruptura política, pero sí moral. España no es Francia. En 1830, Delacroix pintó a la libertad guiando al pueblo francés con un pecho fuera. Un cuadro épico. Se exhibe en el Louvre. Aquí los pechos al aire fueron los del destape, los de la procaz Afrodita A de Go NagaiAfrodita A y los de las camareras de locales como aquel de L’Hospitalet, porque lo quen es la libertad, visto con la perspectiva de los años, apenas se desabrochó el corsé.

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Eso, en cualquier caso, es otro debate. Lo que toca aquí es la sorprendente longevidad del Kahala en una ciudad abonada a una permanente metamorfosis. Nicolás explica que a su local vienen ya los hijos de parejas que se conocieron entre jarras humeantes, bajo la atenta mirada de las pirañas de una de las peceras. Manolo el Largo, uno de los camareros de antaño, tuvo mucho que ver en ello. Cuando veía a jóvenes incapaces de romper el hielo, juntaba mesas y dejaba que el alcohol (¡aaaaah, el temible 'zombie') hiciera el resto. Pero tiene que haber algo más. Probablemente, los locales tiki no son más que una muestra de la inquebrantable voluntad del hombre de ciudad de evadirse, de idealizar los supuestos paraísos de la Tierra, de parquetematizar, de olvidar, a fin de cuentas, que Fletcher, ¡glups!, terminó muerto a hachazos a manos de los indígenas. Los tiki son, a fin de cuentas, lugares que no existen puertas afuera, ni en los mares del sur, por eso permanecen inmutables, en mitad de una ciudad en permanente cambio. Quizá algún día el Kahala hasta sea de lo poco auténtico que quedará en Barcelona. Sí, parece exagerado dicho así, pero es que una parte de ron jamaicano, otra de ron añejo, lima, limón, piña, fruta de la pasión, angostura y sirope de almendra produce extrañas ensoñaciones...  

Salud.