La ciudad erizada

José Antonio Millán ha hallado arte en barreras urbanas como verjas, pinchos y muros coronados con cristales, las ha fotografiado y ahora expone sus fotos

Millán enseña algunas de sus fotos en el local de Las cosas de Martínez, en Gràcia; a la derecha, pinchos en el Eixample.

Millán enseña algunas de sus fotos en el local de Las cosas de Martínez, en Gràcia; a la derecha, pinchos en el Eixample.

MAURICIO BERNAL

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Naturalmente que hay estética en la forma de disponer unos cristales rotos en lo más alto de una tapia. Naturalmente. No es lo mismo poner este trozo verde aquí, poner este trozo blanco allí; no es lo mismo que este, con forma de mapa de Australia, quede junto a este, con forma de hocico de oso, o junto a este, que vagamente invoca una mitra papal. A veces resultan conjuntos asombrosos, o bien pletóricos de armonía o bien tan caóticos que acaban teniendo la cualidad de lo hermoso. Tal vez el artista de turno pergeñó su obra con afán, tal vez yacían junto al balde con la mezcla de cemento un montón de trozos de botellas rotas, y tal vez los fue poniendo sin más, aleatoriamente rematando el muro y creando sin querer estética, cuando lo que creía estar haciendo era otra pedestre barrera contra intrusos, o contra amigos de lo ajeno.

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¿Los muros rematados con cristales son patrimonio de las ciudades latinoamericanas? Podría parecerlo; por la abundancia. Pero mirando para arriba en sus paseos por el mundo José Antonio Millán descubrió que los hay en todas partes, y que todas partes incluye a Barcelona. «Te los puedes encontrar en lugares como Gràcia, o como Sants, o Sarrià, en los barrios con pasado rural. La mayoría yo creo que son restos de casas que antiguamente estaban en el campo, aisladas. No son tan frecuentes como en las ciudades de Latinoamérica, pero tampoco son una rareza». Millán ha encontrado seductora esa estética voluntaria o involuntaria de los cristales en las cimas de los muros y ha ido por ahí fotografiándola. En general, ha encontrado o decidido encontrar estética en el mundo indómito de la barrera urbana, y también ha fotografiado la variante pincho, el hierro puntiagudo. «Ambos me parecen una mezcla de estrategia de defensa y voluntad de estilo», dice. Violencia por un lado, belleza por el otro. Las fotos que han resultado de esta inquietud las enseña a partir de este sábado en el salón de exposiciones de Las cosas de Martínez -calle del Diluvi, Gràcia-.'Prohibido el paso', bautiza la muestra.

LA CAPITAL MUNDIAL

Millán es lingüista, escritor, editor y, para el caso, «paseante con cámara»; un individuo que casi siempre que sale lleva en el bolsillo una pequeña Canon digital para fotografiar lo que le llama la atención. Donde quiera que esté. Hace unos años, cuando ya había empezado a fotografiar muros con cristales lo invitaron a Bogotá, probablemente la capital mundial del muro con cristales, y casi se vuelve loco. «Esto es el paraíso», pensó. Algunas de las fotos expuestas las tomó en la capital colombiana. «Es el lugar donde he visto los muros más cuidados, con más efecto estético, con unas policromías que no pueden ser fruto del azar». Con ese lenguaje habla Millán cuando se refiere a las barreras urbanas, como si fueran el producto de un momento de inspiración. «Mire este -enseñando una imagen-, este me lo encontré aquí, en Vallcarca. Curioso, ¿no? Un muro de 'trencadís' gaudiniano rematado con cristales. Como un 'trencadís' sobre otro 'trencadís', uno hecho de losa y otro de cristales».

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El de los pinchos -púas, aguijones: la ciudad erizada, le llama él- es otro mundo que explica con igual fascinación. Hay fotos en la exposición de pinchos modernistas que exudan magnificencia, y de selváticos y enloquecidos pinchos que Millán asocia con la paranoia («mire esto, un balcón junto a Santa Maria del Mar; claramente aquí el dueño se volvió loco»); fotos de pinchos «de alta arquitectura» y fotos de los pinchos que hacían tándem con los pescantes instalados en lo alto de las fincas. «Tengo especial fascinación por los pinchos domésticos que te separan cosas mínimas, los pinchos de balcón, por ejemplo. Son cosas que están ahí, que forman parte de nuestras vidas, pero en las casi no reparamos». Nunca aspiró Millán a elaborar una tipología del pincho urbano, pero sí puede hablar de diferencias por barrios: según la época en que fueron levantados sus pinchos tienen uno u otro estilo. Como las puertas, como los marcos de las ventanas, como la arquitectura en general, los pinchos también han evolucionado. Pero siempre han representado lo mismo: la defensa de la propiedad. Con violencia, pero con estética también.