¡Qué bello es reír!

El dibujante JL Martín y la Fundación Gin han creado Humoristán, un museo digital del humor gráfico

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JAVIER PÉREZ ANDÚJAR / BARCELONA

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Los límites del humor en Barcelona están tan lejos, que para llegar a la sede de Humoristán hay que pasar el quinto pino hasta dar con el lugar donde ¿Cristo perdió la alpargata? ¡No! ¡Más allá! Donde Dios encontró el triángulo, pues se trata de aquel Dios con zapatillas de felpa que fue creado en 'El Jueves' (es decir, en el cuarto día), por el dibujante JL Martín, y como vio que era bueno descansó leyendo un 'Jabato'. Porque JL Martín (sus iniciales sin puntos, sus amigos le llaman Jotaele), que dirige la Fundación Gin para la promoción del humor gráfico, ha embarcado a la fundación y a un grupo de dibujantes y especialistas en cómics, tebeos, viñetas (entre ellos Kap, Josep Maria Cadena, Antoni Guiral, Jordi Riera, Joan Manuel Soldevilla...), en la creación de un museo digital del humor gráfico, han llamado al sitio humoristan.org, y tienen la sede entre los árboles, el bosque de Horta, en esa zona de torres conocida como la Font d'en Fargues, en la que antiguamente las familias barcelonesas con posibles se retiraban a respirar aire sin tuberculosis.

Entonces, la calle donde se encuentra el estudio de Humoristán (y de JL Martín) se llamaba Maryland (era la época en que surgieron Coco Chanel y Marcel Proust y se hundió el 'Titanic'), pero como allí vivía una colonia de gente de prensa le cambiaron el nombre por el de calle del Marqués de Foronda en honor del presidente de la compañía de tranvías de Barcelona, que concedió a los periodistas pasajes gratuitos para que trabajasen más contentos (ahora los periodistas cobran a medias del mismo modo que el tranvía pasa a medias).

JL Martín ha vivido toda la vida en Horta. El 'Jabato' lo compraba en la floristería de la señora Carme (no había muchos kioscos por la zona), y la ocurrencia de dibujar a Dios la atribuye a sus días de alumno de La Salle, donde quedó patidifuso con aquellas historias de filisteos espiando a las mujeres judías, y los ángeles del Señor bajando para castigarles sin misericordia alguna. La fidelidad a Horta de JL Martín es la misma que su fidelidad a los cómics. Las paredes de su estudio transpiran originales de todo el mundo, que ha ido comprando por todas partes. Siguen un orden que en cierto modo recuerda la estructura de 'La Divina Comedia' de Dante.

En la planta baja están las planchas de las lecturas de infancia (dibujantes del 'TBO', Ibáñez dedicándole uno de sus mejores 'mortadelos'...); por las escaleras que llevan a la parte superior se reúne el dibujo americano (le pirra la línea de 'Mad' y de 'New Yorker'), y arriba exhibe los originales de cuando fuimos los mejores, las obras de sus amigos de 'El Papus' y de sus compañeros de 'El Jueves'. (Cuando a 'El Papus' le pusieron protección policial a raíz del atentado que le costó la vida a un conserje, los dibujantes montaban en el pasillo partidos de fútbol con los agentes, que dejaban las pistolas en una mesa, y se ponían todos a dar patadas al balón).

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Esa lealtad a un barrio y a un oficio que hay en JL Martín no es melancolía, sino una forma antigua de ser un tipo de principios, pero es que el principio es por definición lo más antiguo. No recuerda cuándo empezó a dibujar. Sí que a los 5 años copió una portada de Coll (una escena selvática con un explorador dentro de la olla), y su padre se lo llevó a un familiar de Ayné (este dibujante defendió siempre la ternura con su lápiz, con sus animalitos, con sus niños pequeños), y todo el mundo le felicitó y JL Martín se puso muy contento.

Tanto, que a los 9 años había llenado de dibujos los libros de contabilidad de su padre, y montó en clase su primer negocio, que era hacerles los deberes por una peseta a los compañeros más negados para el dibujo. Claro, falta nombrar al JL Martín creador de Quico el Progre, la tira que durante los años ochenta fue metáfora del desencanto, del fracaso de una generación, del cambio de una sociedad y probablemente de lo que sentía el lector, la lectora de este diario, el lugar donde se publicaba. Al igual que Ibáñez, al igual que el novelista Francisco Casavella, JL Martín empezó a trabajar como botones en un banco (es impagable lo que ha hecho la banca por la cultura en Barcelona). Así estuvo de los 14 a los 23 años, de botones a jefe de sexta categoría. Mientras tanto, se licenció en Psicología estudiando nocturno. La primera vez que vio una pintada de la LCR en la Bonanova le admiró la osadía de quien se había plantado allí para hacerla. Luego comprendió que la había hecho algún retoño de la zona alta. De esto trata Quico el Progre.

Humoristán también es una osadía, pues hacer reír sigue resultando un oficio peligroso en cualquier país del mundo. Al poder no le gusta el humor gráfico. Pero mientras puede lo disimula. Cuando Humoristán solicitó una ayuda a la Generalitat, quien les atendía comentó que el proyecto “no podía considerarse bien, bien, una iniciativa cultural”. De momento llevan colgados 5.000 dibujos de más de 400 autores catalanes y del resto de España, 200 artículos y 15 exposiciones permanentes.