Un trovador en el metro

Sidi Mohamed Alami improvisa con la guitarra y va de vagón en vagón cantando lo que ve

MAURICIO BERNAL

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Allí viene, el trovador del metro, que así le gusta que le digan, robándole el último suspiro a un cigarrillo, sumergiéndose con su guitarra verde en los dominios del suburbano. La música que va a cantar nadie la ha escrito aún, no existe en ninguna parte, porque el trovador del metro la crea y le da forma in situ: es un improvisador. Llenará con su presencia el vagón de aquí a unos minutos, con los acordes de su guitarra pero sobre todo con su voz, y cantará lo que suceda en derredor. Cantará el diario que ojea el hombre que viaja de pie; cantará el libro que aprovecha la chica para leer; cantará el niño que descansa en el regazo de la mujer. Como un narrador: contando en vivo lo que ocurre y lo que ve. «Y mientras salimoooos de Pubilla Caseeees…», empieza, y empieza siempre así, o casi siempre: mientras salimos de Pubilla Cases, mientras salimos de Verdaguer, mientras dejamos atrás la estación de Diagonal.

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El trovador del metro no se presenta nunca con su nombre porque le gusta que le digan así, trovador del metro, que es un título, hay que admitirlo, que huele vagamente a poesía. Aunque tampoco se presenta como tal. No se presenta, simplemente. Prueba la guitarra, se acomoda en el oscilante escenario y rasga las cuerdas un instante mientras mira alrededor; luego se larga a cantar. «Me da juego más o menos todo lo que veo -dice-. Los libros que lee la gente, un perro, una forma de vestir, una bolsa con la compra…» Lo poco o lo mucho que sucede en el universo cerrado de un vagón, el trovador del metro lo transforma en música.

UN ANALISTA DE LA REALIDAD

«Puedes jugar al 'qué ves' o ser un poco más elaborado y ponerte a filosofar -dice-. Depende. En el metro hay lo que yo llamo vagones estándar, muy parecidos entre sí, pero son los menos. Lo bueno de esto es que ningún lugar es igual al otro». Si fuera teatro lo que el trovador del metro hace, sería una de esas funciones donde los actores bajan del escenario y meten al público en el espectáculo. «Va tomando notas una amiga en su agenda / Espero que esta intromisión no la ofendaaa», canta. Alguno, sí, se ha ofendido. Dice que le pasa «con uno de cada 10.000», pero le pasa. Es el peligro de lanzarse a cantar una oda a los zapatos de un desconocido.

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El trovador del metro, que es en el fondo un analista de la pequeña realidad que lo circunda, rápidamente abandona su lugar y circula por el vagón en busca de material, de rimas para su poesía. Sube el vagón con su guitarra, baja el vagón con su guitarra y encuentra un libro para hacer una copla, y encuentra unos zapatos que dan juego, y encuentra un estampado que lo inspira. «Y mientras vamos aparcando aquí en la plaza de Sants / El de seguridad me pide que me bajeee…» La rutina del cantante de vagón también queda consignada en las coplas. El de seguridad le indica tiene que bajar: el trovador lo canta y enseguida se baja.

DERECHO Y CIENCIAS POLÍTICAS

El trovador del metro responde al nombre de Sidi Mohamed Alami. De familia marroquí, nació en Canarias hace 32 años. Estudió Derecho y Ciencias Políticas, y dice que eso le proporcionó una cultura que se refleja en su talento para la improvisación. Con 16 años ya escribía letras de rap. Sus intervenciones espontáneas en el suburbano son desde hace un lustro su fuente única de subsistencia, y es un nómada: «En invierno estoy entre Madrid y Barcelona, y en verano, cualquier ciudad que tenga costa me vale». Su querencia por la improvisación es genuina, pero es consciente de que en ese universo de cantantes de vagón le aporta una especie de plus: «En el metro hay mucha competencia, y la improvisación es una forma de diferenciarse». «Pero -continúa- no olvidemos que es improvisación: si lo haces bien tienes un retorno muy bueno, se crea un buen ambiente, algo bonito, algo mágico, pero hay veces que no estás inspirado y te sale algo horrible».

Allí va, el trovador del metro, de nuevo. Con su guitarra verde y en la boca el recuerdo de otro cigarrillo. Se sumerge en las catacumbas, espera el siguiente tren, se larga a cantar. «Y a punto de llegar a Camp del Arpa / En esta mañana de día 21 / Les vengo a hacer una canción a la carta / En un momento que espero no resulte inoportunooo...»