Un caminito para atajar

En la esquina de Icària y Marina, los peatones atajan por el césped y abren un sendero

Unos peatones caminan por el atajo finalmente empedrado por el ayuntamineto, en la esquina de Marina y la avenida de Icària.

Unos peatones caminan por el atajo finalmente empedrado por el ayuntamineto, en la esquina de Marina y la avenida de Icària.

MAURICIO BERNAL / BARCELONA

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Sería un comienzo, un excelente punto de partida: presentar al pionero. Haberlo identificado y poder presentarlo aquí, y que admitiera: "Yo fui el primero", o mejor aún: "Me sentí mal porque estaba el césped nuevo, recién puesto, perfecto, pero era de sentido común". Es probable que sus pasos, los que hollaron primero este camino, daten de la época de los Juegos, el tiempo en que la Vila Olímpica albergó a deportistas y todo estaba nuevo, incluido el césped, hasta que en un instante de sensatez, un arranque de clarividencia, el pionero inauguró el atajo. En cualquier caso, los vecinos y peatones que frecuentan el barrio contestan simplemente que "siempre" a la pregunta de cuánto lleva el caminito ahí, no solo porque lleva mucho tiempo sino probablemente porque es el tipo de sendero que se usa sin pensar, y cuya historia importa un pimiento. Siempre estuvo ahí, hecho por la gente, para atajar, y finalmente, después de años, la autoridad se ha rendido a la evidencia, lo ha pavimentado, lo ha hecho suyo. Ahí está, el quid del asunto: el atajo clásico que parte en dos una zona verde, la típica, la insignificante rebeldía contra la planeación urbana, contra el camino marcado. Hoy, desde hace unos días, el espíritu de insurrección ha sido borrado. El ayuntamiento lo ha convertido en un encantador camino empedrado, con un aire romano. El triunfo de la gente, y sobre todo: del sentido común.

El sendero en cuestión se encuentra en la esquina suroriental del cruce de Marina y la avenida de Icària. Es eso, insignificante, unos cinco metros de desvío, una diagonal, pura normalidad para el que atraviesa Marina por el lado mar y encuentra redundante trazar el ángulo recto que marca el diseño urbano. Un asunto nimio si no fuera por todo lo que dice de la ciudad, y del uso que la gente hace de ella. "Hasta ahora se había venido haciendo mantenimiento del espacio como zona verde que es, y cada dos años se llevaban a cabo siembras de césped, pero la gente seguía pasando por ahí y al final se ha decidido hacer el caminito", resume una portavoz la actuación del ayuntamiento. Teniendo en cuenta que el diminuto sendero "siempre" estuvo ahí, no es descabellado leer lo ocurrido como un enfrentamiento de tozudeces: los tercos peatones que aunque vieran renovado el césped seguían circulando por ahí, y el terco ayuntamiento que cada dos años seguía renovando el césped a pesar de la evidencia de que la gente seguía pasando por ahí. Una lucha callada, de adversarios distantes, en el ring imaginario de la gran ciudad. Nunca se conocieron, pero quizá algún día coincidieron en el mismo autobús, o en el mismo restaurante, o se sentaron en la misma fila a ver un concierto: de un lado, "ah, es usted, el que siempre me está pisando el césped", y del otro, "ah, es usted, el que no se cansa de poner pastito ahí". Es lo que se habrían dicho, quizá, de haberse dirigido la palabra.

La sensatez es terca

La cultura del atajo, que designa normalmente algo negativo, la prisa, el afán por saltarse los debidos pasos, que tiene, en ese sentido, mucho que ver con el ventajismo y la corrupción, aquí se presenta con otro significado. Aquí el atajo es sensatez, es la gente hablando y repitiendo con terquedad que la lógica del desplazamiento manda enfilar por la diagonal. Es la ciudad respirando por los poros y la Administración obligada a asomarse a esos poros, por decirlo de algún modo; un poco lo mismo que cuando el ayuntamiento decidió, por fin, que el parque de las Tres Xemeneies sería oficialmente un 'skate park' -lo había sido durante años, sin el rótulo oficial-, o cuando se tuvo el detalle de poner pequeñas plataformas en algunas estaciones de metro para que la gente dejara allí los diarios, y no en los bancos, donde el viento los arrastraba y disgregaba, y las estaciones quedaban inundadas de papel. Este caminito no habla solo de sí mismo. Este caminito es más. Es una metáfora.