BARCELONEANDO

Frédéric o la curiosidad

Frédéric Beigbeder publica en castellano y catalán su nueva novela, sobre el romance juvenil entre J. D. Salinger y Oona O'Neill.

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RAMÓN DE ESPAÑA

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Me acerco al Institut Français a ver qué se cuenta Frédéric Beigbeder (Neuilly sur Seine, 1965), que publica nueva novela entre nosotros, 'Oona y Salinger' (Anagrama en castellano y Amsterdam en catalán), fruto de cuatro años de investigación sobre el romance juvenil y tal vez no consumado entre el autor de 'El guardián entre el centeno' y la hija de Eugene O'Neill, el dramaturgo que, en mi modesta opinión, mejor ha captado el ambiente enrarecido del estamento familiar con su 'Largo viaje del día hacia la noche'El presentador del acto -un poco más de media entrada en el auditorio del centro: abrumadora mayoría de franceses entre el público y, cosa realmente insólita, ausencia de Jorge Herralde, un hombre que nunca está a más de tres metros de los escritores a los que invita a visitar su ciudad-, Fabrice Bentot, bromea -aunque no del todo- sobre la sospecha de que 'Oona y Salinger' es un intento por parte de Beigbeder de ser tomado definitivamente en serio, insinuando lo que algunos de los presentes ya sabíamos: que en su país hay división de opiniones en torno a él, y mientras unos lo consideran un escritor de mérito, no son pocos (ni pocas, especialmente) los que le tildan de frívolo, provocador o, directamente, botarate o majadero.

Frédéric Beigbeder ha hecho en Francia algo que en España suele costarte caro: mostrar una amplia curiosidad por las prácticas más diversas, aunque en el fondo todas consistan en poner una palabra detrás de otra. Por eso, además de escribir novelas, ha dirigido un par de películas -la más reciente, 'L'Ideal'es de este mismo año, y la anterior era una adaptación de su libro 'El amor dura tres años'título certero donde los haya-, ha sido adaptado al cine -'99 francos'sátira cruel del mundo de la publicidad del que él mismo venía, dirigida por Jan Kounen y protagonizada por un Jean Dujardin que estaba que se salía-, ha presentado programas de televisión -“una fase de cuya conclusión me congratulo”, nos dijo- y dirige la nueva etapa de la revista 'Lui'de la que un servidor fue devoto (digamos) lector en su adolescencia porque aquello sí que eran mujeres, amigos, y no las peponas pechugonas con cara de niña boba atiborrada de 'cornflakes' que salían en el 'Playboy' del entrañable tío Hugh

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Nuestro hombre tampoco le hace ascos a una buena polémica. Recordemos que se ganó el desprecio de las feministas y de los biempensantes en general cuando encabezó una campaña de defensa de la prostitución cuyo lema era 'Touche pas à ma pute' ('Deja en paz a mi puta')clara y cruel parodia del eslogan antirracista 'Touche pas à mon pote' ('Deja en paz a mi colega')Entre una cosa y otra, Beigbeder no goza en su país del mismo respeto que sus colegas Michel Houellebecq o Emmanuel Carrere, pero a él le da igual. O eso parece. Aunque asegura disfrutar mucho de sus visitas al extranjero, como ésta de Barcelona, porque, según dice, no se topa con los prejuicios que le amargan la vida en Francia. En cualquier caso, como dijo Umbral, él ha venido a hablar de su libro: “Es la historia de un amor no consumado, de un fracaso, pero de un fracaso fascinante. Y también una novela de iniciación, eso que los anglosajones llaman a coming of age novel. La relación entre ambos, que no había ido mucho más allá de compartir cócteles con Orson Welles o Truman Capote, el mejor amigo gay de Oona, en el Stork Club de Nueva York, se truncó cuando Salinger tuvo que alistarse en el ejército para combatir en la Segunda Guerra Mundial. Me fascina que alguien pueda estar tomando copas una noche con la hija de O'Neill y, al cabo de unas semanas, participando en el desembarco de Normandía. Durante la guerra, Salinger le enviaba a Oona cartas de diez o quince folios, que ella contestaba de manera más lacónica, tal vez porque se estaba olvidando de él y no faltaba tanto para que se casara con Charlie Chaplin. Yo creo que en esa época, Salinger era un jovenzuelo desorientado, como el Holden Caulfield de 'El guardián entre el centeno'que a su vez me recuerda mucho al joven Werther de Goethe. Y de hecho, su historia de amor con Oona es un fracaso, pero un fracaso que a mí me resulta enternecedor”.

Puede que 'Oona y Salinger' pretenda, como insinuaba el señor Bentot, imponerse a los prejuicios que muchos tienen en Francia sobre su autor, pero éste insistió en que sigue sin creer que la literatura deba ser siempre sería y severa, y en que la lectura ha de ser ante todo una experiencia amena y gozosa. La verdad es que yo en ningún momento tuve la impresión de estar escuchando a un frívolo, ni mucho menos a un mentecato, pero claro, yo no soy ni francés ni feminista, y también acarreo cierta fama de botarate entre los sectores culturales más cejijuntos de mi propio país; así que no me hagan mucho caso, pues lo más probable es que Beigbeder sea un enemigo del pueblo y yo también.

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