Un brindis por Tirsa

La coctelería más memorable de L'Hospitalet, lugar de peregrinación desde los años 80, cierra también antes de fin de año víctima de la ley de arrendamientos urbanos y de un imbebible alquiler

Últimos tragos 8 Manel Tirvió, en la barra del irsa. Abajo, la coctelera de los años de la ley seca con la que se burlaba el cerco de la policía.

Últimos tragos 8 Manel Tirvió, en la barra del irsa. Abajo, la coctelera de los años de la ley seca con la que se burlaba el cerco de la policía.

CARLES COLS / L'HOSPITALET

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Cuidado, que ahí está de nuevo la ley de arrendamientos urbanos como una parca con su guadaña para llevarse el alma de otra tienda. Esta vez es el turno de llorar el inminente deceso de la coctelería Tirsa, un local que reiteradamente aparece en las siempre muy personales clasificaciones de los mejores bares de España, lo cual ya tiene su mérito, pero su caso es especialmente digno de elogio si se tiene en cuenta su dirección postal, el número 174 de la calle de Rafael de Campalans, en La Torrassa de L'Hospitalet, indiscutiblemente a trasmano (salvo que uno sea vecino del barrio, claro). A Tirsa le queda poco más de un mes de vida. Se va cerrar así, por culpa de un combinado de alquileres y crisis, de mala manera, vamos, una historia memorable.

Hay que retroceder hasta 1960 para comprender cómo L'Hospitalet ha llegado a tener un coctelería a la que durante años se ha peregrinado desde municipios vecinos, como quien va a ver el fémur de un santo, pero mejor aún, a tomar una copa. Entonces, hace 54 años, Santa Eulàlia era la última estación de la línea L-1 del metro. Desde aquella boca del suburbano partían después los autobuses que llegaban hasta los barrios de reciente construcción y caótico crecimiento de L'Hospitalet: la Florida, Bellvitge… Junto a aquella estación estaba además la Vidriería Rovira, una fábrica que jamás cerraba, 24 horas al día de frenesí. Fue en mitad de aquella bulliciosa intersección donde Joan Tirvió abrió un bar, el Tirsa. Aquello era la versión Baix Llobregat de la Grand Central Station de Nueva York. De acuerdo, salvando muchas distancias, pero el Tirsa ya estaba ahí, como un embrión del Oyster Bar neoyorquino. Entonces todavía solo era un local de bocadillos y buenos cafés. Solo había que regar la semilla. Es lo que afortunadamente sucedió tiempo después.

Manel, el hijo de Joan, fue a probar suerte en Barcelona como camarero. Así conoció a Javier de las Muelas. Trabajó en varios locales, entre ellos en el Gimlet. Tenía un pie aquí y otro allí. «Al principio, muy tímidamente, le proponía a algún cliente habitual del Tirsa que le iba a preparar un cóctel», recuerda ahora. Los Manhattan (whisky, vermut, una gota de angostura y, si se tiene a mano, una guinda al marrasquino) y los Alexander (ginebra, licor de cacao y nata líquida, agitado con hielo) llegaron así a La Torrassa. La metamorfosis del local estaba en marcha. Completó su transformación en coctelería de aire inglés, como un Boadas, un Ideal o un Tandem, pero en L'Hospitalet, ya llegados los 80. Lo del aire inglés es, según Tirvió, un acto de justicia. «De acuerdo, el cóctel nació en Estados Unidos, pero fueron los ingleses los que lo refinaron». A cada cual, lo suyo.

Tirsa cierra por varias razones. La más inmediata, por una imbebible subida del alquiler. No cuadrarían las cuentas. También es cierto, reconoce el dueño, que el barrio ya no es el que era, el vecindario ha cambiado y la crisis ha castigado el bolsillo de muchos clientes. Total, una lástima, incluso aunque solo fuera por esos muy ingleses gin tonic que sirve Manel en su local. Por favor, que nadie le pida una copa balón. Los sirve en un vaso estrecho, pero de una talla inhabitual, ni muy alto ni muy bajo, y con un hielo limpio de toda impureza. Son famosos.

La conclusión es que, como Barcelona, también L'Hospitalet perderá este fin de año parte de su patrimonio colectivo y, ya puestos, un lugar de recomendable visita incluso para abstemios, pues, parece que como todo barman de cócteles, Manel ha dedicado años a atesorar una valiosa colección de cocteleras. Las exhibe en el bar. Algunas son especialmente hermosas. En ese género, el de la belleza, destaca una del maestro vidriero francés René Lalique. Pero, honestamente, ninguna causa tanta sorpresa como la que expone en una vitrina situada al fondo del local. Parece una simple copa de trofeo. Tiene incluso una placa incrustada para grabar una inscripción. Es un engaño. Es una coctelera del año 1926, un ardid de los tiempos de la ley seca. Cuando Eliot Ness y sus chicos no acechaban, el pie se desenroscaba y se montaban de nuevo las piezas, esta vez ya en forma de coctelera.

La ley seca duró 13 años. Pareció una eternidad. El impacto de la ley de arrendamientos urbanos será para siempre. Queda dicho.