Medianoche en el andén lúbrico

Un paseo por la estación de Liceu, escenario del vídeo sexual del metro

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OLGA MERINO / BARCELONA

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Yendo hacia la Rambla, mientras sorteo turistas asidos a sus maletas rodantes, un latero me ofrece una birra pero le digo que no, que muchas gracias, que estoy de servicio como la forense Sara de la serie 'Nit i dia', con la misión imponderable de auscultar qué se cuece a última hora del jueves en el metro de Liceu. Sí, la estación de la coyunda que se ha hecho viral.

Paso la T-10 por la ranura y, confundida entre el pasaje, me siento en uno de los bancos -en el filo, por si acaso- a contemplar el pasacalles noctámbulo. Plop, plop, plop, una gotera de las últimas lluvias. Abajo, entre las vías, una rata fugaz inspecciona el panorama. Y gente que va y que viene en un hormigueo incesante: guiris, muchísimos, en varios idiomas; espectadores que salen, programa en mano, de ver la ópera sobre las andanzas del corsario 'Simon Boccanegra'; y currantes que 'plegan' de trabajar, sobre todo del sector hostelero ("pues resulta que Goran ha tenido que irse a mitad del servicio"). El burbujeante espectáculo de la vida. 

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En el andén dirección Trinitat Nova, algunos viajeros comentan espontáneamente los ecos del vídeo lúbrico, el que grabó una pasajera con el móvil la noche de la 'diada' de Sant Jordi, a las 23.55 horas para ser exactos. "¿No era esta la parada donde aquel tío practicaba sexo?", comenta un caballero a sus dos acompañantes femeninas utilizando una expresión demasiado aséptica para describir el ayuntamiento apresurado que se atisba en la grabación, una cópula más etílica que erótica entre las hojas otoñales que decoran los plafones de la estación. Una monta borrachuza y fea. ¿Resabios de la moral católica? Venga ya.

PARA SU SEGURIDAD

Al rato, un trío de señoras habla de lo mismo mientras aguarda otro convoy: "Dicen que los están buscando -asegura una de ellas- y que les va a caer una multa de 3.000 euros. ¡A cada uno!”. Es la conversación del momento. Cada tanto, se escucha por megafonía la advertencia "para su seguridad, esta estación está dotada de cámaras de videovigilancia", objetivos que tal vez grabaron también el polvo.

Preguntados ex profeso sobre el vídeo de marras, los viajeros del metro arrugan el entrecejo. Ricard, Anna, María, todos los consultados a pie de andén. "Una vergüenza que algo así suceda en una ciudad tan bonita como Barcelona". "Una y no más, espero". "Y si hubieran pasado niños, ¿qué?". "Debería haber más seguridad". 

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Sin embargo, como dice la sabiduría popular, la jodienda no tiene enmienda. Escandaliza su exhibición pública, con razón, pero estas cosas son más viejas que el hilo negro, y no solo pasan con la alcaldesa Colau. Con el consistorio de Trias hubo fornicio en las obras del aparcamiento de la Gardunya. Antes, con Hereu, se produjo el escándalo de las prostitutas africanas bajo los soportales de la Boqueria. En épocas preolímpicas, hubo coitos furtivos en los coches aparcados del rompeolas y la Arrabassada. Y mucho tiempo atrás, Rambla abajo, en las calles aledañas y en algunos cines, las pajilleras hacían el trabajo con el acompañamiento musical de sus pulseras, según cuenta la leyenda.

"No sabemos nada de nada, ni si eran turistas o de aquí", asegura un trabajador de Transports Metropolitans a eso de la medianoche. "Sucedió en esos 15 minutos en que la estación se queda sola porque, claro, los vigilantes no permanecen estáticos en la estación".

OTROS ESPECTÁCULOS

Aunque admite que suceden, los arrebatos carnales no constituyen un espectáculo con el que se encuentren cada día. Mucho más habituales son otros apretones primarios, de manera que los operarios ya se echan a temblar cuando algún viandante los intercepta con la pregunta "¿oye, tenéis váter aquí?". Al parecer, los fotomatones de Plaza Catalunya son un retrete frecuentado para las aguas mayores. Y Renfe tuvo que poner de pago los mingitorios de la estación de Sants porque pasaba en ellos lo que pasaba. Sexo, droga y rocanrol. 

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En el suburbano, los comportamientos incívicos más habituales son las necesidades fisiológicas, los individuos que se cuelan y las peleas con el aderezo del alcohol, sobre todo los sábados a las tantas -es el único día en que el servicio no se interrumpe- y en aquellas estaciones donde se concentran las discotecas y los 'after'. "Lo que sucede en la calle -dice el currante- baja al subsuelo".

La verdad, cuesta imaginar cómo los fornicadores del vídeo escogieron para consumar su pasión un sitio tan concurrido e incómodo como la estación de Liceu, una de las más pequeñas de la red metropolitana. Un lugar tan poco propicio, de no ser por el eco melancólico que el último tren arrastra por la oscuridad del túnel, el tren de las despedidas, ay. Pero parece que pudieron más los efluvios de la sangría que las veleidades románticas.