Mi Pichurri y mi TV

carmina gomez

carmina gomez / periodico

MAURICIO BERNAL / BARCELONA

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Usted, Carmina, mientras el visitante sube, mientras el visitante escala hasta su puerta, musita dos veces "estas escaleras…”, dos veces musita, pues es un cuarto al fin y al cabo, y usted las ha subido y bajado hasta el cansancio, y conoce, lo sabe de sobra: cuánta genuflexión. “Estas escaleras…” Es un tema, la vejez, el estado físico, las escaleras, el trabajo de subir y el trabajo de bajar, y usted lo explicará luego así: “Yo tengo mucha voluntad, pero las escaleras no las puedo bajar si no es de esta manera: un escaloncito, tras un escaloncito, tras un escaloncito”; y uno, Carmina, la imagina, monumento a la voluntad, monumento a la paciencia, monumento al tiempo que se puede tomar subiendo y bajando unas escaleras. Subiendo y bajándolas sola.

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Usted, Carmina, tiene 83 años y en muchos, muchos sentidos está sola. Dos veces se casó y nunca tuvo hijos, y hace mucho tiempo que enviudó. “Era pintor de coches. Juan Barquín Gómez. Murió en el año 97”. A usted de los ocho hermanos que tuvo solo le queda uno, Carmina, le queda Antonio, que nunca se movió de Nerva, que sigue allá, en el pueblo, en Huelva; Antonio, su hermano, con el que habla, ¿a ver?; sí: con el que habla cada dos semanas. “Y cuando ha caído enfermo, todos los días”, dice. “Él fue minero del cobre y tiene problemas en los bronquios. Todos mineros: mi padre, mis hermanos, todos eran mineros. Más pobres que una rata, hemos sido”. Pero está lejos, Antonio. En Nerva, en Huelva. En escaleras, una eternidad.

ATERRADORES DOLORES

Usted sobrevivió fregando pisos. Desde los siete años. “Hasta que me puse enferma”, explica. A usted de legado le quedó una artrosis y le quedaron, también, unos dolores de espalda aterradores, que harían claudicar a otro, pero no a usted, Carmina, que es toda voluntad. “Hay que tener mucho valor para aguantar este dolor como yo lo aguanto. Hay veces que digo: ‘Voy a tirar la toalla’, pero no la tiro, porque digo: ‘Todavía tengo que vivir unos pocos años más’”.

Usted, Carmina, cada mañana se levanta a las nueve, nueve y media, tarde, porque total: “Como no hay nada que hacer”. Un día normal, dice, lo pasa en la casa, en su piso del Poble Sec, limpiando por la mañana y cocinando a mediodía: “Pero como muy poco, si yo le dijera lo que como… Hoy, por ejemplo, me he comido un huevo duro”; y, por las tardes, frente al televisor. Ah. El televisor. “Me siento aquí, con mi Pichurri, me pongo a ver televisión y estoy tranquila”. Su Pichurri, como usted le dice: ese pajarito de jaula, esa compañía amarilla, ese rumor de alas cada vez que vuela entre los barrotes. “Mi Pichurri es lo único que yo tengo en esta vida. Mi pajarito. Es lo que tengo, la televisión y el Pichurri, el Pichurri y la televisión”.

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LA SEÑORA ELISA

Pero luego se acuerda de los miércoles, Carmina, y se acuerda de Elisa, la señora Elisa, y se acuerda de los paseos con la señora Elisa. “Los miércoles, cuando viene la señora Elisa, salgo un ratito. Salimos, vamos a tomar un café. A charlar. O nos quedamos aquí y hablamos. Para mí es como una hermana, la señora Elisa. Es importante porque me habla, me trae cositas. La señora Elisa dice que soy muy animosa, la señora Elisa me conoce”. En efecto, Carmina: la señora Elisa, la voluntaria de Avismón, la mujer que viene cada miércoles, que le hace compañía, que le charla; que está pendiente de usted. “Mire, mire al Pichurri: se pone de frente para verle. Es que le gusta la juerga, ¿verdad Pichurri? Como ve pocos hombres, cuando ve uno, se asusta”.

Usted, Carmina, dice que no tiene amigos. Que trabajó toda la vida y no tuvo tiempo para hacerlos. Dice que se ha acostumbrado a estar sola, que sí, que le gustaría tener a alguien con quién hablar, pero que están tan habituada a la soledad que “si no puede ser, no puede ser”. “Hay personas a mi alrededor, la señora Elisa, por ejemplo, pero mi vida... Mi vida es sola”.