La gran bola

La plaza de Catalunya estuvo este año más navideña que la plaza de Sant Jaume,como si la política hubiera perdido importancia

Gran bola de nieve en la plaza de Catalunya

Gran bola de nieve en la plaza de Catalunya / periodico

JAVIER PÉREZ ANDÚJAR / BARCELONA

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Después de dilapidar nuestra alegre juventud en el estéreo hemos acabado viviendo de lo etéreo. El signo de los tiempos progres fue creer en la doble alma de las cosas y de la sociedad. El anhelo de la vida 'hipster' ha sido creer en el fin del bipartidismo, que es lo contrario de la doble alma: un mismo espíritu en dos armarios diferentes. Todo lo que tenía dos almas ha acabado sin ninguna. Con lo del bipartidismo se ha confirmado recientemente que, fuera de los 'karaokes', la dualidad no existe.

Pero Barcelona ha tenido estos días de blanca navidad (no en vano, estamos en una ciudad donde se ha blanqueado mucho) una nueva dualidad, como el tic-tac de un reloj dickensiano, como sístole y diástole en un congreso de cardiólogos, como una deidad o como un monstruo biforme (un monstruo es un dios en el exilio), como una doble alma, que no significa lo mismo que una doble conciencia; pues, desde que vimos a Fellini doblado (que no doble), todo el mundo sabe que hay almas sin conciencia. Ha sido una dualidad de dos plazas.

{"zeta-legacy-destacado":{"strong":"Con la pista de hielo","text":"\u00a0fuimos en plena crisis el Rockefeller Center sin la pasta del Rockefeller Center y sin la nieve"}}

LAS CARTAS

La plaza de Catalunya estuvo este año más navideña que la plaza de Sant Jaume como si la política hubiera perdido importancia (preponderancia se decía cuando se escribía largo y un diccionario era un regalo bonito), como si la política ya no valiera tanto como la vida civil, la vida de los otros. Porque está la política y estamos los otros, y muy pocas veces aparecemos ambos juntos y revueltos, salvo algunos calentones en plena calle que acaban en desengaño. La plaza de Catalunya se ponía muy navideña cuando El Corte Inglés era pequeño, cuadrado y azul por fuera, antes de transformarse en un búnker réplica de los búnkers antiaéreos del Turó de la Rovira, ambos como frente a frente, ambos hablando de guerras diferentes. Entonces se trataba de un espectáculo (el año del Gulliver gigante todo el mundo lo recuerda), de una navidad patrocinada por los grandes almacenes. Ahora no hay espectáculo, hay mogollón. El espectáculo somos nosotros. Y a la vez, entonces la parte espiritual, representada por una familia de madre reclinada y padre con vara y barba, permanecía en la plaza de Sant Jaume entre el Ayuntamiento y la Generalitat, como se está entre el buey y la mula. La gente iba a ver ese belén y luego se enfadaba y le escribía una carta a los periódicos y cuando se le pasaba le escribía otra carta a los Reyes Magos. Principalmente se escribe para estas dos cosas: para tener razón y para pedir. En la plaza de Catalunya pondrían mucho después una pista de patinaje, y así fuimos en plena crisis el Rockefeller Center sin la pasta de Rockefeller ni la nieve de Nueva York.

Bueno, pues este año la que estaba viva, la que tenía el espíritu, era la plaza de Catalunya. Lo estaba de la misma manera que Sant Jaume se ha convertido en una pista de hielo, y no me refiero ahora a que sea un lugar proclive a dar patinazos. La Gran Bola de Navidad que ha montado en la plaza de Catalunya la compañía Efímer y las figuras del nacimiento de la plaza de Sant Jaume, que también estaban dentro unas bolas, de unas burbujas, se han observado mutuamente como otros dos búnkers, como otras dos concepciones del mundo. La concepción sin pecado de la Virgen y la Concepción Arenal de los movimientos sociales. El metalenguaje del arte (figuras de belén que ejercen de figuras saliendo de sus envoltorios) y el lenguaje no verbal de los niños dando saltos dentro de la gran bola. En ese diapasón vibra nuestro tiempo: o lo metapensamos todo (y aludir a pensar es una exageración, mejor decir que le damos demasiadas vueltas a todo) o renunciamos a nuestra capacidad para pensar con la exaltación de lo emocional.

{"zeta-legacy-destacado":{"strong":"Cuando una palabra larga","text":"\u00a0sustituye a otra corta es que nos van a enga\u00f1ar"}}

CARTOGRAFÍA 15-M

Lo que se celebraba en plaza de Catalunya, y de esto formaba parte la Gran Bola de Navidad, era la Feria de Consumo Responsable y de Economía Social y Solidaria. Ropa, comida y libros, principalmente. Los actores antiguos decían que un personaje no era profundo si no lloraba, pasaba hambre y pasaba frío a lo largo de la película. Quizá la economía, el consumo, tampoco sean humanos, profundos, si no pueden ofrecer a todo el mundo ropa, comida y libros. La feria estaba montada con los tenderetes siguiendo el redondel de la plaza, y con juegos (dedicados a hacer sonidos, un ruido organizado) repartidos por el centro, es decir, la misma distribución que tuvo la plaza en los días del 15M. El demonio de la teoría lo convierte todo en metáforas. Una conmoción convertida en plaza, un modelo de plaza remplazando a otro. Y cómo la plaza de Sant Jaume va quedándose en un bosque petrificado. Claro, son símbolos, bolas, pompas evanescentes. Bolas de navidad, en el sentido que se da coloquialmente a la palabra bola, y que ahora se llama posverdad. Pero la gramática es desmitificadora a tope: cuando una palabra larga sustituye a otra corta es que nos van a engañar. También podría decirse que lo que se ha visto ha sido una Barcelona en bolas. Cosas del cambio climático.