El chaval con la pistola de mentirijillas

El fotógrafo Ignasi Marroyo inaugura una exposición sobre el poblado chabolista en 1964

Somorrostro

Somorrostro / periodico

OLGA MERINO / BARCELONA

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Hace 50 años, el último reducto del Somorrostro tan solo salía en los periódicos en las páginas de sucesos por culpa de algún delito, el ocasional ahogamiento de un bañista o el temporal de turno. Así que, cuando le encargaron la crónica gráfica sobre el poblado chabolista a principios de 1964, el fotógrafo Ignasi Marroyo (Madrid, 1928) tragó saliva; no las tenía todas consigo pero lo bordó, vaya que sí. Una selección de aquel trabajo, 36 fotografías en blanco y negro, puede contemplarse en la exposición 'Somorrostro, imatges d’una època', que se inaugura este viernes en la galería Il Mondo (Calàbria, 178) dentro del festival de fotografía documental  DOCfield 16.

"Iba un poco 'acollonit', la verdad, porque se decía que allí se refugiaba gente de mal vivir -confiesa Marroyo durante un encuentro en su domicilio, en Rubí-. Pero luego me llevé la gran sorpresa porque la gente de la barriada era amabilísima". Una fría mañana de enero, bajó a la playa en su moto, una Vespa de color gris ratón, llevando de paquete a otro fotógrafo de lujo, su amigo Joan Colom (Barcelona, 1921), pues los dos trabajaban entonces mano a mano como fotorreporteros para 'El Correo Catalán'. Les pagaban cien pesetas por foto publicada, nada mal, pero la colaboración con el rotativo apenas duró dos años. Una pena.

CON CAZADORA DE CUERO

"Yo pude meterme bien entre las barracas porque iba vestido normal, con una cazadora de cuero, para irme enseguida a la fábrica", dice Marroyo, quien se ganaba las lentejas en una factoría de relojes para automóvil. En cambio, su socio Colom lo tuvo más difícil para camuflarse con su atuendo de señorito, traje y gabardina, porque trabajaba de contable y debía irse pitando para la oficina tan pronto como acabara de disparar la cámara. Gajes del pluriempleo, que entonces, como ahora, se estilaba mucho. Aunque parezca mentira, estos dos caballeros, ambos galardonados con la Creu de Sant Jordi, estos dos grandes nombres de lo que se dio en llamar nueva vanguardia catalana, nunca lograron profesionalizarse como fotógrafos de prensa. 

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Superado el recelo inicial, Marroyo cayó rendido a la realidad que se abría ante su objetivo, la supervivencia de gente humilde, procedente de la inmigración y el desarraigo, que intentaba salir adelante como fuera: mujeres a la rebusca de lo que las olas arrastraban, el afán de los perros en su olisqueo, pequeños con el culo al aire o haciendo caca sobre la arena, madres en plena sesión de despioje, la tertulia de viejas frente a la chabola, una niña escindida, con un globo en una mano y en la otra una garrafa y la obligación de llenarla en la fuente. Muchos niños solos. Los hombres andaban en las fábricas o vete a saber dónde; las mujeres, en las faenas.

NEORREALISMO ITALIANO

El reportaje en cuestión se publicó el domingo 24 de enero en el suplemento gráfico del 'El Correo' bajo el título 'La liberación de Barcelona continúa' y, haciendo un símil nefando, daba cuenta del avance del hormigón en las obras del paseo Marítimo: "Franco, el capitán de la Liberación Militar, dio también la consigna para la batalla contra la miseria". El texto, con el estilo casposo del NO-DO, habla de "miseria profesional de la gitanería", "desidia voluntaria" y de un trapicheo "más afín a la picaresca que al Código Penal". Pero las fotos, hermanas del neorrealismo italiano, no necesitaban acompañamiento alguno.       

Con 88 años muy lúcidos -el cuerpo, la espalda, no le responden tan bien-, Marroyo no duda cuando se le invita a escoger una sola fotografía del Somorrostro: la del niño que le apunta con una pistola de juguete. Un retrato magnífico, en efecto, donde convive un gesto en apariencia agresivo, el de apuntar con un arma, con la tristeza que anida en la mirada de un chaval, obligado a madurar antes de tiempo.

Marroyo asegura que la fotografía fue la escuela que no tuvo y que le enseñó sobre todo a ser mejor persona. "Nunca he querido ni ganar dinero ni la fama; todo lo demás es culpa de estos dos", dice señalado a su hija Pili y a su yerno, Manel Miras, comisario de su archivo. Y de la exposición, hasta el 30 de julio.