Ser de ventilador o de abanico

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JAVIER PÉREZ ANDÚJAR / BARCELONA

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Miedo da imaginar cómo será el anunciado otoño caliente si durante este junio ya hemos sudado lo que nos correspondía en agosto. Antiguamente, la rentrée caliente era cosa de los sindicatos; pero hace tiempo que cambiamos los altos hornos por la vitrocerámica. Así, cocinando sin fuego, termina una historia que tiene más de un millón de años. Ya somos el homínido que no toca las cosas, que ha prescindido de la llama que echó a perder a Prometeo; que para sacar dinero del cajero ya no tiene que meter la tarjeta en ninguna parte, basta con rozar un sensor; que para votar no necesita ni urna, ni papeleta, ni tampoco partidos. Qué diferente hubiera sido la evolución de nuestra especie si, en vez homínidos, nos hubiésemos llamado mujéridos.

Esta es la diferencia fundamental entre el ventilador y el abanico. Lo que se toca y lo que no se toca. Ser moderno es de pobres, pues sólo los ricos tienen algo que tocar. Lo llaman patrimonio, otra palabra patriarcal, como homínido, aunque no sé si aquí la alternativa hubiera sido llamarlo matrimonio. Los pobres son modernos porque viven al día. Los ricos también viven al día, pero saben que van a hacerlo cada día. El abanico debió inventarlo alguien que sólo pensaba en sí mismo, que, nunca mejor dicho, iba a su aire. El ventilador es pura revolución industrial, motor, grasa.

El ventilador puede ser de pie (o de mesa) y de techo, y en eso le ocurre como a las lámparas y a los jamones. El ventilador que uno se pone enfrente durante una jornada achicharrante es como el médico bondadoso que se queda junto a la cama del convaleciente hasta que se le vaya la febrícula. Los ventiladores tienen algo de vuelta ciclista y por eso empiezan a dar vueltas por estas fechas como el Tour de Francia. El aire que viene del ventilador llega de otra dimensión igual que el viento, los huracanes, las galernas que salen de las novelas de barcos, y quizá esto explique por qué en verano se ha leído tanto a Salgari. En Julio Verne el viento es más elemental, es decir, que tiene más de elemento que de complemento o de circunstancia, y por tanto de complemento circunstancial. Las novelas de Julio Verne pueden agruparse en función de los cuatro elementos que señaló Empédocles (aquel filósofo griego que al final eligió el fuego arrojándose al volcán Etna; siglos después, el romántico Hölderlin le dedicó una tragedia a este suicidio, La muerte de Empédocles, lo que de algún modo sirve para justificar ese extraño estremecimiento, ese temblor de miedo, que se siente al contemplar la pintura Viajero ante el mar de niebla, del también romántico alemán Caspar David Friedrich, pero que ahora se titula 'El caminante sobre el mar de nubes', y de tal modo uno comprende que se ha hecho viejo al descubrir que todo lo que sabía, lo poco que sabía, necesita traducirse de nuevo). En Julio Verne las novelas son de aire, agua, fuego o tierra. El propio autor lo está diciendo a gritos al llamarlas 'Cinco semanas en globo', 'Veinte mil leguas de viaje submarino', 'Viaje al centro de la tierra' o 'El castillo de los Cárpatos'.

Sin los ventiladores de techo no habría cine negro, y esto alcanza por supuesto a 'Blade Runner' (y a toda la obra de su director, Ridley Scott), o a otras películas monumentales como 'Apocalipse Now', donde un ventilador de techo se convierte en símbolo de toda una guerra, de las hélices de los helicópteros que masacran Vietnam. Las cafeterías con ventiladores en el techo son como naves que van a llevarnos a cualquier lugar donde no haga tanto calor. En una habitación, en un local con ventilador en el techo, se tiene una sensación de viajar en un fueraborda, igual que cuando se va en un coche con el limpiaparabrisas en marcha parece que estemos dentro de un metrónomo. Con un ventilador no se puede ir a los toros y esto lo hace un invento menos cruel que el abanico. El ventilador es la ruleta donde a diario la clase obrera se juega el verano.

Cuando alguien de clase obrera se abanica se está dando aires de aristocracia, porque ese gesto es la manera que ha tenido la nobleza de mostrar que con las manos está dispuesta a hacer de todo menos pegar palo al agua. El abanico convierte a quien lo utiliza en reina castiza, por citar uno de los muchos abanicos de Valle-Inclán. El abanico ha creado un lenguaje de signos; sin embargo, aunque haya quien se sienta muy satisfecho de hablarlo, no sirve más que para ponernos al nivel de las abejas. Los abanicos con suertes de toreo o pinturas de Goya son lo más parecido a una caja de cerillas. En Madrid, el consejero de Sanidad recomendó a los escolares que se hicieran abanicos de papel para combatir las altas temperaturas. Han sido siempre muy de abanico en el PP, pero la gente de la calle (por lo menos de la calle de la Cera) es más de ventilador (y si no que se lo cuenten a Peret, a los Amaya o a Ramunet). Y así nos disponemos a soportar estos meses de verano a la espera del otoño, aunque lo cierto es que desde Rafaella Carrà, explota me expló, no hay una rentrée caliente en condiciones.