Los efectos negativos del éxito turístico de BARCELONA

La Barceloneta en pie de guerra

Vecinos del barrio marinero se rebelan ante un verano negro de excesos por parte del turismo juvenil de juerga que pernocta en pisos sin licencia

PATRICIA CASTÁN
BARCELONA

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Una vez más, la foto vale más que mil palabras. Varios individuos en pelota picada en un súper de la Barceloneta (haciendo la compra no precisamente de la semana) en medio de carcajadas. Excesos, irreverencia, incivismo y normativas pasadas por agua, la de la playa, desde donde saltan a las tiendas muchas veces con el torso desnudo, en tanga o como gusten. Pero la desnudez total en la mediática imagen simboliza ahora la gota que colma el vaso. O que lo vuelve a colmar. La Barceloneta, que lleva años movilizándose episódicamente contra la invasión turística y en concreto la del turismo juvenil de borrachera, ha dicho basta con más fuerza. Lo expresaron en la calle la noche del martes, clamando contra el viajero incívico y ante los edificios con pisos turísticos problemáticos, y lo volverán a hacer esta noche y el sábado, hasta que el ayuntamiento mueva ficha contundentemente.

La concejala del Ciutat Vella, Mercè Homs, anunció ayer «tolerancia cero» y refuerzos policiales en pro del civismo. Pero a ojos del vecino, la cruzada resulta tibia cuando desde el 2011 el balance de expedientes abiertos a pisos turísticos conflictivos suma 113 (que no cierres), mientras los afectados aseguran que la oferta ilegal se cuenta por miles.

La manifestación espontánea del martes se produjo tras varios días de asambleas vecinales y mucho malestar ante lo que consideran «un empeoramiento de la situación» que ha crispado los ánimos. Algunos vecinos llevaban días controlando una agencia inmobiliaria de la calle de la Atlàntida que abría hasta más allá de las dos de la madrugada para recibir a clientes de pisos turísticos. Los residentes lo denunciaron, aunque ayer Homs replicó que la empresa está autorizada como «oficina abierta al público» y puede ejercer en ese horario. Pero el enojo no organizado de unos y otros vecinos derivó en una marcha por varios puntos calientes. El calado del visitante non grato quedó retratado con su reacción: arrojar cubos de agua a los manifestantes, que se movilizaron en son de paz.

¿Qué resulta insufrible para el vecindario? Hace ya años que el turismo es omnipresente en la zona, pero ahora confluyen varias circunstancias. La proliferación de pisos ilegales sin erradicar es la primera. Los vecinos mantienen que son hasta 2.000, aunque la cifra parece exagerada teniendo en cuenta que el barrio marinero tiene a poco más de 16.000 vecinos empadronados. Lo que está claro es que son muchos más que los 72 que operan con licencia. Algunos portales de internet anuncian varios centenares en la zona. Homs destacó ayer que se han abierto 113 expedientes a pisos denunciados en cuatro años, aunque sin precisar cuántos se han clausurado. Aseguró que «las denuncias han bajado mucho desde el 2010», «momento punta», cuando CiU estaba en la oposición y el PSC comandaba la ciudad. Pero los vecinos afirman que la Administración no da salida rápida a las quejas y el ayuntamiento replica que demostrar la actividad es un proceso lento.

Juerga y playa

Otro elemento determinante es el aluvión de turismo juvenil y de borrachera a la zona. El apartamento turístico bien gestionado  genera pocas molestias en muchas zonas de la ciudad y está copado por el turismo familiar, pero en la Barceloneta, donde algunas agencias gestionan los pisos sin control del tipo de cliente, se ha convertido en reclamo de jóvenes con ganas de juerga y de proximidad al litoral. No todos son iguales, pero los que hacen ruido son muy visibles y molestos. Se abastecen en la zona y montan sus jaranas en los pisos (muchos en planta baja), la calle y las playas, como si el barrio se tratara de una localidad turística y fiestera. Sin respeto.

Como remate, el barrio ha ido degradando su oferta comercial con la vista puesta en el negocio rápido y el viajero. Nuevos empresarios han aterrizado en la zona a golpe de talonario y con ganas de dinero fácil: comida rápida, bazares, colmados de horario nocturno atrincherados de alcohol y restaurantes enfocados al turismo, que aunque a veces no cambian de nombre sí han relevado a su dueño y su filosofía.

El malestar ha hecho que esta vez no sea una asociación de vecinos la que lance el grito de guerra, sino montones de afectados a nivel particular. Sergio Arnás es uno de ellos. Vecino de toda la vida, ha pasado a la acción. «Cada vez vemos más pisos ocupados por turistas, más colmados, más tiendas de motos y bicis para turistas. Es un Lloret pero en la Barceloneta», se lamenta. Y recalca que de día son «tolerantes», pero que por la noche «el barrio ya no puede más». Jóvenes bebiendo y orinando en la calle, paseándose medio en cueros desde la playa, asomados a balcones y cornisas botella en mano, y mucha suciedad a la mañana siguiente forman parte del panorama cotidiano de verano.

La combativa asociación L'Òstia se suma a la protesta, alertando de que «el desfase ha llegado al máximo» y pidiendo más eficiencia en el control de la ilegalidad, que se halla en «una vivienda sí y una no».

La concejala Homs insistió ayer en que el ayuntamiento no tolerará conductas incívicas - «tolerancia cero»- y ya ha reforzado con policía local el control nocturno en los últimos días, además de los agentes cívicos que se despliegan en verano en la zona. Estaba previsto ampliar el control la noche pasada y las próximas, hasta reconducir la situación, con vistas a una reunión con los afectados en septiembre. No obstante, los vecinos han organizado una reunión y nueva marcha hoy a las diez de la noche, y el próximo sábado, a las seis, para difundir sus quejas.

La oposición aprovechó para avivar la polémica. Jaume Collboni (PSC) pidió a Trias que acabe con la «ley de la selva» y a Homs que dimita si no tiene soluciones. El PP lamentó que aún no se haya presentado el plan de regulación de pisos turísticos, mientras ICV-EUiA reclamaba una limitación definitiva para todo el barrio y Ciutadans, que se acabe con el «turismo de borrachera».

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