EL USO DEL ESPACIO PÚBLICO

Grafitis sin carreras

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CARLOS MÁRQUEZ DANIEL / BARCELONA

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Los cuatro tienen tarjeta de visita. Para el neófito, para el que va cargado de ideas prefabricadas, es un detalle que llama la atención. Pero no debería, porque el mundo del grafiti ha evolucionado, como lo ha hecho el estilo de estos cuatro artistas urbanos. Empezaron en la clandestinidad, donde se lanzan todos los que han sentido la llamada del espray. Pero ellos, como muchos otros, han pensado que ya es hora de dejar de pintar con un ojo puesto a ambos lados, no fuera a venir el propietario de la persiana, un policía o un vecino de la portería. Sacan partido del proyecto Murs Lliurestatuando paredes municipales. El único defecto, que su obra es efímera. Lo bueno, que pueden fotografiar su obra, darla a conocer en internet y promocionarse.

Dase tiene 25 años y empezó en el grafiti a los 15, en Mollet. La marea del hip hop le llevó a arrancarse con las firmas, esa tipografía con la que se identifican y que les sirve para marcar el terreno. Explica que tienen tres maneras de ganarse el respeto de los demás: “Calidad, cantidad y cojones”. Lo primero y lo segundo está claro. Lo tercero hace referencia a la valentía de “pintar trenes, comisarías o furgones de policía”. A  él no le interesa que le conozcan por su coraje ante la autoridad. No le apetece correr, vamos.

CUANDO ERA FRESCO Y EXÓTICO

Akore es de Barberà del Vallès, tiene 40 años y pinta desde los 13. Se inició en el grafiti en un momento en el que pocos lo hacían. “Era algo nuevo, muy fresco, exótico”. Al igual que Dase, es diseñador gráfico, y hace un año que empezó a usar Murs Lliures como una manera de demostrar que "todo evoluciona, que no hay que quedarse en la esencia ilegal del grafiti”. Mr. Sis, de 36 años, había estampado Barcelona con su firma, pero no se puso con los murales hasta hace dos o tres años. “Ya estoy mayor para salir corriendo, por eso decidí pintar en lugares que no den problemas”.

Chan, de 37 años y también vecino de Barberà, empezó en 1992, durante la segunda oleada del grafiti en Barcelona. La primera, cuenta, fue a mediados de los 80. Su hermano mayor le metió en esto, primero -parece algo habitual- con las firmas, más tarde con los murales. Como la mayoría de sus compañeros, ha sido ‘trenero’, palabra que usan para definir al que pinta vagones, una etapa de la que no rehuye aunque ahora busque “fórmulas más cómodas”. Es así, como el resto, que terminó contactanto con Rebobinart para entrar en la lista de más de 2.300 artistas urbanos que de manera habitual piden hora y muro para estampar su sello.

OBRA EFÍMERA

Murs Lliures, y ahora, Wallspot, es un proyecto pionero en el mundo, pero tiene el hándicap de la limitación de espacio. Este detalle, unido a la gran demanda, provoca que las obras sean extremadamente efímeras. Algunas, aunque el grafitero ha empleado entre tres y más de 12 horas, desaparecen al día siguiente. Sucede en un mundo en el que, por norma, y en ámbito más clandestino, se respeta al que ha llegado antes.

{"zeta-legacy-image-100":{"imageSrc":"https:\/\/estaticos.elperiodico.com\/resources\/jpg\/2\/7\/1476457524672.jpg","author":"JOAN PUIG","footer":"Uno de los muros cedidos por el ayuntamiento a los grafiteros, en el parque de las Tres Xemeneies."}}

Dase tenía que grabar un vídeo sobre uno de sus murales y se encontró con que un compañero ya había pintado encima. Tuvo que volver a dibujar. Todos aceptan este precio, aunque les gustaría que se prolongara un poco el tiempo de exposición, algo que solo se podría conseguir si el ayuntamiento ampliara las paredes disponibles. A día de hoy, la capital catalana dispone de 1,5 kilómetros lineales de muros para grafiteros, una cifra muy por debajo de otras grandes ciudades europeas.  

Lo compensan fotografiando su obra y colgándola en internet, lo que también le ha venido muy bien para promocionarse. Pues no es lo mismo admitir que un dibujo en una persiana es tuyo, con las consecuencias que esto podría tener, que asumir la autoría de un mural legal.

ORDENANZA Y PASO ATRÁS

Santi defiende el sistema más allá de saltar la clandestinidad. Se acuerda de la ordenanza de civismo aprobada en tiempos de Clos, de cómo el ayuntamiento, a golpe de normativa, echó a todos los grafiteros de Barcelona. “La ciudad perdió mucho a nivel artístico, se dio un paso atrás brutal”. Muchos artistas se fueron a las rieras del área metropolitana, donde hoy cuesta encontrar un metro cuadrado sin pintar.

También podrían entrar en el círculo de las galerías, pero si algo caracteriza a esta tribu es que no le gusta que le digan lo que tiene que hacer. Mr. Sis lo define así: “No estoy a favor de comisariado, no quiero que controlen mi obra”. Por eso prefiere apostar por Murs Lliures, “porque es un escaparate, y si a alguien le gusta lo que haces, luego te puede buscar en internet”.

Algunos de ellos han tenido que escuchar amargas críticas de grafiteros que consideran que pintar bajo el manto municipal es un sacrilegioMarc Garciadirector de Rebobinart, empresa que gestiona los muros de Barcelona, cree que el enfado nace de la incapacidad de “darse cuenta de que las normas básicas han cambiado”. ¿Hacia dónde? Hacia una mayor democratización del grafiti, puesto que cualquiera, acabe de empezar o sea una leyenda, participa en igualdad de condiciones.

Con su tarjeta de presentación, pero sobre todo, con su manera de entender el arte urbano, estos cuatro artistas rompen el arcaico paralelismo entre grafiti y delincuencia. “Tenemos la etiqueta del vandalismo encima, y va a costar sacarla”. Si Barcelona les facilita más muros, todo será más fácil.