El mapa de los románticos

La irrupción de lo digital también modifica la manera en que los turistas se orientan por la ciudad

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MAURICIO BERNAL / BARCELONA

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Todo cambia, y en los últimos tiempos a ritmo febril, de modo que pertenece a un pasado remoto, aunque tuviera lugar hace dos días, la imagen de unos forasteros extraviados, detenidos en una esquina, consultando el mapa. Es… Como hablar por teléfono desde una cabina. Como escribir a máquina. Como enviar cartas. Material viejo. Por no hablar de los mismos forasteros pidiendo indicaciones a un aborigen. “Excuse me…” Claro que aún hay quien escribe a máquina, claro que aún hay quien habla desde una cabina; pero son imágenes exóticas, cada vez más raras, que se consignan como el avistamiento de un dodo. Lo digital coloniza todo y lo cambia todo, incluida la manera de viajar, de orientarse. El papel muere, y no había razón por la que los planos se salvaran de la masacre.

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“Si hablamos de turistas, del entorno urbano, es cierto que la cartografía de papel la utilizan solo los más románticos –dice Sergio Anguita, responsable del área de geotecnologías del Institut Cartogràfic i Geològic de Catalunya (ICGC)–. Es como los que compran vinilos porque quieren escuchar la música a su manera, porque les gusta el objeto, el tacto… Pues con los mapas de papel hay tres cuartos de lo mismo: existen los románticos”. Un gran plano de la ciudad es un objeto diseñado para desafiar la paciencia, en términos de dobleces una especie de prospecto médico gigante, que solo gente entrenada o con un privilegiado sentido de las cosas es capaz de plegar y desplegar sin sufrimiento. A los más talentosos se les ha visto maniobrar con destreza en alguna esquina, saliendo del parque Güell o en las inciertas zonas muertas del Eixample, triunfando sobre ráfagas de viento que a otro le arruinarían las vacaciones; pero si uno es de la parroquia, un devoto del papel, forma parte del plan. “A los románticos les gusta la idea de desplegar un gran plano de papel e interactuar con él. No es lo mismo que ver las cosas en una pantallita pequeña”.

LA PANTALLITA UBICUA

Pero son minoría. Ahora el mapa está ahí, en la pantallita ubicua donde está todo, a un clic de distancia, como todo, y además ya no es solo un mapa. No hay que preguntar dónde está el restaurante porque lo dice el mapa, ni cómo se llega al hotel porque lo dice el mapa, ni cuál es la tienda más cercana para comprar medias porque lo dice el mapa. “El mapa ha dejado de ser un fin y ha pasado a ser una herramienta –dice Anguita–, y lo importante ahora son los servicios derivados incorporados al plano. En ese sentido han cambiado los paradigmas, y desde la cartografía hay una aproximación radicalmente opuesta a la que había antes”. Ergo, la cartografía ya no consiste solo en levantar mapas. Es menester adaptarlos al mundo digital.

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El ICGC se ha adaptado al cambio y ha hecho cosas como MapICC, que es una aplicación para móvil, o como Instamaps, que son mapas personalizados, o como Pintamaps, que es un prototipo, aún no disponible, de mapas a los que el usuario puede imponer los colores que le parezca. ¡Modernidades!, clama el romántico tras plegar el suyo bajo las inclemencias de una tormenta de primavera, con la ruta grabada en la cabeza, cuatro calles a la derecha, se recuerda, y luego girar a la izquierda, por Mallorca. Hay algo sobre todo que le molesta, y tiene que ver con la escala. Sí: el romántico siente debilidad por la escala. Adora la escala. Cuando lee, ahí, en una esquina, "1/50.000", un "ah" de gozo le trepa por la garganta. Una escala. Una escala fija. “El problema es que cuando te sales del mapa de papel, el tema de la escala es muy relativo. En el entorno web, el concepto de la escala queda difuminado, y el usuario se guía más por el zoom. Todo depende del tamaño de la pantalla y de la resolución. A los románticos eso no les gusta nada”.

Buenas noticias para ellos: el Ayuntamiento de Barcelona tiene previsto editar este año 2,6 millones de ejemplares de su guía de metro de bolsillo. Que incluye un pequeño plano de la ciudad. No son los 36 dobleces que exige un amante de los mapas de papel, pero son 2,6 millones y estarán en 2,6 millones de bolsillos. Hará que se sientan menos solos.