BARCELONEANDO

Guerra y contraguerra de imágenes

La colección de grabados Gelonch Viladegut explica, en El Tinell, cómo católicos y protestantes usaron este arte a su favor

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Natàlia Farré / Barcelona

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Como todo hijo de vecino o, mejor, como todo hijo de vecino antes de que los precios de los pisos se pusieran imposibles, un buen día Antoni Gelonch Viladegut (1956) se emancipó. Hasta aquí nada diferente al resto de mortales. Pero sí hay algo especial en su estreno de vivienda propia: la decoración. Había que acabar con el 'horror vacui' de las paredes blancas. Y a este hombre cultivado le pareció que solo habían dos opciones para ello: pintura o grabados. La primera requería de un presupuesto abultado; la segunda, no tanto. Así que compró su primer aguafuerte: una 'veduta' de Roma de uno de los grandes, de Giovanni Battista Piranesi. El nombre no es de los que más suena entre el público, pero su trabajo con el buril está a la altura de Durero, Rembrandt, Goya y Picasso, los genios de la disciplina. Todos presentes en su fondo. Porque al primer grabado le siguieron muchos más. Hasta 900. Llenó todas las paredes de casa, por supuesto, y luego  inicio la colección Gelonch Viladegut, una de las más reconocidas en el tema.

El fondo empezó con una aguafuerte decorativo de Piranesi y suma ya 900 piezas

Es una colección de coleccionista. Vamos, que Gelonch compra las piezas en función de su gusto estético. Amplio. Muy amplio. De Lucas Cranach a Henry Moore.  ¿La preferida? "Imposible de decir. Cómo comparar un 'rembrandt' con un 'miró'. No se puede, son épocas distintas y visiones del mundo diferentes". Insistiendo salen dos obras especiales: la citada vista de Piranesi, por ser la primera, y una punta seca de Picasso con unas mujeres jugando en la playa, por la dificultad en conseguirla:  solo hay 50 ejemplares en el mundo. Compra lo que ama, sí, pero también lo que falta cuando hay que llenar vacíos en la colección. Lo hizo hace tres años para la exposición sobre 1714 que realizó en el Museu Marès y lo ha hecho ahora para 'Católicos y protestantes en Europa y Barcelona (XVI-XVIII)', la muestra que en el Saló del Tinell celebra, con gran parte de sus fondos, el quinto centenario de la Reforma protestante.

Las obras se utilizaban como propaganda para reafirmar credos y ridiculizar a los contrarios

Un hecho teológico porque supuso un cisma en la Iglesia Católica, y político porque dividió Europa. Pero también un hecho tecnológico: coincidió con el nacimiento de la imprenta. Y aquí es donde entra el grabado, la más democrática de las bellas artes, pues su condición de múltiple le permite llegar a todo el mundo. Y eso, su fácil acceso, facilitó su uso como elemento de propaganda en la pugna de creencias que recorrió el continente. Una guerra de imágenes en un campo de batalla religioso. Que tú me pones a Lutero caracterizado como un monstruo de siete cabezas; yo te dibujo al Papa con la cara del diablo. Todo valía. Y la sátira, más.

La muestra presenta los hechos de manera histórica tal como la gente los vio en la época. Y no se  olvida de Barcelona, una de las capitales de la Contrarreforma. Nada raro si se mira el mapa: en Francia las luchas entre hugonotes y católicos eran de órdago. Así que Felipe II puso toda la carne en el asador para evitar el contagio herético.

Auto de fe en el Born

En 1564, poco después del Concilio de Trento el Rey visitó la ciudad, y esta le dejó claro que no sufría infección  luterana alguna. ¿Cómo? Se lo proclamó Santa Eulàlia en una representación. Felipe II también asistió a un auto de fe en el que se quemaron diez hombres, ocho de verdad y dos en esfinge. Veamos, como no estaban los condenados (tuvieron la fortuna de poder escapar), lo que ardieron fueron dos muñecos en representación suya. Todo muy conceptual. Fue en la plaza del Born y se supone que los procesados llegaron en la silla de montar que luce en la exposición.

No lejos, figura el mapa de los numerosos conventos y monasterios que se levantaron en la ciudad y el listado de todos los santos bajo los que se amparó Barcelona: 16, ni uno más ni uno menos, aunque alguno  sin ningún fundamento o tradición, como Sant Filet.  Y todo esto en una ciudad que tiene por fundador mítico al mismísimo Hércules.