Cuando el jabalí es un malhechor

Eran solo cuatro, pero como Bonnie y Clyde, crápulas y malotes. Una brigada puso fin a sus correrías

Un jabalí.

Un jabalí.

Carles Cols

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A través de una fría nota informativa, la Conselleria d'Agricultura comunicó el pasado 2 de octubre que el Ayuntamiento de Barcelona le había solicitado ayuda para poner fin a la carrera delictiva de «un grupo de jabalís conflictivos del barrio de Les Planes». La nota proseguía. Relataba que varias personas, aunque no fuera nada grave, habían precisado atención médica por el comportamiento descarado de cuatro ejemplares del Sus scrofa, su nombre en latín, oportuno para el caso porque es decir jabalí e imaginar a Obélix junto a los bosques de Petibonum. El texto profundizaba en la raíz del problema, que no es otro que el cerdo salvaje le ha perdido el miedo al hombre, ya no se conforma con comer lo que encuentra o le dan en mano, sino que anda envalentonado y exige. Todo eso no es nuevo, pero fue leer «conflictivos» e imaginar a Alex y su banda de los Drugos, o mejor aún, a Bonnie y Clyde y sus tres intensos años de vida criminal, pues la banda del jabalí, al final, murió como aquella pareja de atracadores enamorados. Bueno, quizá no tanto. El coche de Bonnie y Clyde terminó con 167 agujeros de bala. Cuatro bastaron para acabar con esos cuatro jabalís canallas de Les Planes, pero incluso así impresiona. Total, que lo obligado era una cita en Collserola con esa unidad de agentes a los que se llama cuando el río de la vida salvaje se sale de madre.

El jefe es Jaume Bosch. Su categoría es esa, jefe. Aunque le duela, mola más la categoría de Víctor Pérez, uno de sus ayudantes. Un símbolo cosido en la manga indica que es agente mayor de fauna. El tercer hombre de Harrelson es Julián Antón. Son tres tipos curtidos con historias que contar, que es de lo que se trata, como la de aquel susto que se llevó una niña en el Tibidabo durante una excursión. «Llevaba el bocadillo en la mochila y, lo dicho, los jabalís ya no esperan mansamente a que les den la comida, la cogen por la fuerza», cuenta Bosch. Aquella niña, de unos 8 años, se la llevó a rastras el jabalí, que mordió la mochila y tiró con fuerza. Por suerte el padre reaccionó, que si no aquello acaba como una versión porcina de Greystoke.

La cita con la brigada es junto al pantano de Vallvidrera. La hora no es la mejor para avistar bestias. El tránsito de excursionistas es un no parar. Pero al atardecer y de noche aquel hermoso paraje se transforma. Bosch se agacha y señala las huellas de los jabalís en el barro. Se distinguen perfectamente de las de los perros. Las pezuñas del puerco dejan en el suelo una inconfundible muesca, como una delicada letra uve, que engaña, porque parece que debería ser un animal de grácil figura. Al contrario. «Hemos capturado por aquí algún ejemplar de unos 110 kilos», cuenta Pérez. Por aquello de facilitar las cosas al lector, ese era el peso de Ronaldo Nazario cuando parecía más un balón gigante de fútbol que no el fenómeno de las canchas que un día fue. Y luego están las hibridaciones. «Hemos visto cosas muy raras en la montaña», asegura Bosch. Levanta las cejas cuando lo dice, y eso acojona un poco.

Se refiere a antinaturales cruces entre jabalí y cerdo vietnamita, la penúltima mascota de moda en la ciudad, la que los dueños abandona en alguna curva de la Rabassada cuando deja de hacer gracia en casa y que, tras una cópula bajo algún pino digna de cine snuff animal, termina por criar ejemplares híbridos que, tal y como lo cuenta Bosch, podrían ser perfectamente el cartel del Festival de Sitges, look R. H. Giger.

Un cabrón, una monada

El jabalí, en resumen, es un plaga. No solo en Collserola, donde se calcula que hay unos 900, sino en toda Catalunya, donde se cazan unos 35.000 al año e incluso así la población crece. Lo que pasa es que en las zonas rurales nadie discute que es una plaga, pero en las áreas urbanas pasa por ser un animal simpaticote. Ahí está el cogollo del debate. Para un payés es un cabrón. Para un barcelonés, una monada. Pero puestos a ahondar en ese debate, hay más.

El caracol manzana y el mejillón cebra también son plagas, pero nadie cree que sean graciosas. Una explicación es, tal vez, que no son comestibles. En cambio, con castañas, y zanahoria, con romero, tomillo y vino de oporto o, mejor aún, con chocolate amargo y setas, un jabalí bien troceado a dados está delicioso. Lo reconocen hasta esos tres miembros del S.W.A.T. de la vida animal en la riba del pantano, pues en esta lucha no basta solo con conocer al enemigo, hay que haber probado su carne. La banda de los cuatro, en cualquier caso, que quede claro que no acabó en el horno, porque por rematar la cuestión, la triquinosis es común en los jabalís de Collserola. Que lo sepan los cazadores furtivos, porque los hay. Pero esa es una historia para otro día.

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