Cañonazos reivindicativos

La Barceloneta vuelve a tomar la calle contra el turismo de borrachera, radicaliza su protesta y anuncia que no dejará de dar guerra hasta erradicar los pisos por días

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PATRICIA CASTÁN
BARCELONA

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«Este es un barrio abierto al turismo y que no se escandalizada de nada: aquí abrimos los brazos a la sexta flota, con la que nos fumamos los primeros Chester, y también vimos llegar los primeros biquinis», explica Vicens Forner para dar a entender que aquello no es un asunto de fobia foránea, sino de defender un territorio depredado como nunca. Este vecino de la Barceloneta de toda la vida y fotógrafo ha sido sin pretenderlo la mecha que ha prendido la llama de las protestas. Su mediática fotografía de unos turistas italianos haciendo la compra en cueros (publicada en este diario el pasado miércoles) generó tal indignación que espoleó un levantamiento popular, cocido a fuego lento, que ahora está en plena ebullición. Tanta, que ayer hasta levantó cañonazos a su paso.

Los vecinos desempolvaron un cañón de más de dos siglos de solera, utilizado en las fiestas de Sant Miquel, para encabezar con petardazos la manifestación que volvió a reunir a cientos de personas ante la plaza del mercado. Desde allí emprendieron una larga marcha que esta vez desfiló sonoramente ante los aturdidos bañistas que abarrotaban la playa. El ambiente era festivo, pero también cargado. En repetidas ocasiones fueron increpados al grito de «fuera, fuera» los turistas que paseaban en bañador por el paseo Marítim (zona límite donde la normativa sí permite andar ligero de ropa). Los mismos cánticos se escucharon cuando algunos viajeros se asomaron a un piso turístico del paseo de Joan de Borbó.

Las pancartas se multiplicaron ayer respecto a la noche del jueves: «Yo en mi casa, el turista en el hotel», «Del barrio no nos moverán», «señor Trias, aquí no hay quien viva»... Mientras, abuelos, niños, jóvenes, señoras en bata y vecinos solidarios llegados del Born y el Casc Antic, entre otros, coreaban que «el barrrio unido jamás será vencido».

La policía despejó el camino para que la marcha trascurriera sin obstáculos. Pero el refuerzo de agentes anunciado por el ayuntamiento no se tradujo en una mejora de las formas que tanto irritan al vecino. El torsonudismo y las chicas luciendo la braga del biquini eran una constante en calles del barrio y en el paseo. No son la queja principal, pero sí la más fácil de aplacar, de cara a frenar esa sensación de «todo esta permitido» que por la noche deriva en juergas en los pisos turísticos y secuelas en las calles, en forma de botellón, orines y vómitos.

Lejos de acercar posiciones, la visita-asamblea de la concejala Mercè Homs en el barrio el viernes ejerció de combustible para la rebelión popular. «Nos trató como a retrasados», se quejaban los vecinos. De nada sirvió el anuncio de tres equipos de inspección y detección de pisos ilegales, a partir de mañana. «Con eso no hay ni para empezar», decían ayer. La multitud clamaba por la abolición de todos los pisos turísticos del barrio, incluso los 72 legales, pese a que esto es tan inviable como lo sería erradicar todos los colmados ya autorizados o los restaurantes de comida rápida.

Desconfianza vecinal

El presidente de la asociación de vecinos de la Barceloneta, Oriol Casabella, puntualizaba que «las promesas de Homs fueron insuficientes» y que hay que eliminar todos los pisos ilegales que el ayuntamiento no ha sabido frenar  en los últimos años y ya se cuentan por cientos, para generar alquileres sociales y evitar el éxodo vecinal forzado por la especulación. También actuar contra los legales que sean conflictivos, ya que la normativa (que muchos vecinos no conocen bien) fija multas desde 9.000 euros que bastarían para frenar excesos.

La percepción popular es que el ayuntamiento quiere «acabar con la esencia del barrio de siempre» y convertirlo en parte del tinglado turístico y especulativo que ha llegado hasta la marina del Port Vell. Y ese sentimiento es pura dinamita en este momento.