El constructor de autómatas

El profesor de instituto Lluís Ribas se dedica desde hace 24 años a un raro y casi extinto oficio cuya época de esplendor se remonta al siglo XIX

Ribas posa junto a uno de sus autómatas, 'El Fakir'.

Ribas posa junto a uno de sus autómatas, 'El Fakir'. / periodico

MAURICIO BERNAL / BARCELONA

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Buenos días, tardes, noches, aquí estamos, en el taller de Lluís Ribas, el constructor de autómatas. Una ovación para él porque construye autómatas en el año 16 del primer siglo del milenio dos, cuando hay gente que ni sabe lo que son. “¿Un auto qué?” Un autómata, niño, niña, hay vida más allá del móvil. Ese ingenio mecánico, ese precursor del robot moderno; pero más artesanal, más artístico. Más romántico. Por aquí, adelante. Cuidado con el escalón. Aquí está la fresadora, aquí el torno, aquí el taladro; aquí otro taladro. Aquí la mesa donde trabaja cada tarde. El reino de Lluís Ribas, el territorio del que es soberano. “Todo esto es la casa familiar. Aquí vivieron mis padres, y antes mis abuelos y antes mis bisabuelos, y este sitio en concreto era la bodega. Aquí me pasaba las tardes jugando entre botas, garrafas y bombas de vino”. El lugar donde jugaba de pequeño es el mismo donde cuatro décadas más tarde se dedica a la construcción de autómatas. 'Aquí se divertía Lluís Ribas', debería rezar una placa en el futuro.

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Estamos en Castellbisbal, en la calle de Sant Marc, pero Ribas es un planeta del universo Barcelona –signifique eso lo que signifique– porque ostenta, al fin y al cabo, uno de los títulos espléndidos que tiene a bien otorgar esta ciudad: es el conservador del Museo de Autómatas del Tibidabo. ¿Quién si no? No es que abunden los constructores de autómatas. No es que se levante una piedra y salgan en desbandada. Todo lo contrario, son un bien escaso. Esto no es el siglo XIX y los grandes constructores de autómatas no campan por Europa maravillando a la gente con sus creaciones, construyendo delicados artilugios para que los exhiban en sus palacetes los miembros de la rancia burguesía. Esto es el siglo XXI y a casi nadie se le pasa por la cabeza dedicarse a la construcción de autómatas salvo a Lluís Ribas –y a otros como él; pero pocos, muy pocos–, en este taller que era bodega y donde jugaba cuando era niño. “Y aquí, por esta puerta… Adelante, pase. Bienvenido. Lo que le decía: el museo más pequeño del mundo”.

Adelante. El museo más pequeño del mundo –se escribirá en mayúsculas cuando Ribas lo abra al público, que es su objetivo– es esto, estos 30 metros cuadrados adyacentes al taller. Hay uno, dos, tres… cinco… siete… ¿Cuántos? “Dieciocho”. Dieciocho autómatas que muestran todas las etapas por las que ha pasado desde que decidió dedicarse a esto, hace 24 años. Este, por ejemplo, es El Violinista; que toca el violín. Y este es El Gimnasta. Forman parte de la primera etapa de Ribas, la etapa clásica. Adelante, adelante. Pero no toquen nada. “Yo comencé con lo clásico hasta que decidí hacer una evolución y dar un salto adelante. Verá: los autómatas clásicos tienen toda la mecánica escondida, así que yo dije: ‘Fuera ropa, fuera madera, fuera todo’, y empecé a crear piezas minimalistas donde lo más importante, además del movimiento, era la mecánica, precisamente”. El giro lo dio hace poco más de una década, en el 2005, con una pieza que llamó Els germans Gaüs o l’equilibri del món, y que actualmente está expuesta en el Tibidabo. No es cualquier autómata. Es la obra que Ribas presentó a concurso y exhibió luego en la Exposición Universal de Aichi de ese año. Eran él y otros 35 constructores de autómatas.

LOS SOFISTICADOS

Ribas lleva casi tanto tiempo construyendo autómatas como enseñando mecánica en un instituto, en Sant Andreu de la Barca. Sí: el constructor de autómatas también es profesor. “De hecho, llegué al mundo de los autómatas porque necesitaba crear modelos para enseñar ciertas cosas en clase. Empecé construyendo pequeños mecanismos, máquinas muy rudimentarias: un engranaje que hacía girar un engranaje que hacía girar una palanca, por ejemplo. Cadenas de movimientos, básicamente”. Por esa época le gustaba salir de vez en cuando a conducir su moto, y en uno de esos paseos llegó al Tibidabo y entró en el museo. “Ya lo conocía porque mis padres me habían llevado, pero ese día tuve como un momento de revelación, y me dije a mí mismo: “Ostia, pero si todo esto yo lo puedo construir”. Tenía 24 años. Adelante, pase. Es ese señor delgado, con el pelo cano. Pregúnteselo usted mismo.

Desde entonces, Ribas ha construido medio centenar de autómatas; los que no están aquí expuestos es porque los ha vendido o los ha regalado. Exposiciones ha hecho casi 40, y ahora, con tantas horas, tanta experiencia a cuestas, ha pasado a la tercera etapa de su carrera: la etapa –le dice así– sofisticada. “Ya no me planteo hacer autómatas sencillos. Ahora son sofisticados y espectaculares”. Adelante, por aquí. Son estos. Los sofisticados de Ribas.