El exparque Güell de Barcelona

La entrada cuesta siete euros, la seguridad es privada, te riñen con acento ruso y, lo peor, está prohibido comerse un bocadillo

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CARLES COLS / BARCELONA

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Fue la queja de un lector la que dio a pie a esta enésima excursión al parque Güell. Protestaba porque a su hijo no le dejaron comerse un bocadillo dentro del recinto de pago, la llamada zona monumental. Se lo impidió un agente de seguridad. Privada. Feo. No el agente, sino que en un espacio público el orden esté en manos de una empresa privada. Muy feo. Lo fácil hubiera sido responderle a ese lector que en esta ciudad (Conesa y otras honrosas excepciones al margen) el bocadillo no vive su mejor momento, no solo por una caída de la calidad, sino porque en las calles más turistificadas va camino de la extinción, porque allí ya no hay bares, sino ‘gastrobares’, o sea, montaditos y tartares, o cosas peores, perversiones de los platos tradicionales. La nueva Barcelona. Paellador, ciudad de vacaciones.

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Total, que toca pagar los siete euros de la entrada general para visitar tan ingrato lugar. Los vecinos pueden entrar gratis en el parque Güell, pero antes tienen que solicitar formalmente una tarjeta personal e intransferible. Un latazo. Días atrás, una vecina trató de ir al parque con una amiga extranjera de visita en Barcelona. Cogió su carnet y el de su hermana. Ese inocente intento de picaresca le costó una regañina con acento ruso en la puerta de entrada del parque. No sabía si sentirse humillada o estupefacta.

Pero esa no es ahora la cuestión. Es otra. La pregunta es si un lugar en el que no es posible comerse un bocadillo, que los niños jueguen con la pelota o al escondite o ir a estrenar la bicicleta debe renunciar al calificativo de parque. En la web del Ayuntamiento de Barcelona consta como tal, dentro de la subcategoría de parques históricos, por ejemplo junto a la Ciutadella, el Turó Park y el Guinardó. Son espacios, no está de más decirlo,‘bocadillo friendly'.

UNA MAÑANA ZHANG YIMOU

A lo que íbamos, que por siete euros es posible acceder al…, efectivamente, Exparque Güell, marca no registrada, pero que merecería serlo. Hace frío. Aún no llueve. Son días de celebración del Año Nuevo Chino, vamos de vacaciones para los cada vez más millones de millonarios chinos. Algunos de ellos están aquí. El exparque parece así una película de Zhang Yimou, más que nada porque algunos guías llevan las banderitas como estandartes y avanzan con paso decidido. Tras ellos se sitúan en formación de cuña los visitantes. Van armados, con palos de selfie. La sala hipóstila parece un buen lugar para una emboscada de las guerreras de las dagas voladoras. Es entretenido observar un buen rato toda esa coreografía. Se necesitan pocos minutos para constatar que aquello no es un parque.

Con todo, vale la pena subrayar que aquello no es el hormiguero que era el parque antes del cobro de entrada. El recinto admite 400 personas por hora. En esta ciudad las cosas se miden ya de estos modos tan inesperados. La Sagrada Família, 2.000 por hora. Desde que se acordonó la zona monumental y se exigió entrada para acceder a ella, el exparque Güell no agobia. Eso es cierto. También lo es que los parterres vegetales están bien cuidados. Nadie cabalga sobre los lomos de la salamandra o el komodo o lo que sea que preside la escalinata central. Pero no se pueden comer bocadillos, desde un humilde punto de vista, la demostración empírica que aquello ya no es un espacio público.

Se supone que no se puede comer en el exparque Güell por la misma razón de que no se puede hacer en la Alhambra o en el Louvre. La verdad, sin embargo, es que el exparque Güell solo es una sombra de lo que un día fue.

{"zeta-legacy-destacado":{"strong":"La privatizaci\u00f3n de este espacio","text":"\u00a0es el ep\u00edtome de la condena de esta ciudad, econ\u00f3micamente encadenada al turismo, aunque le devore el h\u00edgado"}}

En 1687, las tropas venecianas destruyeron el Partenón de Atenas, que entonces era una mezquita. Lo dejaron hecho una pena. O sea, su aspecto actual. Cosas que pasan. El exparque Güell es menos anciano, pero ha sufrido también sus ataques venecianos. Como las jornadas libertarias de 1977, un despiporre, o la juerga que en 1983 organizó allí Comediants, con sus fuegos artificiales chisporroteando sobre el ‘trencadís’. El maltrato ha sido intenso. No solo por esos dos sonados episodios. Pero, sin embargo, ahí está, hecho un Partenón, visitado a más no poder. Los barceloneses van poco. Siete euros pican y no se puede ir con hambre. Y además es un exparque. Es otra cosa. Es, allí arriba, una suerte de Prometeo encadenado a una roca que le recuerda a Barcelona su condena por fiar su suerte económica al turismo, que cada día le devora el hígado, que no le mata, pero que no le deja vivir.