RESPUESTA A LA CRISIS MIGRATORIA

El primer refugio

Un juguete, en la sala de espera del SAIER, donde ayer recibían atención decenas de inmigrantes.

Un juguete, en la sala de espera del SAIER, donde ayer recibían atención decenas de inmigrantes.

CARLOS MÁRQUEZ DANIEL
BARCELONA

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Sucede a menudo que las cosas obvias pasan desapercibidas. "El inmigrante sabe que algún día regresará a su país; el refugiado, es probable que no pueda volver jamás". Sobre el asilo se dan por sentados los antecedentes, cómo esa persona tuvo que huir por sus ideales, su orientación sexual, sus amistades, sus aficiones, sus sueños. Pero se explica menos lo que está por delante. Un futuro lejos de casa. Quizás para siempre. En ese volver a empezar hay un lugar en el que la cuesta arriba se suaviza. Con la bolsa llena de malos recuerdos, de traumas personales, dramas cercanos. El bolsillo vacío y la esperanza gripada. En Barcelona, ese primer refugio es el Servicio de Atención a Inmigrantes, Emigrantes y Refugiados (SAIER) del Ayuntamiento de Barcelona. Nació en 1989 de la mano de Maragall. Clos, Hereu y Trias lo muscularon. Pero nadie se ha fijado en él hasta ahora.

Los idiomas vuelan entre las paredes de esta oficina municipal sita junto a la comisaría de los Mossos de la plaza de Espanya. Urdu, árabe, francés, inglés, ruso. Seis técnicos reciben a todo el que entra. Llegan con la cabeza gacha, con más dudas que certezas. El año pasado abrieron esas puertas 11.000 personas, y 810 -256 eran ucranianos y 135, sirios- pidieron asesoramiento para conseguir la carta de refugiado. 429 lo hicieron en el 2013 y 304, en el 2012. En lo que llevamos de año, ya son 1.041 los que se han interesado sobre los trámites de asilo. Se les deriva a las entidades, se les proporciona información, se les da apoyo legal y, si es menester, se les facilita un techo y manutención durante unos días. Es ahí donde el gobierno de Ada Colau ha insuflado 100.000 euros más, que se suman a un presupuesto anual de 1,3 millones de euros. El SAIER, que emplea a 50 personas, nació de hecho con la idea de centrarse en los potenciales asilados, pero la llegada masiva de inmigrantes a partir de los años 90 acabó por decantar la balanza.

Recuerda Ramon Sanahuja, director de atención y acogida a inmigrantes del consistorio, que la aprobación de una petición de asilo "es competencia exclusiva del Estado, que es quien firmó la convención de Ginebra". Eso no quita que el resto de administraciones intenten echar una mano. "La clave es el alojamiento, y que en Catalunya solo haya 28 plazas -repartidas en tres pisos protegidos- es del todo insuficiente», se queja Gerard Català, responsable de temas de refugiados de Cruz Roja en este centro pionero en España. Dependen de las subvenciones del Gobierno, que paga seis meses de manutención a partir del momento en que se acepta estudiar el caso, prorrogables en casos extremos. La falta de recursos también causa, o provoca, pensarán los malvados, que los plazos se alarguen: dos meses para conseguir cita, y hasta tres años para que el expediente se resuelva. Si es afirmativo, a intentar renacer con el túnel en la espalda y un permiso de trabajo. Si se deniega, impredecible vuelta a casa o convertirse en simpapeles. Apunta Sanahuja que hasta hace un año, el porcentaje de rechazos rondaba el 90%. El año pasado se suavizó -4.500 denegados por 1.500 aprobados- porque los casos sirios claman al cielo y apenas se discuten. Sobre los plazos, un apunte: los ucranianos empezaron a llegar en el 2013, y según señala Sanahuja, todavía no hay uno solo de los solicitantes que haya obtenido respuesta.

"PERO SIGUEN VIVOS"

Hace un par de años, y tras detectar que los inmigrantes "cada vez llegaban en una situación más delicada", se decidió contratar a la psicóloga Silvia Rubaki. Atribuyan a esta profesional la cita que abre este texto. "La gente llega muy tocada porque han pasado por situaciones muy trágicas, pero siguen vivos porque tienen muchos recursos interiores". Llegan sin conocer el idioma, con toda la carga emocional en la retina, sin un centavo, sin conocer a nadie. Pero llegan. Y basta con recordar qué han dejado atrás para adivinar su nivel de fortaleza.

Sobre la posibilidad de que las familias catalanas acojan a refugiados, los expertos, visto que el proyecto municipal está en plena gestación y la política tiene estas cosas, son prudentes. Pero les basta con recordar el perfil de estas personas para que el neófito saque una conclusión: no todo el mundo está preparado para recibir en casa a unos padres que acaben de perder a su hijo, a una mujer repetidamente violada, a un joven perseguido por ser gay, a una familia exhausta tras huir por media Europa. "Otra cosa es que esta oleada se traduzca en una extensa red de voluntarios", dicen. Se necesitan formadores, gente que enseñe el idioma, personas que distraigan a niños, que regalen su tiempo. En resumen: echar una mano es una cosa, y meterse a un asilado en el comedor, otra muy distinta. Amén de las dudas legales que genera la idea.

Sanahuja lo resume así: "Líbano es un país con 5,5 millones de habitantes que acoge a un millón de refugiados. Europa, con una población de 500 millones se escandaliza por 800.000".