BARCELONEANDO

La gente de Guerrero

El Espai Fotogràfic de Can Basté ofrece hasta el 23 de septiembre una exposición de este alfarero de la luz

El fotógtafo Joan Guerrero

El fotógtafo Joan Guerrero / periodico

Javier Pérez Andújar / Barcelona

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Guerrero ha llegado con bastón al centro cívico de Can Basté, en Nou Barris, y se sienta en un banco rodeado de sus fotografías como un corro de mariposas. Hace poco que le han operado de una hernia discal. A sus 77 años sus discos han cantado muchas canciones. Dice que si por él fuera el himno de Andalucía sería 'Los campanilleros', y el de Catalunya, 'Qualsevol nit pot sortir el sol'. Ambas canciones transcurren en la noche. Una habla de los campos y otra de no ponerle puertas al campo. Pero en Joan Guerrero, la noche no es una costumbre sino una pregunta, la oscuridad de lo que no se sabe. Guerrero es un alfarero de la luz, es decir, un artesano de la fotografía, es decir, un maestro que nunca ha abandonado su taller, y por eso, cuando lo ve aparecer, el fotógrafo Julio Carbó (que ilustra esta crónica, en todos los sentidos), le recibe al grito de "¡Maestrooo!", y la palabra solitaria retumba llenando la galería, haciendo sonreír a las personas que aparecen retratadas en las fotos.

El Guerrero de 'Los Campanilleros' es el niño de una dictadura que nació en Tarifa y que se fabricó su primera cámara de fotografiar con una caja de cerillas. Aquellas fotografías se las llevó el viento tarifeño antes incluso de ser disparadas, pues ya se sabe que el viento se lleva todo lo que hacen los niños y por eso a los niños y a las niñas les gustan tanto las cometas. Y el Guerrero de 'Qualsevol nit...' es el hombre que lleva la mayor parte de su vida siendo un vecino de Santa Coloma de Gramenet, y ahora sostiene una cámara de fotos fabricada con una piedra, que le ha regalado la hija de Julio Carbó. Del fuego de las cerillas a la piedra para hacer fuego, de la tecnología a lo más esencial. En eso consiste la edad y hacerse sabio. El Guerrero que habla aquí, y ahora, golpea su bastón de recién operado al ritmo de su fraseo sin reparar en ello, como un cantaor, pero es el mismo Guerrero de siempre, el de la camisa de cuadros de manga corta, los vaqueros azules, las sandalias, las gafas, el bigote de guerrillero con familia, que tiene más de ir al toque que al cante, más de acompañar con los labios cerrados y soltar con su herramienta de trabajo todo lo que tiene que decir. Por tanto, un hombre normal y corriente.

Guerrero es un maestro que nunca ha abandonado su taller

'La meva gent. Els meus paisatges', así se titula la exposición que Guerrero tiene en el Espai Fotogràfic de Can Basté hasta el 23 de septiembre. La gente de Guerrero es la gente del mundo. Asiáticos, africanos, americanos del sur... Muchas de estas fotos las ha hecho en Santa Coloma y en las orillas del Besòs, pero otras son de sus viajes por América latina. La mujer china del barrio de Fondo, que mira con admiración a su hijito en un coche de juguete, y en su gesto se ve el convencimiento de haber acertado, el orgullo de saber que con su esfuerzo, y el de su hijo, algún día el niño tendrá un coche de verdad, y de los buenos. Los novios latinos besándose junto al hormigón del puente del Besòs, cimentando su amor con cemento proletario y suburbano. El pensionista sentado en el poyo de una caja de ahorros, de espaldas a los cristales, que exhiben unos carteles de propaganda con unos dedos que caminan hacia él donde se lee: 'Arribem on està el teu negoci'.

A Guerrero le encanta jugar con la intención repentina que cobran las palabras cuando la gente pasa junto a ellas. Siempre dice que una palabra vale más que mil imágenes, que se dio cuenta cuando empezó a dar charlas por las universidades, los 'casales'...; sin embargo, lo que nos muestra en este tipo de fotografías es lo que verdaderamente sabe: que una persona vale más que todas las palabras del mundo. En Guerrero el blanco y negro no es una militancia en el realismo, sino en el neorrealismo, que es la realidad de los pobres, de la gente bajo cuyos pies la tierra tiembla y que alguna vez se ha visto obligada sin desearlo a ser ladrón de bicicletas.

La gente de Guerrero es la gente del mundo

Esa es la gente de Guerrero. Toda la gente de Guerrero, cerca de 7.500 millones de habitantes, cabe en una sola acera de Santa Coloma, pues, como es fotógrafo, y por tanto siente con la mirada, ha puesto a todo el mundo a la altura de sus ojos por donde él pasa a diario para comprar el pan o para ver a un amigo que, como se aburría, había ido a su casa a visitarlo, pero en ese momento él no estaba. En vez de ser un fotógrafo del yo, Guerrero es un fotógrafo del tú. En Guerrero, no existen ni ellos, ni los otros. Ama demasiado, respeta demasiado, y todo esto lo convierte en tú. "La foto esa del campesino de los Andes me gusta tanto porque en el fondo, en el fondo, yo quisiera ser como él", cuenta Guerrero.

El responsable de este espacio es el fotógrafo Ferran Quevedo, que acaba de instalarse en Barcelona después de 10 años de trabajar por Oriente Próximo y de 15 días preso en Siria en manos de una milicia, hasta que fue liberado y lo deportaron. Además de exposiciones, organiza en el centro cívico talleres, microbecas y todo tipo de ayuda para la gente del barrio que quiere aprender fotografía pero no tiene dinero. La gente de Guerrero.