Análisis

Barrios posmigratorios

JORDI MORERAS

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Decir que Barcelona es una ciudad de migraciones es una obviedad. De hecho, todas las ciudades son resultado de procesos migratorios, y sus barrios suelen ser los principales escenarios de coexistencia entre personas de diferentes orígenes, llegadas en diferentes momentos históricos. El hecho de que Barcelona haya entendido el hecho migratorio como algo estructural y no circunstancial la ha dotado de un modelo propio de respuesta que comenzó a consolidarse en 1994, cuando se creó el Observatorio Permanente de la Inmigración. Desde entonces, el consenso entre las fuerzas políticas, la participación activa del tejido social de la ciudad y la fundamental aportación de las entidades de personas inmigradas han permitido consolidar una ambiciosa línea de actuación municipal.

Si la ciudad ha invertido bastante capital político, económico y humano en facilitar la acogida de esta población, los nuevos tiempos requieren un esfuerzo similar con respecto a los procesos de acomodación y convivencia. Y si las condiciones de la convivencia están cambiando, también es importante que se produzca un cambio en la forma de intervenir sobre ella. Necesitamos, valga la metáfora tecnológica, una actualización delsoftwarede respuesta, que se oriente claramente a intervenir sobre la promoción de esta convivencia. Quizá habrá que empezar por tener presente que la proximidad física entre colectivos diferenciados no siempre se transforma en una proximidad social, y que puede contribuir a la formación de espacios duales, aparentemente compartidos pero simbólica y significativamente aislados uno de otro.

Este trabajo de intervención sobre los vínculos sociales que deben relacionar a grupos entre sí no se puede hacer obviando los referentes de sociabilidad y pertenencia existentes en los barrios de la ciudad. Si las iniciativas en favor de la acogida se orientaban a evitar el riesgo de la no integración, en el caso de la convivencia son las sociabilidades reactivas las principales amenazas. Es cierto que una idea de urbanismo más social y menos monumental podría ser uno de los instrumentos para trabajar el principio de la acomodación mutua. Pero también hay que invertir recursos sustantivos para reconstruir las estructuras de referencia colectiva de algunos barrios, que a menudo se muestran claramente superadas por las rápidas transformaciones en ellos.

Quizá lo más importante es no olvidar que la cotidianidad también se puede convertir en un espacio de disputa. Pese a estar inmersos en una grave crisis económica, no se puede practicar una política contemplativa que deje a los barrios la difícil tarea de la convivencia multicultural, sin intervenir en los problemas de base presentes antes y después de la llegada de la población inmigrada. El fantasma de la exclusión social, tan presente en estos contextos urbanos, ya ha alentado discursos racistas y xenófobos que limitan la convivencia. Para no ver cómo se levantan nuevas fronteras en el seno de estos barrios, necesitamos un cambio de paradigma: pasar del modelo de Barcelona como ciudad de acogida al de ciudad con barrios con situaciones posmigratorias donde hay desarrollar iniciativas para mejorar una sociabilidad compartida.