EXPERIENCIAS EN EL EIXAMPLE Y EL BORN

La conexión es el mantel

Una velada gastronómica y varios brindis suelen acabar con amistades sin fronteras

P. C.
BARCELONA

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Suena el timbre en su piso del Eixample izquierdo y Mónica Buzali suelta el guacamole con el que está rematando una poderosa ensalada mexicana para abrir la puerta al primero de sus invitados de la noche. Lleva medio centenar de convocatorias pero subyace cierto nerviosismo y emoción entre el maremágnum de ollas. Aparece Mitzi, una rubia estadounidense que está pasando una temporada en Barcelona y que en el pasado trabajó en México, por lo que se pirra por su gastronomía. No se conocen de nada, pero en cuestión de minutos comparten recuerdos y sabores pretéritos, mientras la clienta aporta voluntariamente una botella de tinto al encuentro, que esa noche cuesta 19 euros. «Siempre fijo el mismo precio para que esté al alcance de quien quiera venir», dice la cocinera.

Esa noche 10 recién llegados y la pareja anfitriona se sientan en su comedor. «Este es nuestro tope, más no sería cómodo», cuenta Mónica, arteterapeuta y administrativa en otros horarios. La mesa está puesta y la gente se va autopresentando, solo una pareja conocía a los anfitriones, aunque no se veían desde hace años y Face-

book ha obrado el milagro. Son Óscar y María José, que se han traído a otros dos amigos para sorprenderlos. Dídac y María, que se esperaban un restaurante y flipan con el invento, cierran el bando local. El resto es heterogéneo: Jenny (rusa afincada en Barcelona) y Pablo, su pareja, de Albacete, a un lado de la mesa, junto a Mitzi, que se deja entender en castellano; al otro, Tanya Schoejs y Dirk Vermeuler, belgas y con ganas de algo nuevo en sus vacaciones barcelonesas. La presencia de estos dos -que al despedirse resumen la experiencia como «lo mejor» que les ha pasado en la capital catalana- obliga a utilizar el inglés en buena parte de la velada.

¿Cómo se rompe el hielo en el encuentro de 12 desconocidos compartiendo mantel? Está claro que la primera copa de vino ayuda, pero la más risueña de la velada es la anfitriona, Mónica, mexicana afincada en Barcelona hace ocho años, embarazada y ahora abstemia. Junto a ella, su pareja catalana, Manu, se desvive por los comensales, a los que sirven tortitas con frijoles, arroz, estofado con cebollas y chile, receta heredada de la abuela, y hasta postre casero.

Su don en la cocina la ha llevado a hacer platos a domicilio, pero aún le gusta más abrir su casa y «compartir a través de la comida»«Hemos hecho muchos amigos en todo el mundo en este año con Eatwith, desde Corea hasta EEUU», relata. Los convocados se van soltando, cuentan a qué se dedican y aplauden el menú. Imposible pedir más por el precio.

Por su casa ha desfilado recientemente prensa sueca y belga, entusiasmada con la iniciativa catalana, que también emerge ahora en estos países. Manu apunta que quien busca hacer negocio se ciñe a paellas y tapas, auténtico imán de turistas. No es su objetivo, agrega, sin mirar el reloj. Esa noche la mitad de los congregados se marcha antes de la una de la madrugada (aunque ya ha habido brindis con mezcal y los chupitos son libres), pero a veces se les ha hecho de día. La energía de la mesa es la única que impone los horarios.

En formato más reducido, el italiano Ascanio Panutti y su pareja, la catalana Núria, ofrecían la noche antes un menú degustación solo para dos viajeros en su salón, en el Born. Es la cifra mínima, pero llegan a servir hasta a 25 personas en su terraza, muchos en grupo, casi siempre viajeros. «Tenemos un menú degustación, de 12 platos, de fusión mediterránea (italiana y catalana) y molecular», explica el virtuoso de la cocina, que trabaja en márketing pero en verano llega a montar cuatro cenas semanales en casa. Sus propuestas van de los 35 euros a los 46 (incluidas bebidas y licores finales) pero afirman que el fin no es ganar dinero, sino poder cocinar y ejercer de anfitrión de otras culturas. Él a las cazuelas y Núria vistiendo la mesa.