LAS CONSECUENCIAS DE UN CRIMEN EN EL PORT OLÍMPIC

La Mina contiene la respiración ante el enfrentamiento entre clanes

Calle solitaria en el barrio de la Mina, este miércoles.

Calle solitaria en el barrio de la Mina, este miércoles. / periodico

VÍCTOR VARGAS / SANT ADRIÀ DE BESÒS

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Todos los nombres que leerán en este reportaje son ficticios. Así es porque así lo han exigido como condición innegociable todas las personas que se han prestado a dar su testimonio sobre cómo esta viviendo el barrio de la Mina la tensión desencadenada por la muerte de un miembro del clan de los Baltasares presuntamente a manos del hijo de una mujer de los Pelúos y un hombre de los Zorros. La cautela no solo se detecta en el anonimato requerido para expresarse, sino en muchos otros detalles que se han visto alterados durante los últimos días en la vida cotidiana en esta zona de Sant Adrià de Besòs.

Uno de los indicadores definitivos de que el día a día no está siendo el habitual tiene que ver con los niños del barrio, actores inesperados en esta trama para adultos. "Lamentablemente, aquí hay un absentismo escolar de más del 60%% y es casi más fácil que en horario lectivo encuentres a un chaval en la calle que en clase; pero estos días no hay ni rastro de ellos. O se quedan en casa a buen recaudo o eran de las familias que se han marchado a toda prisa y muy lejos de aquí”, expone Pedro. La ausencia de “más de 300 personas que han huido” se nota en la popular rambla de Camarón “y en todos los rincones del barrio”.

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Tensión entre las estirpes implicadas, pero también latente entre los vecinos de la barriada, que han temido y aún temen por un desenlace fatídico que añada más tragedia a la pérdida del joven de 28 años que murió desangrado en una reyerta en el Port Olímpic. Así se explica que buena parte de los comercios de la zona optaran por bajar las persianas durante días “para evitar ser el escenario de una posible venganza”, destaca Pedro. “Apenas abría algún bar y tres o cuatro comercios de paquistanís; poco a poco se va recobrando la normalidad en este aspecto”, añade.

HERIDAS

Lenta vuelta a la normalidad para el vecindario, menos para quienes están viviendo la tragedia en su entorno familiar. “La ley gitana es ancestral y se entiende como una forma de protegerse y de hacerse respetar que creó una minoría muy maltratada durante siglos”, dice Carlos. Y muestra su preocupación porque su forma de ver la justicia no se sacie ni siquiera siguiendo la lógica de la ley del talión. Se teme que haya “un ojo por ojo, e incluso que ni siquiera así fuera suficiente”, añade quien lleva más de cuatro décadas en el barrio y hacía muchos años que no veía una situación así.

Lo confirma Ángela, otra veterana del vecindario que conoce bien la situación al ser también de etnia gitana. “Se ha especulado mucho diciendo que los Pelúos huyen porque los Baltasares son los más temibles, pero la realidad es que las dos familias son muy grandes y respetadas; una de ellas está rota de dolor y la otra entiende el sentimiento que embarga a quienes han perdido a uno de los suyos, y por prudencia y respeto se han quitado de en medio”, añade. Ella espera que “pase el tiempo” para que dejen de circular “tantos rumores” sobre irrupciones de baltasares e ir restañando las heridas, “con la ayuda de intermediarios respetados por todos”, entre los que cita a las entidades y, sobre todo, a los ancianos. Si hay un sitio donde se respeta la opinión de los mayores es en la Mina.

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Ángela teme justo por el extremo opuesto, los más jóvenes, “aquellos que pueden envalentonarse con el alcohol y plantarse en la Feria de Abril”, antes de dar tiempo a que se atenúe el dolor. Carlos espera que el drama vivido y el tiempo que transcurra para que se vayan apaciguando los ánimos no caigan en saco roto y sirvan para que “el ayuntamiento y las autoridades” tomen decisiones valientes para acabar con la impunidad con la que se sigue traficando con droga, “el origen de la mayoría de los conflictos”.

Piensa igual Juan, vecino del cercano barrio del Besòs y asiduo visitante de la Mina, hastiado de ver "pisos ocupados para el menudeo", y aún impresionado por el homicidio de un vecino que lo denunció el pasado noviembre. “O cambia mucho la cosa o dentro de cuatro años, cuando se jubile mi mujer, nos mudamos a Girona”, zanja. “El plan con el que iban a transformar el barrio no ha servido para nada más que para otro pelotazo urbanístico -expone Carlos-; si no hay un proyecto para acabar con el absentismo escolar, el trapicheo, el paro y la cruda realidad de este barrio, me temo que no será el último drama que viviremos”.