Safari a bordo de un bus de la 116

Este autobús de barrio lleva directo al parque Güell pero, ¡oh milagro estival!, los turistas aún no lo saben

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CARLES COLS / BARCELONA

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Recordará cualquier lector mínimamente cinéfilo una de las películas más vitales de Howard Hawks, ‘¡Hatari!’, ese tipo de obra que todo creador se permite cuando alcanza la fama. Hergé lo hizo ‘Las joyas de la Castafiore’, en este caso un coreográfico ir y venir de los personajes alrededor de un robo inexistente. En ‘¡Hatari’ no hay relato mucho más allá de ver cómo un grupo de hombres capaces de jugarse la vida a bordo de un jeep para capturar con un lazo animales salvajes en África se disuelven como un azucarillo en el café cuando aparece en escena una estupenda Elsa Martinelli. Eso es todo. Pero lo que interesa aquí y ahora no es Cupido sino Artemisa, esas vibrantes escenas de caza que rodó Hawks, sin trucos ni cromas, con rinocerontes de verdad. Total, que vestido de color caqui toca plantarse en la calle Escorial, junto a la plaza de Joanic, pues de allí parte el autobús 116, que no corra mucho la voz, pero es lo más parecido a un safari que se puede practicar en Barcelona-sur-Mer, la ciudad antes conocida simplemente como Barcelona.

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Los autobuses de la 116 merecen una breve descripción. Son buses de barrio, como de bolsillo. Tienen 13 asientos, más el que ocupa el conductor o conductora, que, he aquí la primera sorpresa, suelen conocer a buena parte de los pasajeros por su nombre, les pregunta qué tal fue la visita al médico ayer, lo grandes que se han hecho los niños y, si conviene, maniobran lo que haga falta al llegar a la parada para que se apee el anciano del bastón. Unos tipos estupendos, vamos.

MANADAS DE INFELICES

Hay más autobuses de barrio, pero el 116 es el que pasa más cerca de la boca principal del parque Güell y, he aquí la segunda sorpresa, casi nunca hay turistas entre el pasaje, así que el safari consiste en ir de Joanic al parque Güell bien fresquito y disfrutar, tras la seguridad que ofrecen las ventanas, de unas vistas sobre esas manadas de infelices que mapa en mano suben al jardín obra de Antoni Gaudí bajo un sol implacable. Cualquier día vienen los de La 2 y graban un programa.

“Mire, mire, ahí, a la derecha, parecen cinco holandeses exhaustos, ya se han bajado de las bicicletas”. Si fueran una manada de herbívoros, los más rezagados no llegarían a la charca. A la izquierda busca la escasa sombra una familia oriental, japonesa tal vez, porque les delata ese modelo de gorra con cortinilla cogotera casi exclusiva del país del sol naciente. Les adelanta a buen paso un grupo de teutones, a los que la naturaleza les habrá dotado de unos muslos poderosos, pero de una piel de geisha. Menudas quemaduras.

{"zeta-legacy-destacado":{"strong":"A Barcelona le ha pasado","text":"\u00a0lo que a Gertrude Stein, que cada vez se parece m\u00e1s al cuadro que de ella se pint\u00f3 hace unos a\u00f1os y que no le gust\u00f3"}}

'BARCELONA EXPERIENCE'

Todo esto sucede en mitad de ese paisaje antaño montaraz y que con el tiempo se parece cada vez más al característico cartón piedra de Barcelona-sur-Mer. En la esquina de la calle de Mercedes con Larrard posa una estatua humana sin cabeza. Puede que sea una metafórica imagen de que la política turística de esta ciudad la dirige Sleepy Hollow. Unos metros más allá, le pone música a la escena un violinista. ¡Pse…! El paisaje comercial también es el previsible. En el número 41 de Larrard se oferta una ‘Gaudi Experiencia 4D’. Cómo no. En les Corts está el Camp Nou Experience y en la Rambla, como lo oyen, la Jamón Experience. El safari a bordo del 116 es cómodo, cierto, pero también descorazonador. Aquello hace pocos años era Barcelona.

Los primera alertas periodísticas de despersonalización de la ciudad fueron tomadas en su día como apuntes distorsionados, como cuando en 1906 Pablo Picasso pintó el retrato de Gertrude Stein. Ella se quejó. Dijo que aquella mujer del cuadro, de aspecto algo insano, no se le parecía. “Tranquila –se supone que respondió el malagueño--, con el tiempo se le parecerá”. Así es la Barcelona del parque Güell, indistinguible hoy en día de la de la Rambla, salvo por esa singularidad de los autobuses de la 116, mientras resistan claro está, porque más pronto que tarde les pasará lo que la 4 del metro, que sin que se sepa muy bien cómo se convirtió en un pis pas en la línea de la playa. Hasta que llegue ese momento, ¡Hatari!