Una dama inglesa en Sant Gervasi

La interiorista Cristina Rodríguez se dispone a rehabilitar Villa Mayfair con técnicas punteras

Villa Mayfair

Villa Mayfair / periodico

OLGA MERINO / BARCELONA

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Apenas se vislumbra desde la calle, semioculta entre la maraña vegetal, pero una vez franqueadas la cancela y la escalinata, emerge imponente la fachada por la que trepa una buganvilla, ahora en la sazón de sus flores púrpura. Una morada de 600 metros cuadrados, distribuidos en tres plantas, y otros tantos de jardín, situada en el barrio de Sant Gervasi, en el número 240 de Via Augusta, entre las calles de Ganduxer y Modolell. Discreta y elegante, como las joyas buenas. Aunque parezca abandonada, no lo está. Se llama Villa Mayfair.

Fue diseñada en 1910 por Enric Sagnier, uno de los arquitectos más prolíficos en la cartografía barcelonesa, a petición de Josep Bertrand, un prohombre dedicado a los negocios inmobiliarios con calle propia en el Turó Park. La encargó porque una de sus hijas contraía matrimonio con Bernard  Cinnamond, un caballero nacido en el seno de una familia inglesa con caudales que se dedicaba a la importación de fosfatos. O sea, entre ambas estirpes, dinero a capazos y también la capacidad de disfrutarlo.

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Aunque la casa está ahora deshabitada, en su momento había llegado a albergar hasta tres generaciones a un tiempo, según explica su actual propietaria, la interiorista Cristina Rodríguez, quien reparte su tiempo entre Barcelona y la isla caribeña de Saint-Barthélemy, en las Antillas francesas. “No conocía Villa Mayfair —confiesa—. La descubrí hace un año por casualidad, y fue un flechazo, un amor a primera vista”.

De la mano de Cristina, quien la adquirió a finales del año pasado, paseamos por el halo mágico que envuelve las habitaciones vacías, como si las manecillas del reloj se hubiesen congelado ajenas a los trajines del mundo. Pareciera que el servicio hubiera cubierto los muebles con sábanas blancas por la ausencia de los señores durante los meses del estío, cuando se estilaban aquellos veraneos de pérgola y tenis que se extendían, previo aviso en las notas de sociedad, desde la verbena de Sant Joan hasta las primeras lluvias de septiembre. Otra vida, otro tiempo.

UN AIRE MUY INGLÉS

Un vitral emplomado a la entrada, chimeneas en varias estancias, una butaca tapizada en cretona listada y un aire muy inglés en todas las alcobas que se advierte sobre todo en esas bow-windows o balcones cubiertos por vidrieras que pretenden absorber hasta la última gota de luz. ¿Por qué Mayfair? Tal vez porque al señor Cinnamond debía de gustarle el distrito londinense homónimo, un barrio de embajadas y tiendas caras que linda con Hyde Park.

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Durante la visita, no consigo arrancarle a la nueva dueña cuánto le ha costado la propiedad. “Ni es relevante ni es amortizable —dice—. Esta casa es parte de un sueño, y los sueños no tienen precio”. El anhelo en cuestión tiene nombre, The Creation House, y consiste en reformar la casa de arriba abajo mediante un proyecto innovador que pasa por convertir la mansión en una especie de 'show–house', una casa muestrario, un espacio de referencia en el sector de la construcción donde las mejores firmas de arquitectura, rehabilitación y diseño puedan lucirse en el empleo de materiales y técnicas punteras. ¿A cambio? El prestigio de participar en un proyecto que quiere ser premium. Siempre es de agradecer que una vieja dama se salve de las excavadoras.

“La casa está protegida por Patrimonio, de manera que me comprometo a respetar la estructura y a recuperar todos los elementos que puedan ser conservados”, explica Cristina. Por lo demás, Villa Mayfair integrará lo último de lo último en domótica y sostenibilidad.

A la espera de que comiencen las obras, Cristina Rodríguez abre este espacio único y envidiable a todo el que tenga un proyecto creativo interesante: presentaciones de libros, catas de vinos, exposiciones efímeras, pases de modelos, recitales poéticos, ruedas de prensa, desayunos con intelectuales... Ni se paga ni se cobra, ese es el trato.

Por de pronto, antes de salir, esta cronista encontró un poema de amor manuscrito entre los libros amarillentos de la biblioteca, como si la casa entera y sus fantasmas estuviesen ensoñando nuevas aventuras.