Nuevos paisajes de postal

Una nueva generación de tarjetas postales propone otra iconografía para identificar a Barcelona

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MAURICIO BERNAL / BARCELONA

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Hubo un tiempo en que para ser paisaje de postal había que ser una gran montaña, un gran mar, un gran monumento, una gran avenida. Los familiares que tenían la suerte de hacer vacaciones en el extranjero solían enviar una o dos tarjetas que invariablemente transportaban el ideal de magnificencia, pues en el trocito de cartón cabían o toda la catedral de San Pedro o todo el Corcovado. Aún hoy, “paisaje de postal” designa la grandeza: el coche se detiene al borde de la carretera y los viajeros se bajan y mientras miran al horizonte empiezan a agotar adjetivos, hasta que uno de ellos zanja: “es un paisaje de postal”. Nadie se ha quedado mirando una taza de café y dicho que es un paisaje digno de ser fotografiado y enviado a la imprenta para que se hagan mil copias y se pongan a circular por el planeta.

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Nadie hasta hace poco. La foto de la taza de café existe –solitaria sobre una mesa– y es una postal, y hay turistas que la compran y que la envían, y al otro lado de los Pirineos o del Atlántico alguien la recibe y dice: “Ah, Barcelona”, o algo así. De un tiempo para acá, una postal de esta ciudad no se corresponde necesariamente con una imagen panorámica de la Sagrada Família o del Tibidabo, o con una foto de la ciudad desde la montaña, de las que abundan en las postales antiguas; de un tiempo para acá una postal de esta ciudad puede ser una señora caminando con las bolsas de la basura por un callejón estrecho, una bicicleta en la playa, una moto en la calle, tres mujeres surcando una calle del Gòtic o una abigarrada nube de palomas; en medio de la cual los conocedores consiguen ver la plaza de Catalunya. Es un mundo nuevo.

UNAS CHANCLAS EN LA PLAYA

“Mi idea es reflejar lo auténtico de Barcelona. No lo pulido y lo limpio y los sitios donde está todo bonito, sino escenas que reflejan el estilo de vida de la gente: gente que come, que se sienta en la plaza, que disfruta de la vida”. Christian Schallert es el fundador de Urbarna, una pequeña empresa de suvenires cuyo producto estrella es la postal atípica, moderna. Es austriaco y anda desde principios de siglo por Barcelona. Sus primeras postales fueron fotografías que él mismo sacaba para enviar a sus amigos, para que supieran en qué ciudad vivía. “Escenas muy cotidianas, momentos muy cotidianos –dice–. Todo lo que me parecía interesante o diferente lo intentaba capturar”. Unas chanclas en la playa, unas abuelas en una plaza de la Barceloneta, la vitrina de un expendio de carne: también son símbolos de la ciudad.

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Todo lo cual debería hacer temblar los cimientos de esa expresión, “paisaje de postal” –son chanclas, carnes y abuelas de postal, al fin y al cabo– aunque no parece que esté ocurriendo. “De postal”, de hecho, podría empezar a designar todo lo visualmente atractivo, y no solo los grandes paisajes: una bufanda de postal, unos garbanzos de postal, un conjunto erótico de postal. La bandeja con los restos de una paella recién devorada –granos de arroz, cabezas de gamba y conchas de mejillones vagando alegremente por el plato– es considerada por la nueva iconografía como un paisaje de postal, lo cual debería permitir a los barceloneses asomarse a los restos de sus propios arroces y ufanarse de su talla estética.

COMO UNA POLAROID

“Entramos con el tema de las postales porque consideramos que estaba desactualizado”, dice Andrea Minguillon, de 4photos, otra empresa que ha decidido dar la vuelta al viejo concepto de postal. “Empezamos con imágenes en blanco y negro y luego sacamos la colección Polaroid”. Son postales que parecen instantáneas: de una Vespa aparcada en el Born, de la señora con la basura, de una churrería junto a una palmera. “Somos de Barcelona y nos llamó la atención que en esta ciudad tan turística no hubiera suvenires de calidad, y sobre todo, postales de calidad, o que al menos nos gustaran”. De esa constatación han salido los nuevos paisajes de postal: un anónimo balcón con la ropa secando al sol que alguien, del otro lado del mundo, habrá de conservar como icono de la ciudad.