Dos años flotando

Una asociación que se quedó a las puertas de la licencia porque entró en vigor la moratoria abre desde entonces sin permiso

CARLOS MÁRQUEZ DANIEL / BARCELONA

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La llamaremos Marta y localizaremos su club cannábico por encima de la Diagonal. La suya es una historia de mala suerte, ya que la asociación de la que forma parte se quedó sin licencia, cuenta, "por unos días". "Estábamos esperando que el ingeniero nos llamara para certificar que todo estaba bien después de haber tenido dos inspecciones, y al día siguiente leímos en la prensa lo de la moratoria". Era el mes de mayo del 2014, y CiU anunciaba que ya no daría más permisos al gremio de la marihuana. Desde entonces, el local ha abierto sin consentimiento municipal -ya lo venía haciendo desde hacía algún tiempo-, pero, según Marta, siempre cumpliendo la normativa y el código de buenas prácticas de la Federación de Asociaciones de Cannabis de Catalunya.

Marta se queja de que siempre se habla de ellos cuando hay una redada o se encuentra en un piso una plantación de maría. “La mayoría somos grupos cerrados de consumo que respondemos a requisitos jurídicos”, se defiende. Llevan dos años con el corazón encogido, con el miedo de que la Guardia Urbana se persone en el lugar con las cadenas y el precinto. 

CHIMENEA POR 4.500 EUROS

Disponen de unos bajos de unos 60 metros cuadrados, abren cuatro horas al día (de 18 a 22 horas), también el miércoles por la mañana, y tienen 90 socios con una edad media de 35 años. Cuando desembarcaron en el local, instalaron la doble entrada, uno de los requisitos del plan de regulación que se aprobará a finales de mayo en el pleno municipal. Sobre la chimenea obligatoria, ya disponen de un presupuesto de entre 4.000 y 5.000 euros. Están dispuestos a colocarla porque ven cercano el día en que el consistorio les de su bendición.

El suyo es uno de los 39 establecimientos que están a la espera de unirse a los 120 ya operativos. Explica esta impulsora que están “muy integrados en el vecindario”, que aquí se viene, además de a fumar, a “debatir y charlar”, y que funcionan “por comisiones y de un modo asambleario”. Celebra que por fin existan unas directrices claras de funcionamiento, que se apueste por regular. Sobre el rechazo de los padres, sostiene: “Yo tampoco querría que mis hijos consumieran, pero nosotros estamos ahí y no entramos en conflicto con nadie. No tenemos a gente en la puerta de la escuela invitando a que entren en nuestro local. Hacerlo sería certificar nuestra muerte inmediata. No somos Amsterdam, no estamos socialmente preparados”.