Barra libre en la playa

ESCENAS DE BOTELLÓN.  Los lateros tientan al púbilco que hace cola para entrar en los clubes de Marina Village. Y los jóvenes se instalan en distintos puntos de las playas para beber y divertirse por poco dinero o para hacer la primera copa de la noc

ESCENAS DE BOTELLÓN. Los lateros tientan al púbilco que hace cola para entrar en los clubes de Marina Village. Y los jóvenes se instalan en distintos puntos de las playas para beber y divertirse por poco dinero o para hacer la primera copa de la noc

PATRICIA CASTÁN / BARCELONA

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Hay dos versiones de una marcha nocturna con vistas al mar en Barcelona. La oficial se cuece en los locales de moda de Marina Village (al lado del Hotel Arts), la low cost se autogenera a diario a pie de playa. El litoral se convierte al caer la noche en una suerte de macro barra de bar donde cientos y cientos de jóvenes se concentran para beber alcohol a la fresca. Un brindis multiétnico, ya que coinciden barceloneses con ganas de un trago barato, turistas de medio mundo fascinados por ese mar como telón de fondo del botellón y decenas de lateros suministrando cervezas a destajo.

Las paradas de metro de Barceloneta y Ciutadella-Vila Olímpica escupen al anochecer a algunos chicos y chicas con bolsas, que ya se traen el picnic puesto. Pero los grandes arsenales etílicos están en la zona. Los badulaques del barrio marinero -los hay a cada paso- tienen destacadas vitrinas que habrían sido de delirio durante la ley seca. Despachan todo tipo de licores hasta las 11 de la noche, como marca la normativa municipal. Pero en la práctica la venta de cervezas continúa pasada esa hora, como pudo comprobar en reiteradas ocasiones este diario. Los vendedores la suministran con discreción e indican al comprador que esconda la bebida debidamente «por si pasa la policía». Ese material puede servir para una primera ronda, pero también es posible llegar hasta la arena sin abastecimiento. Es cuestión de minutos cruzarse con algún latero bien provisto.

En el paseo Marítim se contaban por decenas las noches del anterior fin de semana y del pasado jueves. A euro y medio, o euro, según la oferta del momento y el volumen de la compra. Un grupo de chicos italianos negociaba con vehemencia para hacerse con dos packs de seis latas del tirón. «¡Más barata, que está caliente!», le decían. Pero la venta es tan continua que apenas da tiempo a perder el frío desde los locales de la Barceloneta donde se abastecen los vendedores. Los italianos dicen dormir en un albergue «muy lejos». Tienen poco presupuesto y han oído que en la playa hay ambiente todas las noches. Los ocho llevan un estilismo idóneo para la ocasión: de marcha en bermudas y chanclas. Como ellos, numerosos grupos se distribuyen por la playa, formando corros y compartiendo vasos de plástico para ejecutar los cubatas marineros.

Ambiente

La afluencia se multiplica en el tramo de playa más próximo a la Vila Olímpica. En la mayoría de casos, por aproximarse a las zonas de ambiente, aunque sea como espectadores. Por un lado al Port Olímpic, cuyo ocio nocturno se ha venido a menos en los últimos años, y también al efervescente Marina Village, que alinea restaurantes y discotecas de moda que en algunos casos atraen a un mix de caras conocidas, modelos y el turismo más fashion y guapo de la ciudad. En ocasiones, hay quien hace una primera copa barata antes de entrar en una macrodiscoteca de la zona, donde el precio de las consumiciones es mucho mayor.

Pero en general son públicos diferentes. La gran mayoría de los que se entregan al botellón sobre la arena, por su aspecto e indumentaria no apuntan hacia las pistas de baile. Aunque tal vez acaben bailando entre las olas al amanecer.

Si en un local una cerveza supera los cinco euros, en la calle la lata vale una quinta parte. Y aunque el público más cool de las terrazas de moda no tiene problemas de presupuesto ni interés en por abrevarse en la vía pública, una nube de lateros trata de tentarlos cuando hacen cola a las puertas de algún establecimiento. Una competencia desleal, cuentan en uno de los clubes, que además perjudica mucho a la zona.

Pero a la una y media de la madrugada, cuando muchas botellas de whisky, ron y vodka se vacían sobre la playa, las latas de cerveza siguen llegando sin problemas. Mandy, Anne y otra amiga británica, visiblemente bebidas, se tumban en la arena sin prestar atención a sus cosas. Se están divirtiendo, dicen que adoran la playa, y no tienen ni idea de que algunos delincuentes aprovechan esos descuidos para robar con nocturnidad y alevosía.

Los propios locales de la zona sufragan seguridad privada para evitar el incivismo en el perímetro, y si aprecian algún robo alertan a los mossos y Guardia Urbana. Pero lo cierto es que esas noches la policía apenas se deja ver y los vendedores ambulantes hacen el agosto.

En plena euforia se repite una escena singular. Hacia las dos de la madrugada aparecen tractores de limpieza del ayuntamiento que obligan a levantar temporalmente el ranchito. Los chicos despejan la zona y las brigadas ponen en solfa la arena. Pero la tregua dura muy poco. En cuanto se dispersa la polvareda que levantan los vehículos, los usuarios nocturnos de la playa vuelven a instalarse a sus anchas hasta altas horas de la madrugada.

Contra las tiendas nocturnas

Los vecinos de la Barceloneta, tanto desde la plataforma La Barceloneta diu Prou como la asociación L'Òstia, reclaman que el consistorio pongo coto a las tiendas nocturnas, en especial a las que abren 24 horas. Al proporcionar como mínimo los refrescos y el hielo (en algunos casos también el alcohol fuera de horario permitido) facilitan el botellón en la zona. También en algunas de sus plazas.

La práctica también alinea a barceloneses. Sonia y cinco amigas de 20 a 23 años cuentan que los locales de ocio son caros para su presupuesto de estudiantes y que allí se sienten a gusto, encuentran ambiente y conocen «a gente de otros países». Por la zona desfilan, además, grupos guiados de rutas etílicas por bares del Gòtic, que rematan con latas.