Me conformo con un rincón

Desayunar y leer la prensa al aire libre pronto será imposible en Barcelona gracias a una cruzada absurda del ayuntamiento

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RAMÓN DE ESPAÑA

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Todos tenemos pequeñas rutinas que nos ayudan a vivir. Son cosa nuestra y nadie nos las ha impuesto. Yo mismo, sin ir más lejos, tengo una de lo más inofensiva que consiste en desayunar en la terraza de un bar del barrio mientras leo el periódico. Esa era mi intención hace unos días cuando me planté en el Apeadero -Provença con Balmes- y me encontré con que todas las mesas, que eran cuatro y estaban pegadas a la entrada del local, habían desaparecido. Bueno, no del todo: quedaba una junto a la calzada, rodeada de motos y bicis y con vistas a un atractivo contenedor de basura. Consulté a los camareros al respecto y me dijeron que la cosa obedecía a una orden municipal de obligado cumplimiento. La excusa oficial, añadieron, era que, sin que yo ni nadie nos hubiésemos enterado, los ciegos del barrio no paraban de darse morrones por culpa de las mesas en la acera (de acabar con los que vemos, ya se encargan los ciclistas urbanos).

No negaré que ha quedado un espacio libre por el que pueden circular a sus anchas los devotos del patín y del Segway, aunque también podría haber sitio para una docena de manteros, pues creo que la competencia en el Paseo Marítimo empieza a ser feroz. El caso es que me he quedado sin leer la prensa al aire libre, y probablemente me lo merezco por no formar parte de ningún colectivo con cierta influencia en la sociedad. Sí, podría crear un grupo de lectores de diarios al fresco, pero teniendo en cuenta que nadie de menos de cincuenta compra un periódico ni que lo maten, dudo mucho poder reunir la cifra necesaria de firmas para recuperar mi rinconcito de acera. Antes, la calle era de don Manuel Fraga, como todos sabemos; ahora pertenece a cualquier masa humana que, a ser posible, represente una causa noble. Dejando aparte a colectivos con muy mala fama –nazis, pedófilos, coprófagos y demás chusma-, en Barcelona cualquier grupo –como decía el humorista George Carlin, 'never underestimate the power of stupid people in large groups'- puede tomar la calle de vez en cuando (especialmente, los corredores de absurdos maratones urbanos).

Este fin de semana, por ejemplo, habrá tenido lugar el desfile del Orgullo Gay, del que más te vale estar completamente a favor si no quieres ser tildado de homófobo o de facha. Puede que lo consideres una celebración cansina y rutinaria, trufada de mamarrachos, que te aburre a morir; puede que estés hasta las narices de esas drag queens aterradoras, de esos devotos del cuero que se achicharran bajo sus prendas, de esos tíos en calzoncillos que mueven el trasero en las carrozas y hasta de esos espontáneos que aprovechan para quedarse en bolas porque nada les causa mayor placer que enseñarle la picha a los transeúntes, pero has de decir que el desfile sigue siendo más necesario que nunca. Esas cosas que piensas solo las dice el sector más lúcido de la comunidad homosexual, pero nadie les hace ningún caso y más de un histérico les invita a volver al armario sin tan a gusto estaban.

A mí el día del Orgullo Gay me recuerda mucho a esas celebraciones de la familia cristiana que monta a veces el arzobispo de turno y a la que acuden todos esos ciudadanos pulcros con expresión de haber sufrido una lobotomía colectiva y pinta de ser del Opus. Exhiben a sus hijos como preciosos trofeos, pretenden imponernos su estilo de vida a todos y, con su actitud pasivo-agresiva de raíces jesuíticas, vienen a decirnos que los que no vemos la existencia como ellos somos unos desgraciados. Al igual que los del Orgullo, pasan mucho de vivir a su aire: tienen que frotarnos por las narices su maldita visión del mundo. Para eso se echan a la calle. Porque quedarse en un rincón de la acera leyendo el periódico les parece propio de pusilánimes sin una misión.

COSAS QUE SOLO PASAN EN BARCELONA

Estas cosas, claro está, no solo pasan en Barcelona. ¿Qué me dicen de los Sanfermines? ¡Cada año es lo mismo (incluidos los animalistas que se echan pintura roja por encima)! La única novedad reciente es que a algunos gañanes intoxicados por el vinazo les da por violar a una pobre mujer, pero para novedades así, casi mejor seguir con la versión original. ¿Y el carnaval de Río de Janeiro? ¿Puede concebirse una pesadez mayor? Cuando sale por la tele alguien diciendo que se ha tirado meses fabricando esos vestidos horrorosos, me entran ganas de decirle que deje de perder el tiempo y se busque un empleo decente; nada tengo en contra de esas mulatitas que están que crujen, pero, por el amor de Dios,  ¡menos samba y más trabajar! ¿Y para qué cubren las televisiones todos los eventos citados si es imposible discernir el último de los anteriores?

Pero no me hagan caso: solo soy un cenizo con un rebote del quince porque ya ni le dejan leer el periódico en una acera de su ciudad.

-La calle es de todos y no es de nadie. Pero si quieres ocuparla, más te vale formar parte de algún colectivo respetable.

-Desayunar y leer la prensa al aire libre pronto será imposible en Barcelona gracias a una cruzada absurda del ayuntamiento.