La piel tatuada del saurio

El diseñador Raúl Arias crea un mapa de Barcelona con forma de dragón en homenaje a Sant Jordi y Gaudí

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OLGA MERINO / BARCELONA

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El imprescindible Eduardo Mendoza, recentísimo premio Cervantes, contempla el panorama sentado a horcajadas sobre la chepa del dragón, un montículo que representa el barrio de Pedralbes, con sus casas elegantes, sus calles recoletas y la lozanía del césped en torno a las piscinas que tanto asombraron al extraterrestre narrador de 'Sin noticias de Gurb'. Allí, desde las alturas, sobre una colina–joroba, se extiende a los pies del autor un mapa de Barcelona con forma de saurio donde cada rincón del callejero alude a una cita libresca. Un mapa aún caliente del horno, obra del diseñador gráfico Raúl Arias, que este viernes se ha presentado en Madrid, en el marco de La Noche de los Libros.

El asunto viene de lejos. La idea surgió de la cabeza de Mario Tascón, una de las mentes creativas detrás de Prodigioso Volcán, quien, admirado por las cartografías caligráficas de la norteamericana Paula Scher, pensó en hacer algo similar con Madrid.  El artista Raúl Arias se puso manos a la obra en 2008.

El mapa literario de la capital se publicó primero en un medio digital y, luego, unos años después, Mario Raúl decidieron, en plan experimento,  hacer una pequeña tirada en papel, en formato poster; una cosa simpática que cupiera en los marcos baratos de Ikea. Asumió el encargo una imprenta modesta que, motu propio, colgó uno de los ejemplares en su minúsculo escaparate de Malasaña y ¡oh, prodigio! resultó que se vendían como rosquillas.

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A los paseantes debía de hacerles gracia aquel mapa con forma precisamente de rosca, una ensaimada inmensa formada a medias entre la M-30, la madre de todos los atascos, y un meandro del río Jarama, tan literario él desde que Rafael Sánchez Ferlosio lo convirtió en referencia obligada de la Generación de los 50. Dentro de la circunferencia madrileña, un abigarramiento de calles y autores: Juan Benet, Soledad Puértolas, Quevedo, Baroja y, cómo no, Galdós.

Visto el éxito, había que intentar el más difícil todavía: si Madrid presumía de mapa, ¿cómo no iba a tenerlo Barcelona, urbe libresca por excelencia y ciudad literaria de la Unesco? Raúl, el diseñador, tenía clarísima la forma: un dragón. Por la leyenda de Sant Jordi, por las salamandras de 'trencadís' que hizo Gaudí para el parque Güell, por la bestia camuflada en la azotea de la Casa Batlló y por el dragón oriental que saluda a los guiris desde la Casa dels Paraigües, en la Rambla.

Aparte de calles impepinables que delimitan contornos —la Gran Via, las rondas, la Diagonal—, el mapa incluye algunas referencias emblemáticas como la Pedrera, el pepinillo de la torre Agbar, que constituye el ojo hipnótico del dragón, la Sagrada Família, el templo expiatorio del Tibidabo o la aleta del hotel Vela.

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El contenido se perfilaba más complicado. Da vértigo solo pensar en el montón de citas librescas a encajar en el enjambre del viejo barrio chino, de manera que marroncete se lo endilgaron a una catalana, la periodista Yasmina Bargalló, una barcelonesa de las calles empinadas de Vallcarca afincada en Madrid.

Todavía suspira, la pobre. Fueron varios meses de rellenar fichas, de anotar frases literarias con datos geográficos, de hacer búsquedas cruzadas en novelas de formato electrónico, de volver a ojear la guía '1000 testimonis sobre Barcelona' (La Campana), del maestro Lluís Permanyer. Los textos seleccionados, además, debían mantener cierto equilibrio entre catalán y castellano, hombres y mujeres, clásicos y contemporáneos, además de un rinconcito para una Cenicienta llamada poesía. Ahí están, pues, J.V. Foix en Sarrià, la Rodoreda en la plaza del Diamant, Marsé en las cuestas del Guinardó, las tardes de cine de Terenci Moix y la Horta negrocriminal de Carlos Zanón. También Josep Pla y Maragall Bolaño Lluís Llach.

La tarea más ardua fueron los barrios nuevos y el descarte. Un capítulo especialmente duro lo protagonizó el mar, el dilema de representar con una sola referencia ese Mediterráneo que bendice Barcelona. Competían dos púgiles: Cervantes, con el episodio en que Don Quijote lo contempla por primera vez comparándolo con las lagunas de Ruidera en La Mancha, y la canción de Serrat, “quizá porque mi niñez sigue jugando en tu playa…”. Ganó el Nano, porque Cervantes ya tenía acomodo en otro rincón.

Se echan de menos nombres, claro; no están Jean Genet ni Casavella ni Josep Maria de Sagarra, pero el asunto no va de eso. Como argumenta Mario Tascón, el mapa no es compendio ni canon, sino un homenaje, una representación artística, un juego, una invitación a encontrar otros referentes.

Si se pusiera de moda como suvenir y los turistas que nos visitan se llevaran de paso algún libro, quizá, quién sabe, los barceloneses no se sentirían tan despojados.