LO QUE LA VIDA NOS CUENTA

El llanto de 300 cuerdas

Fue un acto evidente de resistencia pasiva y hasta las gaviotas se olvidaron de graznar

Concierto de 300 violonchelistas frente al Born, el jueves.

Concierto de 300 violonchelistas frente al Born, el jueves.

JOAN BARRIL

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En 1984, Patrick Süskind publicó su primera obra de teatro: era un monólogo angustiante titulado "El contrabajo". Todavía habían de pasar unos años para que se diera a conocer con la fantástica novela "El perfume", pero "El contrabajo" era una pequeña obra de reflexión sobre los límites del ser humano, siempre lejos de las orquestas y encerrado en su pequeña habitación insonorizada. "El contrabajo" fue estrenada en español por El Brujo y en catalán lo hizo Carles Sales bajo la dirección de Joan Ollé. Me comentaba Sales que, para ir a los ensayos de la obra, era necesario pedir un taxi y que muchos taxistas cuando veían al buenazo de Sales con el instrumento enfundado levantando la mano para que le llevaran al teatro tendían a acelerar y a hacer ver que no lo veían.

Un contrabajo es un instrumento realmente serio. Un violonchelo, en cambio, es más pequeño pero también ocupa su lugar. Ignoro cuantos taxistas se negaron en la madrugada del 11 de septiembre a detenerse ante un músico armado de un violonchelo para llevarle al Born donde tenía lugar el concierto de violonchelistas mayor del mundo. Eran 300 señores y señoras sentados en sus sillas y atentos a la mirada del director Xavier Albertí para interpretar la pieza de un cuarto de hora que Albert Guinovart había compuesto sobre unos versos de Miquel Martí i Pol.

Viendo el movimiento sincopado de los arcos de tantos violonchelistas me acordé de una de las escenas más bellas del filme de Pere Portabella "El silencio antes de Bach", donde unos 25 violonchelistas, sentados frente a frente en un vagón del metro de Nueva York, acometían la "Suite número 1" del gran compositor de Eisenach. Pero una veintena de violonchelistas con continuo de metro subterráneo no llegan a las multitudes históricas de los 300 del 11 de septiembre. Eran 300 porque se celebraba un tricentenario, y a las ocho de la mañana porque fue entonces cuando cayó gravemente herido el "conseller" de la ciudad Rafael Casanova bajo el pendón de Santa Eulàlia.

Con esos elementos la misa solemne ya estaba justificada. Pero no bastaba con eso. Albertí tuvo a bien acercarnos a la hermenéutica del violonchelo y un poco más y convierte a aquel instrumento en un instrumento nacional que superaba la ancestral tenora. Desde la cúpula del Born no nos miraba Rafael Casanova, sino la silueta bondadosa y combativa de Pau Casals intentando convencer a las Naciones Unidas y a su secretario general U Thant de las virtudes democráticas de Catalunya. Así como la gaita es una bandera sonora escocesa, el bouzouki nos lleva a Grecia y la kora al África occidental, de ahora en adelante entre la madera de un violonchelo se encontrará la esencia sonora de la patria.

Independiente y civil

Y mientras tanto los músicos sentirán en su arco el relinchar de las crines de los caballos que forman el secreto de la música al ser frotada o pellizcada. Un buen comienzo de fiesta nacional. No en vano el violonchelo es un instrumento independiente y civil que no tiene nada que ver con los aldabonazos de las botas militares ni con los pífanos guerreros.

Ya Verlaine glosó la monotonía languideciente de las notas del violín, como si su audición fuera el paso previo al llanto. Pero el sonido del violonchelo en realidad lleva a la reflexión y también a la acción. Los 300 violonchelistas sentados los unos junto a los otros son una muestra evidente de resistencia pasiva. Nadie puede superar la fuerza de la música afinada y desplegada sobre las partituras de la razón. Ya ven: el día 11 amaneció con música exacta y hasta las gaviotas se olvidaron durante unas horas de graznar.